lunes, 17 de octubre de 2011

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 3ª parte

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 3ª parte

Morir


Para mostrar las dificultades a las que nos enfrentamos al intentar saber a ciencia cierta cuántos de aquellos hombres murieron durante el cerco tras la evacuación, y qué fue posteriormente de sus restos, he recurrido a la correspondencia que María Orduña Odriozola sostuvo para conocer el paradero del cuerpo de su hijo, el capitán Federico de la Paz. La primera notificación oficial que recibió la familia fue un telegrama que el Ministerio de la Guerra remitió a su viuda, Lola Bergés Canseco, que en aquellos momentos residía en Valladolid junto a Marisa, la hija de ambos. El telegrama indicaba que se le comunicara a la viuda del capitán que el cadáver de Federico había sido identificado en un lugar próximo a la fosa del capitán Salafranca, en Annual, junto a los de otros oficiales.

“S.M. El Rey ordena le comunique que según datos ministerio guerra, el capitán Federico de la Paz Orduña del regimiento Mixto Artillería Melilla ha sido identificado su cadáver en lugar próximo a la fosa del capitán Salafranca en Annual, según carta del sargento Vasallo al comandante militar de Alhucemas. Comuníquenlo a María Dolores Bergés que vive en Valladolid...”

Lola y Marisa. Mujer e hija de Federico de la Paz
Nunca, hasta hoy, había podido tener entre mis manos uno de aquellos funestos telegramas que el Ministerio de la Guerra enviaba a las familias de los muertos en combate. Si la familia se hubiera resignado al recibir aquella comunicación, no hubiéramos sabido nada más sobre Federico, pero María Orduña, madre de los capitanes De la Paz, demostró durante años una gran tenacidad y no cesó de buscar, aunque, finalmente, resultara ser una búsqueda infructuosa. En segundo lugar, conoceremos más detalles sobre Federico y lo ocurrido en Igueriben gracias a la instancia que cursó su mujer, Lola Bergés, para que le concedieran la Laureada a su marido, el 5 de agosto de 1921. La familia ha sabido guardar con celo tanto las cartas que recibió María Orduña, como el resultado de la investigación para la que en un principio fue designado como juez instructor el comandante de África 68 Sánchez Ledesma.
El telegrama sin duda proviene de la información que el sargento Vasallo logró notificar al comandante militar de Alhucemas, coronel Civantos, y que fue comunicado a las familias queriendo dar el asunto por zanjado. Sin embargo, algo no debía cuadrar cuando la madre de los capitanes De la Paz inició la búsqueda de sus hijos, que le deparó informaciones completamente diferentes a la que se contemplan en el telegrama enviado a Lola Bergés.
La primera carta de las que tenemos constancia que María Orduña escribió, la dirigió al ya teniente Luis Casado Escudero, el 12 de octubre de 1921, y fue contestada por éste, doce días después. En la misiva recuerda la abnegación y entereza con la que Federico se comportó en Igueriben, su carácter bondadoso y alegre, y la valentía que derrochó durante el cerco. Algunos de estos detalles ya habían llegado a oídos de la ciudadanía gracias a los supervivientes que pudieron escapar y llegar a Melilla. Casado no vio morir a Federico, su sección fue designada para cubrir una loma próxima, y los artilleros se harían cargo de la retaguardia de la desesperada retirada. La unidad de Casado fue casi aniquilada y él, herido y sin conocimiento, fue dado por muerto. Al día siguiente, cuando en Annual se desata la tragedia, el joven oficial ya prisionero, es obligado a volver a Igueriben junto a un número indeterminado de soldados. En las alambradas, fuera de la posición, ve el cadáver de Federico junto al del también artillero Julio Bustamante; Pobrecillos, eran dignos de mejor suerte, escribe Casado. Según su testimonio, los cadáveres quedaron insepultos en el mismo lugar donde les abrazó la muerte. Posteriormente, este grupo de prisioneros sería llevado hasta Annual, desde donde los trasladarían a la guarida de El Jatabi en Axdir.
En su siguiente carta María escribe al campamento de prisioneros, dirigiéndose al soldado de San Fernando, Julián Sosa Villalba. La respuesta de Sosa se produjo el 8 de febrero de 1922, tras siete meses de cautiverio en duras condiciones, y con ella se inicia el baile de contradicciones. Julián, según escribe, junto al también prisionero Felipe Alloza, enterró en las inmediaciones de las posiciones Intermedias el cuerpo del capitán Miguel de la Paz, desaparecido el día 22 en Annual, hacia el 28 de julio, y aseguraba que fue correctamente identificado. En cuanto a Federico, Julián indagó entre sus compañeros de cautiverio y localizó a uno de los enterradores: el soldado del Parque de artillería Francisco Capel Girón. Éste contó a Julián que el cadáver de Federico, junto a los de los oficiales Bustamante, Nougués y el de Benítez, se hallaba en una fosa situada a un kilómetro de las alambradas de la posición, en un montículo y que su sepultura fue cercada por un pequeño parapeto de piedras. En otras dos fosas, se depositaron los cuerpos de más de doscientos soldados.


Carta de Julián Sosa. 08 de febrero de 1922
De ser cierta esta información, no lo habría sido la que Vasallo comunicó al comandante de Alhucemas y, por consiguiente, la que se transmitió a las familias, ya que los cuerpos estarían enterrados en Igueriben, y no en Annual,  donde se hallaba la tumba del capitán Salafranca. El soldado Sosa no pudo continuar su correspondencia con María Orduña ya que falleció víctima de la miseria y las enfermedades propias del cautiverio, el 12 de marzo, tan solo un mes después de contestar a su carta. Tras producirse la liberación de los prisioneros, María retoma el hilo de su búsqueda y escribe al que fue asistente de Federico, y que, por tanto, se hallaría junto a él cuando murió en Igueriben: Ramón Moreno Blasco, quien, desde el hospital de Melilla en el que se halla ingresado, contesta a María el 7 de febrero. Federico de la Paz, poco antes de abandonar la posición, dice a Ramón sus últimas voluntades: debe entregar a Lola, su mujer, una carta y mil pesetas que lleva encima, correspondientes a los haberes recibidos durante los meses de junio y julio. Ramón no pudo hacerse cargo de la carta ni del dinero porque fue herido y posteriormente, hecho prisionero. Tres meses después de aquel 21 de julio, añade en la carta, fue conducido hasta Igueriben un pelotón de soldados españoles al mando del sargento Alfonso Ortiz, de la 6ª batería de montaña en Kandussi. Ramón reconoce el cuerpo de su capitán, y aporta otra versión sobre el enterramiento: se le inhumó solo, vestido, y aquellos hombres, cautivos, que debían enterrar a tantos compañeros caídos, tuvieron un pensamiento para su familia y, momentos antes de darle tierra, recogieron algo suyo para podérselo entregar como recuerdo de Federico, haciéndose cargo de ello el sargento Ortiz. Ramón afirma que Federico estaba junto a un teniente del parque de artillería. Alfonso Ortiz Martínez tuvo, durante el cautiverio, un ejemplar comportamiento; se prodigó tratando a los enfermos de tifus, se negó a instruir en el manejo de los cañones a sus carceleros, y hasta escamoteó los percutores de 22 piezas de artillería para que no pudieran ser utilizadas por los hombres de Abd el Krim. Ortiz falleció en cautividad el 7 de abril de 1922 en los brazos de Vasallo, a quien entregó sus escasas pertenencias entre las que se hallaban los percutores y el recuerdo de Federico que él había guardado, según reza en la carta de Ramón Moreno.  

Urda, Toledo. Boda del sargento Vasallo en 1923
No sería hasta el 10 de febrero de 1923, tras la liberación, cuando María recibiría la carta de Francisco Vasallo. Según su primera información, conforme a la cual se había escrito el telegrama, los cadáveres habían sido enterrados en Annual, sin embargo, en la carta que él mismo remitió a María afirma que Federico fue encontrado sin sus ropas, lo que contradice lo dicho por Ramón Moreno, y fue enterrado en un panteón visible, en Igueriben, junto a Benítez, Bustamante y Nougués. Según el suboficial, el panteón sería visible cuando se reconquistara la posición, y se podrían reconocer los restos porque, sobre su pecho, se situó un bote de conservas con un papel donde indicaba su nombre. Nada le entregó Ortiz que perteneciera a Federico, Vasallo respondía así a la reclamación de María de aquello que recogieran de su hijo antes de enterrarlo.
Tengo ante mis ojos las tres cartas que recibió aquella desconsolada madre; ¿qué pensaría ella ante las contradicciones que entrañan las informaciones que aporta cada una, imposibles de contrastar, ahora y entonces? Las tres preguntas que me hice al iniciar esta investigación, se van a quedar sin una respuesta clara, igual que quedarían para María: quién enterró a Federico, dónde fue enterrado y con quién. Tal vez la cuestión más clara sea el lugar donde fue enterrado ya que, obviando la información del telegrama, las tres cartas indican que fue en Igueriben, y allí es donde, según las informaciones de prensa, se le encontró en el verano de 1926 tras la reconquista de Annual. Saber con quién fue enterrado resulta más complicado, ya que si hubiera sido junto al resto de oficiales que se citan, parece lógico pensar que así hubieran sido trasladados al cementerio de Melilla, sin embargo, sus restos reposan en un nicho individual, de igual forma que los de Bustamante a su lado, mientras el resto de defensores están en una fosa común junto a Benítez. Todavía hoy, hay quien cree que parte de los restos de los defensores se hallan en la falda norte de la montaña sin haber sido exhumados. En el registro del cementerio de Melilla consta la entrada, el 14 de septiembre de 1926, de dos cajones de restos pertenecientes a los defensores junto al comandante Julio Benítez, aunque no consta cuántos cuerpos se hallaban en aquellos dos cofres transportados desde Annual. Los restos fueron enterrados en el Panteón de Héroes en la fila 5 número 8, siendo la entrada rubricada por el capellán del cementerio Francisco Ontiveros.


Registro cementerio de Melilla
No parece haber dudas entre los testigos respecto a cómo cayó el capitán De la Paz el día 21 de julio. Cuatro de los catorce supervivientes que declaran dan detalles acerca de la muerte de Federico: el soldado Aquilino Echevarría, el sargento Hermenegildo Dávila, el cabo Miguel Sánchez Cortés y el oficial Luis Casado Escudero. Aquilino Echevarría queda, tras la orden de evacuación, junto a un grupo de artilleros y ceriñolas formando guerrillas, intentando inútilmente mantener una postrera resistencia que solo serviría para que se pudiera salvar alguno de ellos. Los hombres caen, y Echevarría, viéndolo todo perdido, se dirige a Federico diciéndole: mi capitán nos van a hacer pedazos, será mejor pegarnos un tiro, a lo que el artillero, con las que podrían ser sus últimas palabras, contesta: Eso, no, se muere matando. Poco después ambos caerían tras una descarga que ocasionaría la muerte a Federico, y dejaría herido a Echevarría, quien tras precipitarse hacia un barranco lograría, junto a otro compañero, alcanzar Annual. Antes de perder de vista aquel maldito lugar pudo ver cómo los rifeños se abalanzaban sobre el cadáver del capitán. El sargento Dávila y el artillero Sánchez Cortés declaran que vieron al capitán partir con un hacha los rayos de las ruedas de sus cañones, después de que los artilleros supervivientes hubieran inutilizado los cierres. Posteriormente, abandonan la posición y al iniciarse la retirada, queda Federico en la retaguardia y recibe, según refiere Sánchez Cortés, un disparo que rompe sus prismáticos, lo derriba y, aunque se repone inmediatamente, al poco de salir del campamento es herido de muerte. Luis Casado Escudero también declaró a favor del capitán afirmando que hasta el último momento aguantó sin abandonar su puesto, y en la lucha cuerpo a cuerpo cayó muerto. Ninguno de ellos menciona junto a quién murió Federico que, parece, debía hallarse junto a Bustamante, según el testimonio de los enterradores. Pero todos ellos coinciden en que falleció en las inmediaciones de la posición, y ninguno dice que se suicidara, tal como se afirmaba en el telegrama que Silvestre envió a Berenguer poco después de la caída de la posición.

Panteón de héroes. Fotografía de José Linares C.
Por lo tanto, allí fue donde tres meses más tarde lo encontraron los hombres que, al mando del sargento Ortiz, fueron a enterrar a sus compañeros. Y si en aquel lugar lo hallaron, es más que probable que allí lo inhumaran, y no en Annual, como anunciara el telegrama que su viuda recibió en Valladolid. No hubo en aquel lugar presencia española hasta que en la primavera de 1926 la columna del coronel Pozas recuperó el territorio perdido casi cinco años atrás. La única excepción se produjo en julio de 1924, al cumplirse tres años de los sucesos de julio, cuando la escuadrilla de caza que mandaba el capitán Ortiz Echagüe sobrevoló Igueriben y arrojó rosas rojas sobre los restos del corralito de Benítez. Ese verano, coincidiendo con la visita de Primo de Rivera, se celebraron muchos actos en recuerdo de las víctimas del Desastre; se le impuso la Laureada a Vázquez Bernabeu; Mariano Benlliure regaló una estatua al regimiento de Alcántara que se guardó en la sala de estandartes, y, a iniciativa de los tenientes coroneles Pareja y Franco, se celebró en Melilla una misa en recuerdo del general Fernández Silvestre.
Sobre la muerte de Benítez se coincide plenamente en que aguantó tras el parapeto hasta el final y abandonó el último la posición. Para concederle la Laureada declararon a su favor 1 teniente, 1 sargento, 1 cabo y 4 soldados. También lo hicieron el coronel Argüelles y los comandantes Alzugaray, Manuel Llamas, Gonzalo Écija y Alfaro Páramo. En primera instancia se designó juez instructor al comandante Luis Angosto Palma (tío carnal del laureado capitán del tercio Félix Angosto), que inició su investigación en octubre de 1921. Emilio Alzugaray afirmó que, desde Annual, observó que la retirada se efectuó de manera ordenada, y que vio caer herido a Benítez y al levantarse recibió otro disparo que le causaría la muerte. A pesar de que ningún testimonio dejaba lugar a dudas, se tardarían casi cuatro años antes de concederle la Cruz de San Fernando (31-12-1924), y más tiempo aún en concederle el ascenso a teniente coronel por méritos de guerra (11-02-1925).


Panteón de héroes. Fotografía de José Linares C.
La tercera muerte que se reconoció oficialmente, porque fue objeto de investigación, fue la del teniente Justo Sierra Serrano. Con el objeto de que su mujer, Remedios Salas, pudiera recibir la pensión de viudedad, se abrió una investigación para determinar con exactitud si había fallecido o no. Testigos de su muerte a quinientos metros de la alambrada fueron Dávila, López Prada y dos supervivientes que se hallaban en el grupo que pretendía alcanzar Annual.
También se investigó la muerte de Arturo Bulnes ya que fue propuesto para el ingreso en la Orden de San Fernando. Se ha escrito que, en el último momento, se dirigió a su tienda para vestir su uniforme de gala pero no creo que esto sea probable. A su favor declararon Casado Escudero y algunos supervivientes aunque, finalmente, no prosperó la petición. Se solicitaron tantas Laureadas, que da la impresión que se tomó la decisión de conceder, de manera salomónica, una a infantería (Benítez), otra a caballería (Cebollino) y la tercera a artillería (De la Paz). Tiempo después, cuando se inauguró el monumento a Benítez y a los héroes de Igueriben, el teniente Casado se dirigió al alcalde de Málaga para que éste solicitara al Rey, se dignase conceder una medalla conmemorativa y colectiva a todos los defensores de Igueriben, sugiriéndole que podría ser una rama de laurel y otra de palma formando círculo, en cuyo centro figurara en letras rojas la inscripción: “Los de Igueriben mueren pero no se rinden”. La iniciativa de Casado no prosperó, como tampoco lo hicieron prácticamente ninguna de sus peticiones: Medalla de Sufrimientos, Laureada de San Fernando, o ser citado como distinguido en la relación que se publicó en 1925.


Primera ubicación del monumento a los héroes de Igueriben en Málaga
Hasta Melilla se desplazó, buscando noticias de su hijo, el coronel ya en la reserva, Arturo Bulnes, y también el que hubiera sido su suegro, jefe del regimiento de Borbón de guarnición en Málaga, pero no consiguieron saber más allá de lo que ya se había dicho. La madre del capitán, enferma y postrada en una silla de ruedas, pasó a engrosar la larguísima relación de madres afligidas que nunca más supieron de sus hijos. Cuando murió Arturo Bulnes, faltaban tan solo 17 días para que se hubiera casado en Málaga con Rosa María, para lo que ya tenía autorización real, habiéndose previsto que su compañía quedara al mando de Justo Sierra, quien ya lo había comunicado a su familia en el mes de junio. Algunos testimonios le sitúan como el último oficial que quedó en pie, sable en mano. Ignoro si se pudo recuperar, como pretendieron sus compañeros de Ceriñola, el sable que al parecer quedó en manos del enemigo, y que proyectaban luciese en el Museo del Arma, donde se pueden contemplar algunas armas de oficiales muertos durante el Desastre (Alberto Escrich, García Agulla, Prieto Rodríguez, Quintero Ramos, Ricardo Vivas, y Antonio Moreno), así como el uniforme de gala de Julio Benítez.
Casado Escudero nos ha dejado testimonio de la muerte de algunos defensores de Igueriben. El sargento Armando Antón de Cisneros fue el primer caído durante el asedio el 17 de julio, día en que se realizó la primera tentativa para socorrerlos, y poco después falleció el soldado Ramón Pérez Rodríguez. Al sargento lo pudieron enterrar al día siguiente junto al soldado, siendo, ellos dos, los únicos defensores que recibieron sepultura durante el cerco. Casado también recuerda al corneta Pablo Cantalicio, a Julián Muñoz Fontiñan y poco más. El resto de los hombres murió anónimamente durante el asedio o el día de la evacuación, sin que haya sido capaz de encontrar más datos que algunas reseñas poco destacables. A los malagueños Alonso Sánchez Rodríguez y Bartolomé Moreno Barroso, nacidos en Jimera de Libar, quisieron recordarlos sus paisanos y, en 1927, a una de las calles del bello pueblo de la serranía de Ronda se le dio el nombre Héroes de Igueriben, que aún se puede ver en una lápida conmemorativa. Muchos pueblos de España perdieron algunos de sus hijos en el Desastre: cuatro de los quintos de Tobarra, Albacete, murieron aquel verano del 21; uno de ellos, Mariano Bleda Carretero, fue uno de los defensores de Igueriben. Al igual que me ocurrió al investigar sobre los cazadores de Alcántara 14, no he sido capaz de encontrar más que vagas referencias que recuerden el sacrificio de aquellos hombres. Tan solo en algunos periódicos como El Castellano, se organizó una oficina de información que pudiera calmar las ansias de las familias desconocedoras del paradero de los suyos, pero lo cierto es que, tras la evacuación, sus cuerpos se pudrieron al sol del Rif, sin que nunca más se supiera de ellos. El gobierno, unos días después de ocurrir el Desastre, aprobó una circular donde se reconocía la importancia que tiene, en caso de guerra, la identificación de las bajas producidas en los combates, y puso en marcha la creación de la medalla de identidad del ejército español, que se fabricaría en la Fábrica Nacional de Armas Blancas de Toledo, remitiéndose en lotes sucesivos a las comandancias de Melilla, Ceuta y Larache. Demasiado tarde para nuestros soldados destinados en la Comandancia de Melilla en 1921. Prácticamente ninguno pudo ser reconocido.


“Porque hoy todos son ya lo mismo
ganadores, perdedores, bellos, feos
héroes, cobardes, jóvenes o viejos
tontos, listos, son solo una cosa:
idéntica expresión de lodo y tierra
de polvo y ceniza, y sombra, y nada.”

Jaime Alexandre


Restos de soldados españoles en Arruit
Días antes, y durante el segundo periodo de mando en Annual del coronel Argüelles (del 2 al 19 de julio), el general Fernández Silvestre le ordenó tener preparada en todo momento, una columna que pudiera tanto socorrer a las posiciones que se vieran en peligro, como rechazar los ataques del enemigo sobre Annual. El primer jefe de esta columna provisional fue el teniente coronel Marina, de Ceriñola, que fue posteriormente relevado por Núñez de Prado quien, tras resultar herido, transfirió el mando al comandante de África Juan Romero. En el primer intento de hacer llegar un convoy a Igueriben participó la columna al mando del teniente coronel Pedro Marina, estando formada por seis compañías de fusiles, tres escuadrones de regulares, y una batería de montaña del Mixto. No hubo manera de romper el cerco, y tan solo pudo acceder a la posición el escuadrón de Cebollino, cuyos oficiales eran el teniente Carvajal, el  alférez Fernández Silvestre y un oficial moro. El balance de bajas fue desolador: 95 entre las filas de los regulares y los porteadores del convoy. Uno de los artilleros de Nougués, herido de gravedad, pudo ser evacuado hasta Annual, aunque la vuelta al campamento debió ser durísima ya que los hombres de Cebollino tuvieron que volver a la carga y regresar sorteando a los rifeños. En el parte del teniente médico Salarrullana se recoge que atendió a 1 teniente, 2 sargentos y 34 soldados, de los cuales fallecieron el oficial y uno de los soldados. En Igueriben, tras haber sufrido las primeras bajas, los defensores advierten la dificultad de enterrar los cuerpos debido al pétreo terreno donde se halla asentada la posición. Además, ante la dificultad que entraña regresar al campamento, a pesar de que no estaba previsto que la sección de Intendencia quedase allí destacada, se incorporan más de 30 hombres al mando de Nougués y Ruiz Osuna, de manera que Benítez debe pensar cómo dar de comer y beber a un contingente mayor con las escasas provisiones que posee. Aquella tarde, el alférez Casado y el soldado José Ibarra Gil saltaron el parapeto para rescatar a otros tres integrantes del convoy que habían quedado en tierra de nadie, y aún llegarían, durante la noche, dos artilleros más.

Sección de Regulares en operaciones
Los intentos de socorrer a los sitiados causaron entre las fuerzas españolas un altísimo número de bajas, especialmente en el grupo de Regulares. He contabilizado más de 100, muchas de las cuales fueron a causa de heridas muy graves, y 15 mortales. El hecho de que todos los oficiales que murieron en los tres convoyes pudieran ser trasladados y enterrados en Melilla, incluidos aquellos que cayeron el día 21, demuestra que tuvieron que ser evacuados junto a los supervivientes de Igueriben, el día 22 por la mañana. Prueba de ello es que el capitán Zappino y el teniente Nuevo fueron enterrados el 23, y anteriormente ya lo habían sido el teniente Ledesma y el soldado de África Jaime Buch Gasull, a cuyo sepelio asistió el coronel Jiménez Arroyo, jefe de su regimiento que permanecía en Melilla y no en el Zoco de Telatza donde se hallaba el grueso de su unidad.
Algunos de los jefes que mandaron columnas durante aquellos días expresaron ante Picasso las dudas que tuvieron acerca de la viabilidad de los sucesivos intentos de enviar convoyes. Núñez de Prado, que había llegado a Annual el día 18 de julio, se puso al frente de la columna que al día siguiente intentaría lo imposible, pero se topó con muchas dificultades: las mulas tenían que marchar en desfilada o en fila india, y, sobre todo, la necesidad de mayor número de fuerzas para cubrir el camino. Ese día 19, el jefe de Regulares resultó herido y fue relevado por el comandante Juan Romero quien también fue herido de gravedad, y al no poder ser evacuado a Melilla, moriría en Annual dos días después a causa de una bala que atravesó su pulmón. Al capitán José Romero Redondo un proyectil le atravesó la boca rompiéndole el maxilar, por lo que fue trasladado a Melilla y posteriormente al hospital de Carabanchel donde, a pesar de la gravedad, se repuso de sus heridas.


En primer plano, teniente coronel Núñez de Prado
En Annual se produce el relevo en la jefatura del campamento cuando el convoy está en plena ejecución. Argüelles parte en ese mismo momento hacia Melilla, siendo su última iniciativa situar la columna de Drius en Izzumar, y allí entrega el mando al coronel Manella y su ayudante, quienes vienen acompañados del capitán de Estado Mayor Emilio Sabater, que relevó al de su mismo empleo Vega Ramírez como jefe de Estado Mayor en Annual.
Ya a esas alturas los heliogramas que llegan desde Igueriben son cada vez más desconsoladores, y Silvestre es consciente de la gravedad de la situación. El último intento para socorrer Igueriben tuvo lugar el día 21 de julio, cuando ya se amontonaban las bajas en la posición. Según Casado, aquel día se contabilizaban 70 bajas de sangre y 83 de hambre y sed, aunque otro superviviente, Antonio Andreu Modol, rebaja la cantidad a 10 o 12 muertos y 16 o 18 heridos. El día 21, en un principio, manda el convoy el general Navarro, quien organiza tres grandes columnas: 3.000 hombres al mando de los coroneles Morales, Manella y el teniente coronel Marina. Ni tan siquiera este gran despliegue de fuerzas pudo hacer llegar agua, víveres y municiones a Igueriben, donde ya la situación rozaba el límite de lo insostenible. Silvestre sale esa misma mañana de Melilla, y ya no se moverá de Annual porque, dada la situación angustiosa de sus tropas, quería participar de su suerte. Las fuerzas intentan a todo trance llegar hasta la colina. Los regulares, al mando del comandante Llamas, son los encargados de asestar el impulso final y entrar en la posición. Mientras se desarrolla el combate, Silvestre llega a Annual y Manella se desplaza al campamento a recibir al comandante, por lo que asume el mando accidental de su columna Manuel Llamas. Éste, que había llegado esa misma mañana al campamento, consigue llegar hasta las alturas próximas a Igueriben, desde donde puede ver la posición y ser testigo de su caída horas después. Cuando vio arder las tiendas, no pudo hacer otra cosa que enviar dos compañías de su tabor para cubrir la retirada de los hombres de Benítez. Los regulares perdieron un gran número de oficiales y soldados, muertos y heridos, que fueron atendidos en los puestos móviles montados en las lomas de la aguada de Annual. Fue tan alta la mortalidad entre sus oficiales, que el teniente Barco, joven oficial de tan solo 20 años, tuvo que hacerse cargo accidentalmente de su tabor. Fernando Barco Gallego escapó aquel día de las balas rifeñas, así como al día siguiente de la masacre de la retirada de Annual, sin embargo, una enfermedad logró acabar con su vida el 4 de noviembre, cuando le faltaban unos días para cumplir veintiún años.


Oficiales Grupo de Regulares de Melilla
He leído muchos testimonios que sostenían que aquel día faltó un poco de empuje para poder hacer entrar el convoy, pero hay que tener en cuenta que la moral de los hombres estaba por los suelos tras los intentos baldíos, y las tropas acusaban el cansancio que produce el combate diario. Las avanzadillas de la columna de Llamas se quedaron muy cerca del parapeto, pero ante la imposibilidad de poder hacer más, Silvestre autorizó a Benítez a parlamentar, momento en el que el mangín de Igueriben, poco antes de ser inutilizado, le responde: Los oficiales de Igueriben mueren, pero no se rinden.
Pero no fueron los convoyes los únicos intentos para socorrer Igueriben. El día 19, tras el fracaso de la columna de socorro, el coronel Manella ordena que la compañía del capitán Francisco del Rosal Rico (Montefrío, Granada 1883-Nicaragua 1945) se acerque todo lo posible y arroje todas las cantimploras que sus hombres sean capaces de llevar encima. También fracasó. Al día siguiente, uno de los aparatos de la escuadrilla de Zeluán que mandaba Pío Fernández Mulero sobrevoló la posición y, aunque desde el interior se alegraron lo indecible, no consiguió nada práctico. Fue el único día que he tenido constancia de la utilización de la aviación durante el cerco. También se pensó que desde Buymeyan partieran patrullas formadas por un oficial y miembros de la Mía de policía del capitán Saltos para que se estacionaran cerca de Igueriben con el objetivo de cubrir otro flanco pero, ante el empuje de los rifeños, tuvieron que replegarse a Annual. Finalmente, el día 20 se intentó organizar las patrullas desde Annual y no pudieron avanzar más allá de unos cientos de metros. Algunos oficiales y soldados se ofrecieron voluntarios para acercarse sigilosamente y arrojar cantimploras tras el parapeto aunque, con buen criterio, se les prohibió intentarlo.
La cadena de heliogramas que se cruzaron entre Annual e Igueriben es harto conocida para todos los que nos interesamos por el Desastre, pero, a pesar de ello, siempre conmueve verlos uno tras otro. Tal vez el que más ha perdurado en el tiempo ha sido el último, que el cabo Valeriano Aguilar envió tras recibir la orden de Benítez, y que les debió causar una honda impresión transmitir: Solo quedan doce cargas de cañón…
Debo afirmar con sinceridad que existen muchas dudas sobre el envío de este mensaje desde Igueriben, que no se halla entre los anteriormente citados. Personalmente dudo de su existencia. De lo que no cabe duda es de que tras abandonar la posición los supervivientes se procedió desde Annual a bombardear los restos de la misma (circunstancia habitual al abandonar un destacamento), de ello se encargaron las baterías que mandaba el comandante Écija. De ello fueron testigos muchos de los que formaban parte de las columnas que intentaban a todo trance hacer llegar el convoy. Siempre quedará la duda de saber si entre las ruinas del campamento quedaron rezagados y heridos. 

Batería móvil abriendo fuego
Duro trance para los artilleros cuyas baterías escupieron fuego constante desde Annual, como refleja la declaración del Coronel Argüelles. Día tras día disparaban para cubrir a los de Igueriben, Buymeyan y Talilit. De todos aquellos artilleros que se hallaban a las órdenes del comandante Gonzalo Écija Morales, quisiera destacar el testimonio del joven teniente Pedro Gay de la Torre que, tras retirarse de Annual, se encontró en Monte Arruit con su compañero Guillermo Vidal Cuadras, quien a su vez narró los pormenores de aquellos días al corresponsal de La Vanguardia, Xavier Bóveda, tras su regreso a Barcelona. Pedro Gay, hijo del teniente coronel Joaquín Gay Borras, 2º jefe del Mixto, con el rostro ennegrecido y los ojos enrojecidos por los continuos disparos, relató a su compañero el sufrimiento que les producía disparar a tan corta distancia de la posición. “Tirar por encima de la alambrada, a doscientos metros. Los moros se nos vienen encima,” transmitía el heliógrafo, y Gay ordenaba a sus artilleros abrir fuego a sabiendas, como ocurrió, de que algún impacto caería entre las tiendas. Desde Igueriben respondían: “No importa. Sigue tirando” y Federico de la Paz les comunicaba: “Alto. Corto. Se ha pasado…” El joven oficial le confesaba a su compañero la angustia que les producía cada disparo efectuado. Pedro Gay murió tras la capitulación de Monte Arruit y su cuerpo se halló junto al de su compañero, el capitán Rubio Usera, ambos enterrados en el Panteón de los Héroes.

Mandos regimiento Mixto de artillería

Entre aquellos artilleros que, con su mirada fija en Igueriben, contaban los disparos, se hallaba Miguel de la Paz, quien según el testimonio del artillero del parque móvil Bernabé Nieto Martín que se hallaba a sus órdenes, ese mismo día se había presentado voluntario para formar parte del convoy. Miguel y Federico no se veían desde que este último había partido hacia Annual el 1 de junio. Bernabé también fue uno de aquellos 3.000 hombres que intentaron saciar la sed de las bocas sedientas de Igueriben, y cuenta que se quedaron estancados a 2 kilómetros de Annual, sin poder avanzar, mientras veían pasar a los heridos que eran evacuados. Pudo, incluso, ver al teniente coronel Marina retirar a muchos heridos arriesgando considerablemente su vida. Se iniciaban los momentos agudos del drama; Nieto y sus compañeros experimentan una angustia creciente y, hacia las cuatro de la tarde, ven a los regulares y los policías volver grupas. El convoy se ve perdido. Miguel, sabedor del drama que se desarrollará a continuación, debe regresar a Annual, deshecho de dolor y maldiciendo por no haber podido socorrer a Federico.

Miguel de la Paz Orduña

Todos los prismáticos se dirigen hacia aquella colina amarillenta y pedregosa que, resquebrajada y desprovista de toda vegetación, se alza como un centinela sobre Annual. Una humareda asciende sobre el cielo anunciando que la resistencia ha llegado a su fin. Todos mantienen la mirada clavada en aquel lugar: el capitán Correa que ve arder las tiendas de los que hasta hace unos días eran sus hombres; el comandante Llamas que aún permanece cerca para cubrir la retirada; Morales, Manella, Silvestre y sus ayudantes…, todos con la vista fija en aquella nube de humo negro que anuncia el final. Bajo el humo ya no queda nada, y Miguel de la Paz, que lo sabe, afronta el que será su último día de vida, con la amargura de saber muerto a su hermano. Porque desde Annual, aquellos prismáticos fijos en Igueriben han visto a los oficiales subirse al parapeto para distraer la atención de los asaltantes, y permitir escapar a sus hombres, y Miguel sabe que Federico debía ser uno de ellos.



Charreteras de Federico de la Paz Orduña


3 comentarios:

  1. Quisiera enviarle una foto de mi abuelo (Capitán Aguirre Ortiz de Zárate), pero todos los correos que envío a su dirección de hotmail me son devueltos. ¿Es correcta la dirección?
    Mi correo es rlopagu@gobiernodecanarias.org

    ResponderEliminar
  2. Estoy impresionado con su blog.
    Annual es un tema sobrecogedor.

    Santiago Ramírez Orozco

    ResponderEliminar
  3. Cuánto dolor hubo, cuanto sufrimiento en este DESASTRE. En mi familia fue tal que aunque mi tío, el Capitán médico Teófilo Rebollar Rodríguez, fue propuesto para la Laureada, nadie la pidió. Mi bisabuelo murió al poco por el dolor, mi abuelo, el hermano de mi tío, permaneció un mes en Melilla intentando saber. Y después todo fue silencio en mi familia. Sólo un gran cuadro presidía el despacho de mi abuelo. Pero tod fue silencio y dolor y quizá rabia, porque ¿Cuántas muertes fueron innecesarias? ¿Cuántas se debieron a una pésima estrategia de los mandos, del gobierno, del ministro Eza e incluso del propio Alfonso XIII?

    ResponderEliminar