Julio Castilla Perandrés. Un artillero en Igueriben. 21 de julio de 1921
A
Entre las tropas que defendieron Igueriben hasta límites inimaginables figuraban los artilleros de la 1ª batería ligera, uno de ellos fue el granadino Julio Castilla Perandrés. Recordar su sacrificio es también rememorar la gesta de todos los que sufrieron, murieron o pudieron escapar con vida de aquel infierno, preludio de la retirada de Annual. No cejemos en el empeño de recordar al olvidado.
Igueriben. 7 de junio-21 de julio de 1921 |
Julio Castilla Perandrés
Julio nació en Granada el 29 de enero de 1898. Era el hijo mayor del matrimonio formado por José Castilla Pérez y Filomena Perandrés Castillo. La pareja tuvo además de Julio a otros cuatro hijos. Al cumplir los dieciséis Julio y sus hermanos quedaron huérfanos de padre, desde entonces y como hermano mayor asumió una responsabilidad que queda plenamente demostrada en las cartas que escribió desde Marruecos. A pesar de ser huérfano no pudo librarse de cumplir el servicio militar y fue nombrado recluta perteneciendo al reemplazo de 1920. Fue filiado en la caja de Reclutamiento de Granada y el sorteo le deparó el más temido de los destinos, servir en Marruecos durante tres años. Una vez aprobado el cupo asignado fue destinado a Melilla donde serviría en el regimiento Mixto de Artillería. El 26 de febrero de 1921 una expedición formada por 1151 reclutas de la 2ª Región Militar (a la que pertenecía Julio) embarcó en Almería a bordo del vapor Vicente Puchol y llegaron horas después a Melilla. La mayoría de ellos nunca habían viajado en barco ni habían visto jamás un rifeño. Ambas experiencias eran habitual motivo de comentarios en la mayoría de cartas que los reclutas escribían a sus familias.
Julio Castilla Perandrés |
Al llegar a Melilla fueron asignados a sus respectivas unidades y 81 de aquellos reclutas andaluces engrosaron las filas del Mixto de Artillería. Julio Castilla y otros 15 compañeros de viaje fueron designados al Grupo Ligero del Regimiento. Dos días después de llegar escribió a su madre la primera carta, fechada el lunes 28 de febrero. Por entonces los reclutas ya se hallaban en el periodo de instrucción que se prolongaría durante más de dos meses. Para la formación de los reclutas del Mixto se designaron al comandante Palacios, capitán De La Paz (futuro jefe de Julio en Igueriben) y 1 oficial, 1 sargento, 1 cabo y 2 artilleros por cada una de las 9 baterías.
“Quieren enseñarnos pronto para llevarnos a los campamentos, pero no tenga V. pena por eso pues dicen que no pasa nada más que mucho trabajo, iremos pasando el tiempo con paciencia”
Julio describe en sus cartas los primeros días con la monotonía cuartelera, se levantan a las 6 de la mañana y se acuestan a las 8. Desayunan café y comen muy temprano sopa y cocido, por la tarde reciben dos chuscos de pan. Para combatir el frio del cuartel duermen con camisón y calzones blancos. Por entonces muchos de ellos se fotografían en los estudios melillenses luciendo sus impolutos uniformes caquis. Tras el primer periodo de instrucción y después de haberse incorporado la mayoría de reclutas se inicia la vacunación de las unidades. De ello se encarga la jefatura de Sanidad cuyo jefe, coronel Triviño, emite la normativa. Para evitar que las vacunas causaran mella en las unidades se las inyectaban en sábado, consiguiendo de esta manera que tuvieran algún día de descanso para evitar los efectos secundarios. Finaliza la instrucción con los ejercicios de tiro y para los artilleros enseñanzas más propias de su futuro cometido.
La 1ª Batería Ligera
Tras superar el periodo de formación a Julio Castilla le destinan a la 1ª Batería Ligera del regimiento Mixto de Artillería. Según consta en la documentación de la unidad la componen además de los oficiales 133 artilleros. Durante los primeros meses de 1921 la batería al mando de su capitán se halla en Kandusi hasta que el de 10 de marzo son enviados a Ben Tieb de donde continúan hasta Annual tomando parte el 12 de marzo en la conquista de Sidi Dris. Posteriormente vuelven a Kandussi donde permanecerán hasta el 1 de junio fecha en la que parten de nuevo en dirección Annual. En abril se había producido el relevo en la jefatura de la batería, desde el día 1 la manda el capitán Federico de la Paz Orduña junto a los tenientes Julio Bustamante, Ruiz Feigenspan y Lorenzo Ayala Solano. El día 7 de junio toman parte en la conquista de Igueriben siendo la 1ª batería la designada para quedar de posición. Julio Castilla y sus compañeros tuvieron que realizar un considerable esfuerzo para llevar a lomo las piezas hasta la amarillenta colina donde quedarían sellados sus destinos.
Debido al revés que supuso la pérdida de Abarrán el 1 de junio, se decidió
que en la conquista de Igueriben participará una importante masa de tropas el
frente de la cuales se situó al general Felipe Navarro. La 1ª batería ligera
participó al completo (englobada en la columna que mandaba el teniente coronel
Alcántara de Ceriñola), tanto artilleros como ganado. Sin embargo una vez
enfiladas las 4 piezas solo quedaron de servicio el capitán De la Paz, teniente
Julio Bustamante, sargentos Antonio Villalba Niza, Fernández Murillo, 6 cabos y
23 artilleros de 2ª, entre los que se hallaba Julio Castilla Perándrés . El
resto de fuerzas junto al ganado volvieron a Dar Drius el mismo día 7 de junio.
Las tropas de artillería ocuparon dos tiendas situadas tras los cañones que
servían (4 piezas Schneider de
1ª Batería Ligera del Regimiento Mixto de Artillería |
Las
condiciones de defensa de la posición eran adecuadas, según el alto mando, pero
la realidad era que no disponían de aguada próxima (se hallaba a
Melilla 25 de junio de 1921
Escribe Julio desde Igueriben aunque el encabezamiento indica Melilla, lleva en la posición 18 días. Lejos de estremecer a su madre con relatos de los combates acaecidos días antes su carta le trasmite tranquilidad y no hay mención alguna al cercano peligro.
La realidad era que además de día 16, la batería (según consta en la hoja de servicios del capitán De la Paz) abrió fuego contra concentraciones rifeñas los días 14, 16, 17 y 19 de junio. Por otra parte en los diarios de campaña de la Comandancia se consignan diversas confidencias del mes de junio que podían afectar a los defensores de Igueriben. El día 11 se divisaron núcleos enemigos en perfecta formación en el sector de Tizi Asa. El 15 se añade que forman la Harka dos contingentes de tropas, el primero al mando de Abd el Krim y formado por 3000 hombres se halla en Amesauro, muy cerca de Igueriben. El diario recoge también confidencias en el sentido de posibles ataques al convoy de Igueriben los días 26 o 27 de junio. Ciertas o no las confidencias señalaban una importante actividad en torno a las posiciones avanzadas, una de las cuales era Igueriben.
Fragmento de la carta escrita el 25 de junio desde Igueriben. |
Ni la actividad bélica ni otros contratiempos se reflejan en la carta de Julio que en todo momento tranquiliza a su madre. Tan solo resaltar un aspecto que si preocupa a Julio y del que deja constancia:
“De lo que dice usted que no se
retrasa en escribir, pues la creo pero la mitad de las cartas no las recibo
porque se pierden, tan solo he recibido en un mes una porque en algunos sobres
no vienen las señas bien puestas”.
El correo era sin duda un consuelo para las tropas en campaña y a pesar de
que se intentaba que las cartas llegaran a sus destinos el frenético ritmo de
la campaña con constantes cambios de destino complicaba el correcto
funcionamiento del servicio. Por suerte para Julio sabía escribir y eso
facilitaba la comunicación con la familia, aunque en ocasiones tal y como
escribe Julio “No hay sellos, ni papel”.
Como es habitual en sus cartas no se olvida Julio, en su condición de
hermano mayor, de preocuparse por sus hermanos y les conmina a seguir
estudiando, a Manuel le escribe: “Me hace
usted el favor de decirme si sigue yendo a la escuela Manuel, porque cada vez
que me escribe lo hace peor, haber si tiene cuidado que algún día se alegrará”.
Dura, muy dura resultaba la vida para todos aquellos soldados destinados en
inhóspitos campamentos, faltos de condiciones de higiene, de buena
alimentación, lejos de sus pueblos, de sus seres queridos. “Den eso que se pasan los meses como el agua, será en otra parte, pero aquí no”.
Morir en Igueriben
El mes de julio se inicia con cañoneo para cubrir el convoy de Annual, desde ese día se produce actividad bélica los días 4, 6, 7, 9, 11, 12, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20 y 21. Especialmente dura fue la última semana en la que no cesó el fuego ni un solo día, con el consiguiente deterioro físico que suponía para los defensores. Sirva como ejemplo que el 14 de julio, según figura en la hoja de servicios del capitán Correa, se soportaron nueve horas de fuego continuado. Ésta fue en esencia la rutina de la posición; calor, sed, piojos, parapeto y más parapeto, falta de sueño y aislamiento. Lo catastrófico fue que el sufrimiento fue in crescendo a medida que se adentraban en el mes de julio, entonces, todos, desde el comandante hasta el corneta, tuvieron que sufrir lo indecible. El 10 de julio se realiza el cambio en la jefatura de la posición y asume el mando el comandante Julio Benítez Benítez, no consta hasta ese momento que se hayan producido bajas por disparos entre los defensores.
El domingo 17 de julio fue un día que quedó marcado a fuego en la defensa
de Igueriben y de los pocos supervivientes. Se producen las primeras bajas
mortales, sargento de infantería Amado Antón de Cisneros y soldado de
infantería Ramón Pérez Rodríguez, ambos serán enterrados precariamente en el
interior de la posición. Llega a la posición un convoy que junto a las tropas
de artillería e intendencia quedarán junto a los defensores, el convoy de
intendencia lleva consigo las últimas cubas de agua que beberán los defensores,
después nada. Pero lo peor es que dan comienzo las 120 horas de sufrimiento que
conducirán a la caída de Igueriben.
Desde entonces los soldados y oficiales se verán obligados a beber cualquier líquido disponible, conservas, vinagre, café, tinta, colonia, y en último término sus propios orines mezclados con azúcar. Por lo tanto, la deshidratación que sufrieron fue severa, y todos padecieron las diferentes fases que comporta soportarla; mareos y náuseas, fatiga, aumento de la temperatura, enrojecimiento de la piel y calambres en una primera fase que darían paso a fuertes dolores de cabeza (como los que parece sufría el comandante Benítez), falta de aliento, hormigueo en piernas y brazos, y la horrible sensación de sentir la mucosa de la boca seca y la lengua hinchada.
Capitán Federico de la Paz Orduña Jefe de la 1ª Batería Ligera. Muerto en Igueriben |
En los peores momentos, y tras días de privación y sufrimientos, aparecerían otros efectos como la sordera, el oscurecimiento de la visión e incluso, la pérdida del conocimiento y, en algunos casos, la razón. Ante tal cantidad de padecimientos no sería extraño que decayera la moral, sintieran miedo, desamparo y hasta tuvieran ganas de llorar, pero hasta ese punto fueron vetados, ya que la deshidratación extrema conlleva la dificultad de producir lágrimas. Según los estudios realizados sobre los efectos de la falta de agua en los seres humanos, la presencia de esta sintomatología, si no se trata rápidamente, puede llevar al individuo a sufrir un colapso cardiovascular –shock- y a la muerte.
Pero no fueron los síntomas fisiológicos los únicos que les tocó vivir, a ellos tuvieron que añadir los efectos psicológicos que, no por menos conocidos, eran menos destructores; lo que hoy llamamos estrés por combate, aunque entonces llamara poco la atención de los médicos, y, en segundo lugar, un torturante miedo a morir que aumentaría, de manera considerable, las probabilidades de sufrir estrés postraumático. En realidad, en las guerras es precisamente eso lo que se pretende: infringir las condiciones más penosas al enemigo para quebrantar su moral, y conseguir que perciba que no puede hacer frente a la amenaza externa inminente, de manera que, como decimos coloquialmente, se dé por vencido.
Finalmente, en el plano
emocional, a medida que pasaban los días y aumentaba la tensión, el combatiente
podía sentir una mayor irritabilidad y hostilidad ante los acontecimientos
adversos. El mal olor, la miseria, los piojos, la suciedad y el sentirse
desamparado causaban verdaderos estragos, pero, sin duda, la carencia más importante era la afectiva;
el recordar a los seres queridos con el dolor de saber que no se los volverá a
ver, el sentimiento de pérdida para siempre de la novia, los hijos, la madre o
el padre... ¿Quién es capaz de medir la
intensidad de este sufrimiento?
Cuesta imaginarlos de otra manera que no sea un anticipo de cadáver.
A pesar de todos los esfuerzos que se llevaron a cabo desde Annual, se intentó en tres ocasiones hacerles llegar el convoy, no hubo forma humana de sortear la tozudez defensiva de los rifeños y al mediodía del 21 tras recibir la autorización el comandante Benítez decide abandonar el reducto.
Julio Castilla y sus compañeros abandonan la posición cuando ya no quedaba ninguna granada que disparar. Inutilizaron los cierres de los cañones y a la carrera intentaron a todo trance llegar hasta Annual. Mueren junto a las alambradas los dos oficiales son los únicos de los que tenemos constancia. Del resto de artilleros mueren los dos sargentos, cuatro cabos y 20 artilleros, entre ellos Julio Castilla. 28 muertos de un total de 33, lo que supone que la mortalidad se elevó hasta un letal 85 %. Solo pudieron escapar con vida los cabos Sánchez Cortés y Domingo Iglesias del Río junto a los artilleros Antonio Andreu Modol, Manuel González de la Cruz Ramón Moreno Blasco (que fue apresado y conducido al cautiverio). Entre el resto de defensores la mortalidad alcanzó similares y mortales cotas. El 17 de julio contando a las tropas de intendencia y artillería incorporadas a la posición los efectivos ascendían a 316 hombres. De ellos murieron 248, lo que supone un escalofriante 78,48 % del total. En cuanto a los supervivientes he contabilizado a 69 de todas las unidades, de los cuales 26 fueron apresados (seis de ellos morirían en cautividad).
Relación de muertos de la 1ª Bateria Ligera |
Los restos de los defensores
Al producirse la evacuación, la muerte les fue alcanzando a medida que se alejaban de Igueriben, de manera que resulta prácticamente imposible saber donde murió Julio Castilla o cualquiera de sus compañeros. Los restos de todos ellos quedaron esparcidos en las inmediaciones de la posición, a la intemperie hasta muchos días después. A pesar de que existen discrepancias sobre el lugar de los enterramientos he podido reconstruir en parte quien los enterró, cuando y donde. Tras la retirada de Annual el 22 de julio el campamento queda abandonado y es allí donde los rifeños concentraron a los soldados que han sido capturados en diversos lugares. Para organizar en parte la rutina de campo de prisioneros se decidió repartir las diversas actividades entre los sargentos de presentes. Uno de los cometidos más importantes era dar tierra a los centenares de muertos que jalonaban el camino a Melilla, nombrándose para ello a cuadrillas de prisioneros enterradores. A Igueriben pudieron llegar casi tres meses después del aquel triste 21 de julio. Comandaba el pelotón de enterradores el sargento de artillería Alfonso Ortiz Martínez junto a un indeterminado número de soldados. Enterraron en las inmediaciones de la posición los cuerpos de cuantos encontraron y que no pudieron identificar. Junto a la fosa se dio tierra al comandante Julio Benítez, capitán Federico de la Paz y teniente Julio Bustamante, que fueron los únicos que pudieron reconocer. No olvidemos que por entonces el ejército español no disponía de placas de identificación y los cuerpos estaban muy descompuestos. Habían permanecido a la intemperie casi 90 días. El sargento Ortiz y sus compañeros regresaron al campamento de Annual, Ortiz fallecería meses después víctima del tifus que asoló el campamento de prisioneros, dejó un excelente recuerdo entre sus compañeros por su bondad y valor.
Durante cinco años el enterramiento permaneció en silencio y esperando a que las tropas españolas reconquistaran el territorio, circunstancia que se produjo en el verano de 1926. Entonces se decidió exhumarlos, en principio fueron enterrados en Annual pero en septiembre se decidió darles digna sepultura en Melilla. Los restos fueron depositados en dos cajones y fueron enterrados en el panteón de héroes el 14 de septiembre de 1926. Junto a los defensores se enterró al comandante Julio Benítez, cuya viuda pagó la lápida que hoy en día se conserva. Entre sus compañeros de fatigas, sufrimiento y dolor descansa desde entonces el cuerpo del artillero Julio Castilla Perandrés, de cuya muerte hoy 21 de julio, se cumplen noventa y nueve años.
Panteón de Héroes, cementerio de Melilla. Restos de los defensores de Igueriben y del comandante Benítez. Prefirieron morir a rendirse |
Documento Gráfico
Relación de componentes de la 1ª Batería Ligera. Señalado Julio Castilla |
Registro del cementerio de Melilla. 14/09/1926 |
Entierro de los restos de los defensores |
Certificado firmado por el coronel Joaquín Arguelles. Se señalan los haberes pasivos del artillero desaparecido Julio Castilla Perandrés. Melilla 08/10/1922 |
Bibliografía
Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 1ª Parte
Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 2ª Parte
Sufrir, morir y vivir en Igueriben, 3ª Parte
Luis Casado Escudero. Igueriben. Relato autentico por el único oficial superviviente
Agradecimientos
A Carolina Castilla Vega, sobrina nieta de Julio Castilla. Gracias por enviarme las cartas, la fotografía, los documentos y sobre todo por mantener viva la memoria de tu tío abuelo.