Era Leopoldo algo raro, sencillo y comunicativo; su hablar era dulce y
reposado y había en todo él un algo grave y misterioso que fascinaba. Vicente
Mena Pérez, agosto de 1921.
El 25 de julio de 1921, tras
cuatro días de estéril resistencia, sucumbió la posición de Sidi Dris, cuyo
único auxilio -al quedarse aislada tras la retirada de Annual- era la marina de
guerra. Evacuar la posición enclavada en un acantilado se convirtió en misión poco
menos que imposible para los más de trescientos defensores. Pocos conseguirían
subir a los botes arriados para salvarlos; unos fallecerían ahogados, otros de
camino en el escarpado acantilado y otros -entre quienes se hallaba un joven
oficial de Ceriñola, poeta, escritor y articulista de brillante porvenir- no
podrían tan siquiera abandonar el campamento. Leopoldo Aguilar de Mera era, a
pesar de su juventud, un escritor dotado de una sensible y tenaz personalidad, con
una prolífica obra. En julio de 1921, tres de los hermanos Aguilar de Mera servían
en el ejército de Melilla; Leopoldo y José pasarían a formar parte de la letal
estadística del Desastre.
Tres hermanos
El 7 de septiembre de 1914, día
de ingreso en la Academia de Infantería, se produce un hecho poco común entre las
promociones que acceden a la carrera militar; se presentan en Toledo tres
hermanos: José, Jenaro y Leopoldo Aguilar de Mera. Por aquella época la familia
ya vivía en Toledo -en la calle de las armas- adonde había llegado desde
Sigüenza, y donde nacieron algunos de los nueve hijos -seis varones, cinco de
ellos militares, y tres mujeres- del matrimonio constituido por Luis Aguilar y
Amparo de Mera Martínez. Mucho antes de ingresar en el ejército, el joven
Leopoldo había mostrado su querencia hacia la poesía, de ello dejó constancia
su buen amigo Vicente Mena Pérez tras la muerte de Leopoldo. Ambos se habían
conocido en Toledo donde habían compartido horas de lecturas de Bécquer,
Zorrilla y Darío y de otros autores de literatura francesa y americana. En aquellas
horas de libros, bajo las murallas del palacio de Galiana, había forjado el poeta
en ciernes la pasión que lo acompañaría hasta su muerte en las tierras del Rif.
Leopoldo Aguilar de Mera 1898-1921 |
José -nacido en 1890- era el
mayor, cuatro años después había nacido Jenaro, y en octubre de 1898 Leopoldo,
que tenía casi dieciséis años al ingresar. Los exámenes de ingreso los habían
realizado a primeros de julio, divididos en cinco categorías: gimnasia, dibujo,
gramática y francés, aritmética-álgebra y geometría-trigonometría. Toledo era,
en los días de exámenes, un bullicio de jóvenes aspirantes. Pertenecieron los
tres hermanos a la XXI promoción, aunque tanto José como Leopoldo se
licenciaron un año después y pasaron, por tanto, a la XXII: ambas promociones
serían las más castigadas durante el
Desastre de Annual y en las diferentes campañas de Marruecos. Dirigía por
entonces la Academia el coronel Enrique Marzo y era jefe de estudios el teniente
coronel Silverio Araujo, quien sería protagonista destacado del Desastre de
Annual.
La vida en la Academia la pasaban
inmersos en las clases diarias, divididas en tres grandes grupos, y en las
prácticas de instrucción de tiro, maniobras, fortificación, esgrima, etc. Tres
años duraba el periodo formativo tras el cual los cadetes aprobados eran designados
automáticamente alféreces, pasando a cobrar un sueldo anual de 2115 pesetas.
Tras dos o tres años en el empleo, eran ascendidos a tenientes, finalizando así
el periodo docente y pasando a la escala activa donde algunos podrían llegar a
alcanzar el generalato. Leopoldo y su hermano José pertenecen ese primer año a
la décima sección formada por 34 compañeros, entre quienes, quiso el destino,
estaba Julio Borondo que al igual que Leopoldo moriría en Sidi Dris. El 19 de
octubre, muy poco después de su ingreso, se publicó en El Eco Toledano la
primera de las muchas poesías que escribió dedicada a los emigrantes y a la patria.
Redactor Militar
Tras su primera publicación en El Eco
Toledano, se le nombra redactor militar del rotativo dirigido por Cándido
Cabello Sánchez-Gabriel (1886-1938) con quien comparte una buena amistad, y quien
ya en 1913 había publicado la primera crónica de Leopoldo dedicada a los
exploradores de Toledo. También en El Eco
vieron la luz un conjunto de reportajes de las marchas realizadas por los
alumnos de la Academia. Durante los años de colaboración con Cándido Cabello, hasta
incorporarse al servicio activo en 1918, fueron muchas las crónicas publicadas,
entre ellas las religiosas y las dedicadas a las leyendas toledanas, dos temas
muy presentes en sus escritos.
En 1915 se pudieron leer en el Diario Toledano, dirigido igualmente por
Cabello, una gran cantidad de poesías, crónicas y leyendas. Entre las crónicas,
destacar la que escribió ocupando toda la primera plana dedicada a la visita de
los reyes con motivo de la entrega de despachos. En el mes de octubre, cuando
Leopoldo tenía 17 años, Cabello editó una de sus primeras leyendas “La Peña del
rey Moro”, en cuya presentación escribiría sobre el autor: “Al mismo tiempo que se forma el carácter de soldado, los murmullos del
Tajo no pasan desapercibidos para su alma enamorada y ensoñadora”. Por
primera vez una de sus obras se podía adquirir por 25 céntimos en las librerías
de Toledo. Además, a lo largo de su estancia en la Academia de Infantería
escribió para las revistas Toledo -semanal- y Castilla
-revista regional ilustrada- ambas dirigidas por Santiago Camarasa. En la
primera publicó entre diciembre de 1915 y agosto de 1920 un total de 18
relatos, la mayoría leyendas toledanas. En agosto de 1921, tras su muerte en el
Rif, el director le dedicaría un emotivo artículo. En la segunda -Castilla- escribió Leopoldo 4 crónicas
que constituían el diario de las maniobras
realizadas por los alumnos de la Academia en el campamento de Ballesteros,
cuyas ilustraciones corrieron a cargo del cadete Adolfo Yolif Blanco
(1897-1929), compañero de promoción que fallecería en 1929 en un desgraciado
accidente siendo capitán y jefe de las fuerzas indígenas en el Sahara. También
firmaron crónicas en la revista los cadetes Manuel de Obeso Pardo (nº 1 de la
promoción de 1915), José Domarco González y Alejandro Colmeiro Marrugat.
En 1916 verá la luz un artículo
sobre otro personaje por el que siente devoción “La musa de Cervantes”; lo
dedicará a otro compañero de promoción, José María Enciso Madolell, que moriría
en 1938 siendo jefe de un batallón de milicias. En noviembre, recién cumplidos
los dieciocho, es nombrado académico de número de la Real Asociación de
escritores laureados. No es de extrañar que tal actividad literaria hiciera resentir su nivel académico por lo
que, junto a su hermano José, tuvo que repetir curso, pasando a engrosar las
filas de la promoción de 1915. Fueron sus últimos escritos aquel año una poesía
dedicada a los Reyes Católicos y una nueva leyenda toledana en la que colaboró
con el capitán Luis Arribas Vicuña.
El año 1917 es sin duda muy
satisfactorio en la trayectoria de Leopoldo; publica “El caballero del Carmen”,
una de las pocas obras que todavía hoy podemos encontrar y “Un romántico
contemporáneo”, en la colección Novelas
con Regalo. En septiembre es nombrado académico protector de la Academia de
las Buenas Letras, dirigida por Narciso Díaz de Escovar (1860-1935). Continúan
sus crónicas en El Eco y en el Diario Toledano, y se acentúa su amistad con Cándido García Ortiz de
Villajos, Zirto, al que dedica unos
versos. Poco antes de finalizar el año, la compañía teatral toledana Pequeño Teatro lleva al escenario su
obra Estos son mis poderes. En junio,
su hermano Jenaro finaliza sus estudios y recibe el despacho de alférez, siendo
su primer destino el regimiento de Murcia en Vigo.
Comienza 1918, año en que la vida
de Leopoldo dará un vuelco: deja atrás su querido Toledo, su grupo de poetas y
amigos, y se incorpora a la vida militar que lo lleva lejos del Tajo y de sus
leyendas. En febrero, el Pequeño Teatro
vuelve a estrenar una pieza suya: En la
verde primavera, y el mismo mes realiza un viaje a Madrid junto a su amigo
Cándido García. Por fin, a finales de junio finaliza sus estudios y es destinado
al regimiento de La Albuera en Lérida.
El 16 de julio, publicó El Eco Toledano una entrevista con el ya
alférez Leopoldo. El artículo se fraguó en la reunión que habían mantenido el
día anterior en el Café Español un
grupo de escritores; fue aquella una de las últimas ocasiones en las que pudo
departir con tantos amigos. Días después de que Zirto, Miguel Sánchez Moreno,
Alegrías y Jacinto Guerrero -célebre compositor- entrevistaran a Leopoldo en un
clima de camaradería, se incorporó a su destino, y pasados tres meses solicitó
voluntariamente ir a Marruecos, concediéndosele plaza en el Ceriñola 42.
Como muestra del impacto de las
campañas de Marruecos en aquellas promociones de jóvenes oficiales bastan los
datos de la 8ª Sección, de la cual formaban parte los Aguilar de Mera. De los
32 que finalizaron sus estudios, 7 morirían en el Desastre: García Espallargas,
Gutiérrez Calderón, Medina Morris, Despujol Rocha, Arroyo Moreno y los hermanos
Aguilar; y 5 fruto de acciones de guerra en el antiguo Protectorado: Alfonso
Saborido, José Orduña, Enrique Brualla, Ortega Nieto y Julio Abella. La
estadística general de toda la promoción indica que de un total de 247,
murieron 69 en Marruecos, 29 en la Guerra Civil, y 4 en accidentes aéreos. En
1965, al cumplirse las bodas de oro, fueron menos de ochenta los que volvieron
a Toledo para celebrar el aniversario y recordar a los compañeros caídos.
Un alférez en Melilla
Cuando el 27 de noviembre de 1918
Leopoldo llega a Melilla, su regimiento -el de Ceriñola- acantonado en
Cabrerizas Altas se halla a las órdenes del coronel López Ochoa. Como
comandante general figura el general Aizpuru. Coincide en la plaza con su
hermano Jenaro, alférez del San Fernando. En diciembre, el coronel jefe del
regimiento asciende a general y se le dispensa un homenaje donde por primera
vez leerá Leopoldo una alocución en nombre de todos los alféreces. Para
substituir en el mando a López Ochoa es elegido José Riquelme, oficial de
amplia trayectoria africanista.
Desde el primer momento, el joven
oficial se integra perfectamente en la ciudad y sus instituciones; asiste a
conferencias en el Círculo del Recreo de Melilla, imparte su primera charla
sobre Cervantes y compone la letra del himno del Colegio del Carmen, el más
importante de la ciudad. Se vive en aquellos momentos un periodo de relativa
tranquilidad, las líneas españolas se extienden poco más allá del Kert y el
regimiento tiene sus efectivos repartidos entre Kandussi, Batel, Zoco Telatza y
Afsó.
La vida en las posiciones permite
al escritor continuar con su trabajo: en junio escribe para el regimiento una
composición que firmará como Un alférez;
ingresa en el Ateneo Científico, Literario y de Estudios Africanistas en la
sección de literatura y bellas artes, y recibe un premio de la revista Armas y letras por su relato “Señor, yo
que he amado tanto”. En agosto, el Ateneo Melillense le
rinde su primer homenaje y el Telegrama
del Rif, que habitualmente no
publica poesía, incluye en primera plana composiciones de Leopoldo. En octubre
de 1919 es premiado en el certamen que organiza la Academia Bibliográfica
Mariana de Lérida por uno de sus poemas más conocidos “Dos Hermanos”, donde en nueve cantos desglosa la
relación entre Feliciano y Vicente. En pocos meses su fama se ha extendido por
Melilla donde es sobradamente conocido a pesar de su juventud. La víspera de
reyes de 1920 se estrena en el Teatro Alfonso XIII su obra Pero volvió el amor, con una importante afluencia de público. Tras
un breve paso por el regimiento de San Fernando recala de nuevo en el de Ceriñola
y se le destina a la 4ª Compañía del II Batallón, que presta servicio en
Ifran-Buasa, cerca de Kandussi. Días después, se incorpora a la misma compañía
su hermano José; los tres hermanos están en Melilla. Desde su avanzadilla,
donde se halla destacada su sección, compone Leopoldo “El padre Juan” y avanza
en la que será su obra póstuma, El peso
de la Corona. Desde allí escribió por última vez a su querido amigo Vicente
Mena: “Cuántas veces me acuerdo de ti y
cómo me hieren los recuerdos al pensar en Toledo, en nuestra ciudad, más
gloriosa cuanto más vieja, y en los largos paseos que dábamos, sorprendiéndonos
los encantos de sus legendarios rincones”.
La tranquilidad reina en el
frente avanzado y gracias a ello en la posición se pueden entregar
condecoraciones a varios soldados del regimiento que se han destacado: el
capitán Juan Montemayor entrega las medallas, Leopoldo los arenga y el alférez
Demetrio Fontán, cinematógrafo amateur, grabará en una película el acto. ¿Que
habrá sido de aquella vieja cinta? Su dueño sobrevivió al Desastre, pero no a
la Guerra Civil en la que murió siendo capitán luchando en el bando
republicano.
Mientras tanto en Melilla, en
febrero se ha producido el relevo en la Comandancia General: parte Aizpuru ascendido
a teniente general y es nombrado Fernández Silvestre. En tan solo tres meses el
general activará la campaña y todas las tropas se verán inmersas en un frenético ritmo de conquistas. La orden general dictada el 9 de marzo y otra
posterior del 2 de mayo marcarán las líneas maestras de aquello que el general
espera de sus tropas. A pesar de la constante estancia en el frente, nunca
descuidó el poeta su producción literaria, su
pluma y cuartillas de letra enredosa
y desigual lo acompañaron siempre en el avance. En abril verá editada su
segunda obra completa El loco peregrino,
drama en tres actos que se incluye en la biblioteca de cultura popular, noticia
de la que se hace eco en Toledo y Melilla. Hoy en día todavía es posible
conseguir algún viejo ejemplar de la obra.
El regimiento al mando del
coronel Riquelme participará en toda la campaña cuyos primeros compases se
producen el 7 de mayo, posteriormente será la cábila de Tafersit y en diciembre
se alcanza la cumbre de Monte Mauro, en Beni Said, conquista que es celebrada
con un gran desfile en Melilla, en el que interviene la compañía de Leopoldo. En
estos meses de vida en campaña recibe dos nuevos premios: en junio de la
revista Armas y Letras, y en
noviembre de la Academia Bibliográfica Mariana, y se produce su ingreso en el
Ateneo Melillense Científico, Literario y de Estudios Africanistas en la
sección de literatura y bellas artes. Será compañero en el mismo de dos
destacados protagonistas del Desastre: el capitán Félix Arenas y el oficial
médico Víctor García Martínez, ambos fallecidos en los sucesos de julio.
1921, el año de Annual
El imparable avance de las tropas
lleva el 15 de enero a conquistar el valle de Annual, creándose a partir de
entonces la circunscripción del mismo nombre que quedará a cargo del regimiento
de Ceriñola. La compañía de los hermanos Aguilar de Mera, tras haber
participado en la mayoría de las conquistas, permanecerá durante los primeros
meses del año de guarnición en Melilla. En marzo se incorporan a la comandancia
los nuevos reclutas, entre ellos un joven voluntario de 19 años, Antonio
Aguilar de Mera; con él ya son cuatro hermanos -circunstancia excepcional-
destinados en Melilla. Antonio, nacido en 1902, ingresará tras el Desastre en
la Academia de Infantería, siendo de esta manera el cuarto miembro de la
familia que lo haga, pero no el último; Félix Ángel lo hará en 1925.
En febrero publica Leopoldo una
serie de artículos en el Telegrama del
Rif sobre el Peñón de Alhucemas, donde se adivina que durante su estancia
en Melilla ha profundizado en su interés por la cultura y geografía rifeñas. En
marzo es nombrado vicepresidente de la sección de literatura del Ateneo Melillense
presidido por Francisco de las Cuevas; publica una de sus últimas poesías en el
Telegrama del Rif, dedicada a Julio
Amado, ex militar, diputado y director de la Correspondencia Militar; participa en una velada en el Club Melilla
donde diserta sobre poseía popular; y el 21 de mayo, es ascendido por antigüedad a teniente, el
mismo día que su hermano José. A principios de junio se halla convaleciente por
enfermedad y se le conceden unos días de permiso; será la última vez que visite
su querido Toledo. En la ciudad se reúne con sus viejos amigos y deja
constancia en los periódicos de la tranquilidad que se vive en el frente, prueba
de que nada le hacía presagiar el funesto devenir de los acontecimientos.
Poco antes de marchar Leopoldo a
Toledo, se sufre la pérdida de la posición de Abarrán, algunas de cuyas consecuencias
afectarán a los hermanos Aguilar de Mera. La compañía de ambos es enviada al
campamento de Annual y se ocupan varias posiciones en el cinturón defensivo de
vanguardia, entre ellas el monte Talillit, en el camino entre Annual y Sidi
Dris. Para guarnecer esta posición se
designa a la 4ª Compañía del II Batallón donde están filiados ambos
hermanos.
Tras regresar de Toledo se incorpora
Leopoldo a su destino. Forman la compañía -que cuenta con un destacamento de
artillería con 19 artilleros al mando del teniente Jesús Bans- el capitán José
de la Rosa Echegaray, los hermanos Aguilar y 149 soldados. Pocos días antes de
la retirada de Annual se incorporan el teniente Federico García Moreno, de la
misma promoción que los hermanos Aguilar, y el capitán Benigno Ferrer Cabal,
jefe de la compañía de ametralladoras de posición. El destacamento, ocupado el
3 de junio, se alza sobre un cerro desde donde se divisan Buymeyan y Sidi Dris.
La posición es tan solo un muro de piedra en forma rectangular, rodeado de
alambrada de doble piquete y rematado con sacos, en cuyo interior se hallan las
piezas de artillería y las tiendas cónicas que albergan a la guarnición. Como
ocurre en la mayoría de destacamentos, no disponen de agua ni depósito, y la
aguada se halla a una distancia de tres kilómetros. En cuanto a los víveres y
la munición dependen del campamento de Annual desde donde se envía convoy cada
tres días. Como medida de seguridad, se ocupa un montículo próximo donde se
sitúa una avanzadilla defendida por un oficial y cuarenta soldados, así como la
tienda desde donde los ingenieros mantienen contacto con Annual.
La retirada
Finaliza el invierno de 1921 con
la conquista el 15 de marzo de Sidi Dris, en la que no toma parte la compañía de Leopoldo. El día anterior, “el
recio poeta de ágil inteligencia y alma soñadora” -así se refería a él El Telegrama
del Rif- había recitado poemas en una velada en honor de Driss Ben Said. En
mayo, el Memorial de Infantería, que
ya en 1915 y 1918 había publicado sendos relatos, publica “La Ley de las
Guerras”, su última colaboración. Ese mismo mes participa, junto al poeta José
Ojeda, en un recital de poesías de Antonio Machado.
A finales del mes de junio, su
hermano Jenaro causa baja en el regimiento de San Fernando y es destinado a la Península,
pero aún quedan tres hermanos en Melilla. A esta época pertenecen los últimos
escritos de Leopoldo publicados en vida: cinco crónicas de la serie dedicada al
campo de Alhucemas, y un interesante artículo sobre la cábila de Beni Urriagel, del 12 de junio. Un mes después El Telegrama del Rif le cita por última vez antes de su muerte, el
12 de julio el gobierno chileno le concede la Medalla de Honor por un relato
dedicado al cuarto centenario del descubrimiento del estrecho de Magallanes.
Los días 17 al 21 de julio, tras
los intentos baldíos de socorrer Igueriben, queda sellada la suerte de Annual; al
menos así lo entiende el general Fernández Silvestre que la mañana del 22
ordena el repliegue y dispone que la posición de Talilit debe replegarse a Sidi
Dris, resistir y esperar. Al emitir la orden, el general es consciente de que
las posiciones enclavadas en la costa -Afrau y Sidi Dris- quedan sin
posibilidad de ser socorridas por tierra, contando solo con el apoyo de la Armada
de Guerra que será la encargada de intentar la evacuación de los defensores.
Capitán Benigno Ferrer y Teniente Jesús Bans |
Aquella mañana en Talilit, el
capitán Benigno Ferrer recibe el telegrama de evacuación a las 11.00 horas. Tras
las últimas incorporaciones -2 oficiales y una sección de ametralladoras- son
187 los presentes en la posición y en su avanzadilla donde se halla la tienda
de telegrafía desde la que comunican con Annual. El primero en recibir la orden
es, por tanto, el teniente José Aguilar, quien informa rápidamente al capitán
Ferrer. En la compañía de Ceriñola falta el capitán; se halla en Melilla,
motivo por el cual será juzgado en consejo de guerra en abril de 1923 y
posteriormente apartado del ejército. Ferrer pone en marcha los preparativos
para abandonar el reducto y ordena formar a la tropa: en vanguardia, una parte
de la compañía junto al capitán y al teniente García Moreno; seguidamente la
sección de Leopoldo y artilleros -inutilizadas previamente las piezas de
artillería; y finalmente, una vez hayan salido todas las tropas, se ha de
incorporar la sección destacada en la avanzada. Sin embargo, los planes del
capitán no se ejecutan como estaba previsto y la evacuación -tal y como
afirmarían todos los supervivientes- se torna caótica al poco de partir: las
tropas se desmandan ante la presión rifeña, y la columna se divide sin que
puedan incorporarse los de la avanzadilla que quedan solos en la retaguardia. Todo
lo que estorba se abandona en el camino:
material, heridos y por supuesto muertos. Así lo testificarán los pocos
supervivientes de las evacuaciones de Talilit y Sidi Dris, desastroso y confirma
que son tres los oficiales que se incorporan junto a la tropa. La mayoría de
los testigos afirmaría posteriormente que el teniente García Moreno falleció
aquel mismo día en el interior de la posición.
Plano de las posiciones de primera línea y retirada a Sidi Dris |
Entre los artilleros
la mortalidad es muy alta: caen el teniente Bans y la mayoría de sus soldados.
Los de la avanzada siguen pareja suerte: mueren el teniente José Aguilar y
muchos de sus hombres, siendo la mayoría de supervivientes apresados antes de
llegar a Sidi Dris. Son testigos de la muerte de José Aguilar el cabo Emilio
San Martín y el soldado Pedro Muñoz Andújar, ambos capturados por los rifeños. El
soldado Muñoz verá días después su cadáver, pero no consta que le diera tierra.
Es altamente improbable que Leopoldo viera morir a su hermano ya que este
último marchaba muy atrasado en la columna. Los que van por delante llegan al
cauce del Uad el Kebir exhaustos y rendidos; entre ellos está el teniente
García Moreno en tal mal estado que algunos incluso llegan a decir que ha
muerto. Al llegar a Sidi Dris se pasa lista: faltan todos los artilleros, y solo
están 3 de los 41 de la avanzada; Manuel Echevarría, Eugenio González y
Francisco Pin, los encargados de comunicar a Leopoldo la trágica suerte que ha
corrido su querido hermano José. En Sidi Dris, atónitos ante la llegada de los
hombres del capitán Ferrer, sale la sección de policía indígena a protegerles
cubriendo los últimos metros. El comandante Velázquez, jefe de la posición,
ordena atender a los poco más de 60 que llegan. Los demás han sido muertos o
apresados. Poco después se da parte a la comandancia general de la
incorporación de la guarnición de Talilit: Velázquez telegrafía que han llegado
en un estado desastroso y confirma que son tres los oficiales que se
incorporan junto a la tropa. La mayoría de los testigos afirmaría
posteriormente que el teniente García Moreno falleció aquel mismo día en el
interior de la posición.
Muerte en el acantilado
En Sidi Dris, al mando del
comandante Juan Velázquez, hay una importante guarnición: 1 jefe, 9 oficiales y
274 soldados, a la que se unen los supervivientes de Talilit. Por tanto,
podemos afirmar que hay más de 300 hombres que, aislados, intentan defender el emplazamiento.
Para auxiliarles son enviados el crucero Princesa
de Asturias y los cañoneros Laya
y Lauria, única ayuda que van a tener.
La mañana del 23, tras veinticuatro horas de navegación, fondea el Princesa, encontrándose allí con el Laya y un pequeño vapor que lleva
material a la posición. En la reunión entre los capitanes de ambas
embarcaciones, Eliseo Sanchís y Francisco Javier de Salas, se constatan desde
el primer momento las dificultades para evacuar con garantías a los hombres de
Velázquez. El destacamento situado sobre una escarpada elevación no tiene otra
vía de escape que superar la pronunciada pendiente que los separa de la playa. Durante
el día, los buques disparan repetidamente sobre los objetivos marcados por los
defensores. El 23 aún disponen de agua, víveres y municiones, pero están
rodeados y sin posibilidad de realizar salidas para hacer acopio de lo que
necesiten. De noche pasa por la zona el cañonero Bonifaz que lleva a bordo al Alto Comisario; el capitán de navío
Sanchís comunica con Berenguer y le reitera las predicciones sobre una futura
evacuación: puede ser dificilísima y
desastrosa. El general contesta que no se les comunique nada a los hombres
de Velázquez hasta que la posición manifieste no poder resistir más.
Juan Velázquez Gil de Arana (Orla 1897) y vista actual de Sidi Dris |
Durante el día 24 se repite continuamente
el apoyo artillero de los buques sobre la costa, pero el comandante Velázquez
comunica que la situación es crítica y es apremiante preparar la evacuación. Desde
el Princesa solicitan permiso a
Berenguer y, autorizada la operación, determinan evacuar Sidi Dris, y después
Afrau. Calculan erróneamente que la guarnición se compone de 150 a 200 hombres. Por la
tarde se une el cañonero Lauria
procedente de Afrau; los tres comandantes se reúnen para decidir el plan. Ya
por entonces el jefe de la posición les ha transmitido que el número de hombres
excede de 300, lo que aumenta las dificultades. Finalmente se precisa la
operación: a las 11.00 los tres buques iniciarán el fuego de apoyo; seguidamente,
tras una hora de bombardeo, sonarán las sirenas de los barcos debiéndose afrontar
entonces la salida. Los buques designan a los marineros y patronos que conducirán
los botes y lanchas lo más cerca posible de la orilla.
En la posición todos los hombres
están en el parapeto y con ellos los oficiales. Leopoldo manda una sección
destacada frente al mar. El día 24 de julio la situación es prácticamente
insoportable ya que una gran cantidad de rifeños cerca el destacamento. Los
pocos supervivientes de la compañía de Leopoldo recordarían que este permanecía
continuamente en el parapeto animando a sus hombres con buen espíritu. Por la
tarde crece el fuego, aumenta el contingente de enemigos y escasean las
municiones de cañón y fusil. Los heridos son atendidos por el teniente médico
Luis Hermida, pero la moral de las tropas pende de un hilo, todos saben lo
difícil que será escapar de aquel cerro de tierra roja.
En primer término los restos de la posición, observese la distancia que debieron cubrir hasta llegar al mar |
A las cuatro de la madrugada se
inicia la actividad: los hombres de Velázquez esparcen paja sobre el material y
todo cuanto pueda caer en manos del enemigo y lo rocían con petróleo. Todo está
dispuesto para la tentativa de alcanzar la flotilla anclada ante la vista de
los defensores. A pesar de que se acuerda esperar hasta que finalice el fuego
de protección, el primer intento de evasión se produce antes de la hora pactada.
Los defensores del sector frente al mar son los primeros en saltar el parapeto y,
a la carrera, intentan acercarse a la orilla. Son mayoritariamente hombres de
Ceriñola, pero también la sección de policía indígena, askaris que al mando de
Gómez Maristany han permanecido fieles y se han entregado como los demás.
Advertidos de ello, los buques inician a toda prisa la maniobra de aproximación;
todos los marineros que forman las diferentes tripulaciones se han presentado
voluntarios. La expedición del Princesa
la forman una lancha, el bote automóvil, dos botes y 43 marineros al mando del
alférez de navío Faustino Ruiz González. El cañonero Laya envía el bote automóvil, otros dos botes, y 17 hombres al
mando del alférez de navío José María Lazaga Ruiz-Fortuny. La gran mayoría de
hombres que han saltado el parapeto son alcanzados mientras descienden o cuando
llegan a la orilla, muy pocos son capaces de subir a las barcas. Queda claro
por los testimonios que ni Leopoldo ni el resto de oficiales han participado en
este precipitado intento de salvación. A pesar de que el fuego enemigo arrecia
sobre los botes causándoles bajas, se aproximan cuanto pueden, llevándose la
peor parte los hombres del Laya: el
alférez Lazaga recibe varios impactos de bala -la autopsia revelaría siete- y es
trasladado, gravísimo, a Melilla donde moriría dos días después; y 6 marineros
resultan heridos, entre ellos Matías Fernández que fallecería en el hospital
tras ser evacuado. Del Princesa resultan
otros 3 marineros heridos. La evacuación ha fracasado, a bordo de las lanchas tan solo han podido acogerse 20 hombres. Desde
la posición, el comandante Velázquez comprende que su suerte está echada, y ordena
suspender nuevos intentos. A partir de ese momento los navíos de guerra tan
solo pueden colaborar disparando sobre los flancos de la posición que resiste
sus últimas horas. A las 16.00 horas comunican que se están muriendo, no pueden
más, y hora y media más tarde emiten el último mensaje: “No nos dejéis morir”. Poco después el Princesa recibe un telegrama de
Berenguer, quien con harto dolor -dice- se ve imposibilitado de enviarles refuerzos
y les autoriza a parlamentar. Ignoro si en Sidi Dris llegaron a recibir dicha
comunicación o si para entonces ya habían sido asaltados, pero poco después, no
se escucharon disparos…
Los pocos supervivientes son
apresados. El soldado Albino Álvarez Fernández, de Ceriñola, ve el cuerpo
inerte de Leopoldo entre la alambrada y el parapeto, junto al capitán Benigno
Ferrer. El resto de oficiales seguirán idéntica suerte: el comandante Juan
Velázquez Gil Arana, capitán Sebastián Moreno Zumel, tenientes Ramón González Robes, Julio Borondo Sánchez, Federico García Moreno, José Quintero Ramos-Izquierdo, Juan Fontán Lobé, Antonio Gómez Maristany,
Antonio Rojo Peral, Luis Hermida Pérez y Felipe Acuña Díaz-Trechuelo, quien
había perdido también un hermano, capitán de Ceriñola. Junto a ellos muere la
mayoría de hombres. Entre prisioneros y salvados por los buques de guerra no
pasan de 60, cuando eran más de 300... Los rifeños asaltan la posición y de
noche disparan sobre los buques con los cañones del teniente Fontán, abriéndose
fuego desde el Princesa sobre los
restos del emplazamiento. Esa misma noche parten todas las embarcaciones hacia
Afrau, donde, por suerte, la evacuación se puede llevar a cabo, salvándose la
mayoría de hombres.
Tenientes José Quintero, Federico García Moreno, Ramón González Robles y Julio Borondo Sánchez. Todos, fallecidos en Sidi Dris |
Tras la debacle de julio, muchas madres
y padres desesperados llegaron a Melilla intentando saber algo de sus hijos, puesto
que en aquel momento no existía certeza oficial de la muerte de muchos de
ellos. Durante aquellos días emergió el término desaparecido, que se extendió como un reguero de pólvora por la
Península inundando de dolor los hogares de miles de familias que ya nunca más
supieron de sus hijos, hermanos, maridos o padres. Entre aquellas madres se hallaba
Amparo de Mera Martínez, cuyo único consuelo fue saber que los cuerpos de sus
hijos habían sido identificados y enterrados.
El amigo Driss Ben Said
Durante su estancia en Melilla,
Leopoldo -franco y de carácter afable- se relacionó con mucha gente. Sería
relevante el aprecio que tuvo por el hijo de un notable rifeño, Driss Ben Said.
El joven había recibido una esmerada educación en Fez -coincidió con Abd el
Krim- y posteriormente en Europa donde aprendió a dominar varios idiomas.
Enemistado con el Raisuni, fue
encarcelado en el penal de Chafarinas por dos años, confinamiento en el que
inició la traducción de El Quijote al
árabe. Tras ser liberado, el general Berenguer lo protegió y le ofreció un
puesto en la Secretaría Indígena de la Alta Comisaría. Poco después de ser
destinado a Melilla, Leopoldo conoció a Driss, con quien desde entonces
compartió su pasión por la literatura y una entrañable amistad.
El 22 de julio, Driss se hallaba
en Alhucemas negociando con Abd el Krim la explotación de los yacimientos
mineros de Beni Urriagel. De allí se trasladó inmediatamente a Melilla para ayudar
a los prisioneros españoles ofreciéndose a Berenguer para intermediar con el Jatabi. Fue él quien consiguió rescatar
el cuerpo del coronel Morales que se trasladaría posteriormente a Melilla, quien
dio tierra al comandante Juan Pedro Hernández -secretario de Silvestre- y quien
ayudó a repatriar varios grupos de mujeres y niños junto a soldados heridos,
entre ellos el sargento Miguel Mariscal de la compañía de Leopoldo. Consiguió
también que Abd el Krim admitiera su propuesta de concentrar a los prisioneros
españoles en Axdir, Annual y Sidi Dris. En este último lugar localizó el cuerpo
de su querido amigo Leopoldo, a quien halló junto a la alambrada, tal como
habían afirmado los testigos. Los prisioneros españoles enterraron en una fosa
común a los defensores de Sidi Dris, con las únicas excepciones de Leopoldo, cuyo
enterramiento quedó señalado, el teniente médico Luis Hermida y el también teniente Federico García Moreno. Posteriormente
se desplazó hasta Talilit, donde sabía que estaba destinado su hermano José,
para buscar sus restos. Los cuerpos de los dos hermanos Aguilar de Mera fueron localizados
e inhumados.
En junio de 1923, Driss Ben Said
murió en las inmediaciones de Tafersit mientras ayudaba a las columnas españolas
en su avance. El fallecimiento del joven Driss, de edad similar a la de Leopoldo
-se estima que había nacido entre 1890 y 1898-, fue muy sentido; fue enterrado
en Melilla con todos los honores y con asistencia de todas las autoridades
españolas.
Poco antes de cumplirse un año de
su muerte, se rinde a Leopoldo un primer homenaje en Melilla, una velada
necrológica organizada por el periodista y amigo Emilio Somoza Méndez, hermano
del capellán de Ceriñola. Durante la misma, leyó un discurso el famoso padre
Emiliano Revilla (Eloy Gallego Escribano 1880-1936), capellán del Tercio y
acompañante habitual de las tropas durante la campaña posterior al Desastre. En
el Ateneo del que Leopoldo formaba parte, trabajaban desde poco después de su
muerte en recopilar los ejemplares dispersos de la obra póstuma “El peso de la
corona”. De ello se encargó otro amigo fraternal del poeta, Emilio Sánchez Ferrer, director de Melilla Nueva, farmacéutico y destacado
miembro del Ateneo. De prologar la obra, que vería la luz a finales de 1922, se
hizo cargo el periodista y reportero de guerra Tomás Borras (1891-1976).
Registro del cementerio de Melilla. Leopoldo Aguilar de Mera |
A pesar de que poco después de
perderse el territorio se inició la campaña de reconquista, no sería hasta mayo
de 1926 cuando la columna del coronel Pozas reconquistara Annual; cinco años
después de su caída los soldados españoles pisan de nuevo las posiciones de la
circunscripción, entre ellas Sidi Dris. En 1926, entre los muchos batallones
expedicionarios repartidos por el territorio de Melilla, se hallaba el del
regimiento de Sevilla, uno de cuyos oficiales era Antonio Aguilar de Mera.
Enterado de la reciente conquista se le autoriza a ir a Sidi Dris, donde el 28
de junio, gracias a confidencias de lugareños, encuentra los restos de
Leopoldo, y los de José en las inmediaciones de Talilit, y con ellos regresa a
Melilla. El primero de julio los hermanos Aguilar de Mera fueron enterrados en
el Panteón de Héroes ante la asistencia, por parte de la familia, de Antonio,
Eugenia Aguilar y el marido de esta, ingeniero de minas Dionisio Recondo. Además,
en el cementerio había numerosas autoridades no solo del ámbito militar sino
también del resto de la sociedad civil de Melilla. Varias fueron las sagas de
hermanos que murieron en el Desastre de Annual, pero en ningún caso se pudieron
recuperar los restos de dos hermanos, salvo en el de los Aguilar de Mera. Días
después, el 11 de julio, se celebró en el Ateneo de Melilla -institución
presidida por Mariano del Pozo, antiguo comandante de ingenieros en 1921- otra
velada necrológica en honor de Leopoldo. En el discurso se recordaron con
tristeza y admiración la figura del joven poeta y la de su fiel amigo Driss,
gracias al cual se pudo dar sepultura a ambos hermanos. Peor suerte corrieron
los restos de los demás defensores de Sidi Dris; en 1925 la Marina
de Guerra francesa realizó maniobras (preparatorias del desembarco de Alhucemas) en el litoral marroquí disparando sobre la antigua
ubicación de la posición. Algunos de los obuses alcanzaron la fosa común, sobre
el acantilado, dispersando cientos de pequeños fragmentos óseos por la planicie
rojiza. Aún en el 2012 cuando visité aquel lugar, vi junto a mis compañeros
restos esparcidos de aquellos jóvenes, que en silencio nos afanamos en recoger y
enterrar con el mayor respeto.
Epílogo
Tras su caída en combate fueron
muchos los periódicos que anunciaron la muerte del teniente poeta. Antes de que
fuesen recuperados sus restos, hubo muchas muestras de admiración desde su
querida ciudad de Toledo hasta Melilla, donde pasó sus últimos años de vida.
Especialmente sentida fue la carta de Vicente Mena Pérez, amigo de la infancia
de Leopoldo, publicada en El Castellano
el 20 de agosto de 1921. En noviembre de 1922 se leyó en Melilla la que fue su
obra póstuma “El peso de la corona”, y en diciembre, el Ateneo rindió homenaje a sus
tres integrantes muertos en el Desastre: Leopoldo Aguilar y los capitanes Félix
Arenas y Víctor García Martínez, a quienes la Junta de Arbitrios dedicó sendas
calles, cuyos nombres conservan en la actualidad. En aquella conmemoración
recordó a Leopoldo el ateneísta y periodista melillense Nicolás Pérez
Muñoz-Sarasola y de la lectura de poesías de Leopoldo se encargó Carlos Marina
Malat, quien sería más adelante director artístico del Ateneo. En fecha
reciente -2014- el escritor toledano Juan Carlos Pantoja Rivero reunió una
colección de leyendas de su tierra, entre las que había unas cuantas escritas
por Leopoldo para la revista Toledo.
Varias son también las páginas web donde podemos leer algunas de estas leyendas,
como “Leyendas de Toledo” y “Misterios de Toledo”.
Jenaro Aguilar, el tercer hermano
de la promoción del 14, falleció en 1937 siendo capitán en la batalla de Mazucu,
en la sierra de Peñas Blancas. A título póstumo se le concedió la medalla
militar individual. No fue el único hermano fallecido durante la guerra, en
enero de 1937 Fernando Aguilar fue detenido por milicias republicanas sin que
nunca más se supiera de su paradero. La madre de todos ellos, Amparo de Mera,
murió poco antes del final de la guerra en Cabezarrubias del Puerto (en la
actualidad una calle del pueblo lleva su nombre), habiendo perdido cuatro hijos
en dos conflictos armados. De ella partió en 1922 la iniciativa de solicitar la
Cruz Laureada para Leopoldo, pero el juicio le resultó desfavorable por no encontrar
indicios de que fuera merecedor de tal condecoración. Antonio, quien había
recogido y enterrado los restos de sus hermanos, continuó su carrera militar,
falleciendo en marzo de 1986 siendo teniente coronel. Antonio había escrito
años antes la letra de una de las composiciones del maestro Solano.
Recientemente, poco antes de que
diera por finalizado este artículo, he recibido “El Caballero del Carmen” y pensé: qué mejor homenaje para Leopoldo que sumergirme en su lectura y finalizar este artículo con sus palabras sobre el aventurero Felipe de Arlabán:
“El más apuesto aventurero que golpeara a los cicateruelos de
Zocodover. De su espada, temida hasta de los malandrines nocherniegos, decíase
que fue por el diablo templada en la ribera del Tajo y que sabía cual ninguna
otra buscar el recto camino del enemigo corazón.”
Bibliografía
http://desastredeannual.blogspot.com.es/p/bibliografia-cronologica-de-leopoldo.html
Panteón de héroes, Melilla |
http://desastredeannual.blogspot.com.es/p/bibliografia-cronologica-de-leopoldo.html
Magnífica entrada, como es habitual, pero en esta queda clara constatación de aquello de que nunca la pluma embotó la espada.
ResponderEliminar¡Qué gran labor la de este blog!
Enhorabuena.
Muchas gracias por esta publicación, la he encontrado buscando información por quién creo que es antepasado mío, el teniente Alfonso Saborido que murió como usted cuenta en el desastre de Annual, muchas gracias.
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