lunes, 17 de octubre de 2011

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 3ª parte

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 3ª parte

Morir


Para mostrar las dificultades a las que nos enfrentamos al intentar saber a ciencia cierta cuántos de aquellos hombres murieron durante el cerco tras la evacuación, y qué fue posteriormente de sus restos, he recurrido a la correspondencia que María Orduña Odriozola sostuvo para conocer el paradero del cuerpo de su hijo, el capitán Federico de la Paz. La primera notificación oficial que recibió la familia fue un telegrama que el Ministerio de la Guerra remitió a su viuda, Lola Bergés Canseco, que en aquellos momentos residía en Valladolid junto a Marisa, la hija de ambos. El telegrama indicaba que se le comunicara a la viuda del capitán que el cadáver de Federico había sido identificado en un lugar próximo a la fosa del capitán Salafranca, en Annual, junto a los de otros oficiales.

“S.M. El Rey ordena le comunique que según datos ministerio guerra, el capitán Federico de la Paz Orduña del regimiento Mixto Artillería Melilla ha sido identificado su cadáver en lugar próximo a la fosa del capitán Salafranca en Annual, según carta del sargento Vasallo al comandante militar de Alhucemas. Comuníquenlo a María Dolores Bergés que vive en Valladolid...”

Lola y Marisa. Mujer e hija de Federico de la Paz
Nunca, hasta hoy, había podido tener entre mis manos uno de aquellos funestos telegramas que el Ministerio de la Guerra enviaba a las familias de los muertos en combate. Si la familia se hubiera resignado al recibir aquella comunicación, no hubiéramos sabido nada más sobre Federico, pero María Orduña, madre de los capitanes De la Paz, demostró durante años una gran tenacidad y no cesó de buscar, aunque, finalmente, resultara ser una búsqueda infructuosa. En segundo lugar, conoceremos más detalles sobre Federico y lo ocurrido en Igueriben gracias a la instancia que cursó su mujer, Lola Bergés, para que le concedieran la Laureada a su marido, el 5 de agosto de 1921. La familia ha sabido guardar con celo tanto las cartas que recibió María Orduña, como el resultado de la investigación para la que en un principio fue designado como juez instructor el comandante de África 68 Sánchez Ledesma.
El telegrama sin duda proviene de la información que el sargento Vasallo logró notificar al comandante militar de Alhucemas, coronel Civantos, y que fue comunicado a las familias queriendo dar el asunto por zanjado. Sin embargo, algo no debía cuadrar cuando la madre de los capitanes De la Paz inició la búsqueda de sus hijos, que le deparó informaciones completamente diferentes a la que se contemplan en el telegrama enviado a Lola Bergés.
La primera carta de las que tenemos constancia que María Orduña escribió, la dirigió al ya teniente Luis Casado Escudero, el 12 de octubre de 1921, y fue contestada por éste, doce días después. En la misiva recuerda la abnegación y entereza con la que Federico se comportó en Igueriben, su carácter bondadoso y alegre, y la valentía que derrochó durante el cerco. Algunos de estos detalles ya habían llegado a oídos de la ciudadanía gracias a los supervivientes que pudieron escapar y llegar a Melilla. Casado no vio morir a Federico, su sección fue designada para cubrir una loma próxima, y los artilleros se harían cargo de la retaguardia de la desesperada retirada. La unidad de Casado fue casi aniquilada y él, herido y sin conocimiento, fue dado por muerto. Al día siguiente, cuando en Annual se desata la tragedia, el joven oficial ya prisionero, es obligado a volver a Igueriben junto a un número indeterminado de soldados. En las alambradas, fuera de la posición, ve el cadáver de Federico junto al del también artillero Julio Bustamante; Pobrecillos, eran dignos de mejor suerte, escribe Casado. Según su testimonio, los cadáveres quedaron insepultos en el mismo lugar donde les abrazó la muerte. Posteriormente, este grupo de prisioneros sería llevado hasta Annual, desde donde los trasladarían a la guarida de El Jatabi en Axdir.
En su siguiente carta María escribe al campamento de prisioneros, dirigiéndose al soldado de San Fernando, Julián Sosa Villalba. La respuesta de Sosa se produjo el 8 de febrero de 1922, tras siete meses de cautiverio en duras condiciones, y con ella se inicia el baile de contradicciones. Julián, según escribe, junto al también prisionero Felipe Alloza, enterró en las inmediaciones de las posiciones Intermedias el cuerpo del capitán Miguel de la Paz, desaparecido el día 22 en Annual, hacia el 28 de julio, y aseguraba que fue correctamente identificado. En cuanto a Federico, Julián indagó entre sus compañeros de cautiverio y localizó a uno de los enterradores: el soldado del Parque de artillería Francisco Capel Girón. Éste contó a Julián que el cadáver de Federico, junto a los de los oficiales Bustamante, Nougués y el de Benítez, se hallaba en una fosa situada a un kilómetro de las alambradas de la posición, en un montículo y que su sepultura fue cercada por un pequeño parapeto de piedras. En otras dos fosas, se depositaron los cuerpos de más de doscientos soldados.


Carta de Julián Sosa. 08 de febrero de 1922
De ser cierta esta información, no lo habría sido la que Vasallo comunicó al comandante de Alhucemas y, por consiguiente, la que se transmitió a las familias, ya que los cuerpos estarían enterrados en Igueriben, y no en Annual,  donde se hallaba la tumba del capitán Salafranca. El soldado Sosa no pudo continuar su correspondencia con María Orduña ya que falleció víctima de la miseria y las enfermedades propias del cautiverio, el 12 de marzo, tan solo un mes después de contestar a su carta. Tras producirse la liberación de los prisioneros, María retoma el hilo de su búsqueda y escribe al que fue asistente de Federico, y que, por tanto, se hallaría junto a él cuando murió en Igueriben: Ramón Moreno Blasco, quien, desde el hospital de Melilla en el que se halla ingresado, contesta a María el 7 de febrero. Federico de la Paz, poco antes de abandonar la posición, dice a Ramón sus últimas voluntades: debe entregar a Lola, su mujer, una carta y mil pesetas que lleva encima, correspondientes a los haberes recibidos durante los meses de junio y julio. Ramón no pudo hacerse cargo de la carta ni del dinero porque fue herido y posteriormente, hecho prisionero. Tres meses después de aquel 21 de julio, añade en la carta, fue conducido hasta Igueriben un pelotón de soldados españoles al mando del sargento Alfonso Ortiz, de la 6ª batería de montaña en Kandussi. Ramón reconoce el cuerpo de su capitán, y aporta otra versión sobre el enterramiento: se le inhumó solo, vestido, y aquellos hombres, cautivos, que debían enterrar a tantos compañeros caídos, tuvieron un pensamiento para su familia y, momentos antes de darle tierra, recogieron algo suyo para podérselo entregar como recuerdo de Federico, haciéndose cargo de ello el sargento Ortiz. Ramón afirma que Federico estaba junto a un teniente del parque de artillería. Alfonso Ortiz Martínez tuvo, durante el cautiverio, un ejemplar comportamiento; se prodigó tratando a los enfermos de tifus, se negó a instruir en el manejo de los cañones a sus carceleros, y hasta escamoteó los percutores de 22 piezas de artillería para que no pudieran ser utilizadas por los hombres de Abd el Krim. Ortiz falleció en cautividad el 7 de abril de 1922 en los brazos de Vasallo, a quien entregó sus escasas pertenencias entre las que se hallaban los percutores y el recuerdo de Federico que él había guardado, según reza en la carta de Ramón Moreno.  

Urda, Toledo. Boda del sargento Vasallo en 1923
No sería hasta el 10 de febrero de 1923, tras la liberación, cuando María recibiría la carta de Francisco Vasallo. Según su primera información, conforme a la cual se había escrito el telegrama, los cadáveres habían sido enterrados en Annual, sin embargo, en la carta que él mismo remitió a María afirma que Federico fue encontrado sin sus ropas, lo que contradice lo dicho por Ramón Moreno, y fue enterrado en un panteón visible, en Igueriben, junto a Benítez, Bustamante y Nougués. Según el suboficial, el panteón sería visible cuando se reconquistara la posición, y se podrían reconocer los restos porque, sobre su pecho, se situó un bote de conservas con un papel donde indicaba su nombre. Nada le entregó Ortiz que perteneciera a Federico, Vasallo respondía así a la reclamación de María de aquello que recogieran de su hijo antes de enterrarlo.
Tengo ante mis ojos las tres cartas que recibió aquella desconsolada madre; ¿qué pensaría ella ante las contradicciones que entrañan las informaciones que aporta cada una, imposibles de contrastar, ahora y entonces? Las tres preguntas que me hice al iniciar esta investigación, se van a quedar sin una respuesta clara, igual que quedarían para María: quién enterró a Federico, dónde fue enterrado y con quién. Tal vez la cuestión más clara sea el lugar donde fue enterrado ya que, obviando la información del telegrama, las tres cartas indican que fue en Igueriben, y allí es donde, según las informaciones de prensa, se le encontró en el verano de 1926 tras la reconquista de Annual. Saber con quién fue enterrado resulta más complicado, ya que si hubiera sido junto al resto de oficiales que se citan, parece lógico pensar que así hubieran sido trasladados al cementerio de Melilla, sin embargo, sus restos reposan en un nicho individual, de igual forma que los de Bustamante a su lado, mientras el resto de defensores están en una fosa común junto a Benítez. Todavía hoy, hay quien cree que parte de los restos de los defensores se hallan en la falda norte de la montaña sin haber sido exhumados. En el registro del cementerio de Melilla consta la entrada, el 14 de septiembre de 1926, de dos cajones de restos pertenecientes a los defensores junto al comandante Julio Benítez, aunque no consta cuántos cuerpos se hallaban en aquellos dos cofres transportados desde Annual. Los restos fueron enterrados en el Panteón de Héroes en la fila 5 número 8, siendo la entrada rubricada por el capellán del cementerio Francisco Ontiveros.


Registro cementerio de Melilla
No parece haber dudas entre los testigos respecto a cómo cayó el capitán De la Paz el día 21 de julio. Cuatro de los catorce supervivientes que declaran dan detalles acerca de la muerte de Federico: el soldado Aquilino Echevarría, el sargento Hermenegildo Dávila, el cabo Miguel Sánchez Cortés y el oficial Luis Casado Escudero. Aquilino Echevarría queda, tras la orden de evacuación, junto a un grupo de artilleros y ceriñolas formando guerrillas, intentando inútilmente mantener una postrera resistencia que solo serviría para que se pudiera salvar alguno de ellos. Los hombres caen, y Echevarría, viéndolo todo perdido, se dirige a Federico diciéndole: mi capitán nos van a hacer pedazos, será mejor pegarnos un tiro, a lo que el artillero, con las que podrían ser sus últimas palabras, contesta: Eso, no, se muere matando. Poco después ambos caerían tras una descarga que ocasionaría la muerte a Federico, y dejaría herido a Echevarría, quien tras precipitarse hacia un barranco lograría, junto a otro compañero, alcanzar Annual. Antes de perder de vista aquel maldito lugar pudo ver cómo los rifeños se abalanzaban sobre el cadáver del capitán. El sargento Dávila y el artillero Sánchez Cortés declaran que vieron al capitán partir con un hacha los rayos de las ruedas de sus cañones, después de que los artilleros supervivientes hubieran inutilizado los cierres. Posteriormente, abandonan la posición y al iniciarse la retirada, queda Federico en la retaguardia y recibe, según refiere Sánchez Cortés, un disparo que rompe sus prismáticos, lo derriba y, aunque se repone inmediatamente, al poco de salir del campamento es herido de muerte. Luis Casado Escudero también declaró a favor del capitán afirmando que hasta el último momento aguantó sin abandonar su puesto, y en la lucha cuerpo a cuerpo cayó muerto. Ninguno de ellos menciona junto a quién murió Federico que, parece, debía hallarse junto a Bustamante, según el testimonio de los enterradores. Pero todos ellos coinciden en que falleció en las inmediaciones de la posición, y ninguno dice que se suicidara, tal como se afirmaba en el telegrama que Silvestre envió a Berenguer poco después de la caída de la posición.

Panteón de héroes. Fotografía de José Linares C.
Por lo tanto, allí fue donde tres meses más tarde lo encontraron los hombres que, al mando del sargento Ortiz, fueron a enterrar a sus compañeros. Y si en aquel lugar lo hallaron, es más que probable que allí lo inhumaran, y no en Annual, como anunciara el telegrama que su viuda recibió en Valladolid. No hubo en aquel lugar presencia española hasta que en la primavera de 1926 la columna del coronel Pozas recuperó el territorio perdido casi cinco años atrás. La única excepción se produjo en julio de 1924, al cumplirse tres años de los sucesos de julio, cuando la escuadrilla de caza que mandaba el capitán Ortiz Echagüe sobrevoló Igueriben y arrojó rosas rojas sobre los restos del corralito de Benítez. Ese verano, coincidiendo con la visita de Primo de Rivera, se celebraron muchos actos en recuerdo de las víctimas del Desastre; se le impuso la Laureada a Vázquez Bernabeu; Mariano Benlliure regaló una estatua al regimiento de Alcántara que se guardó en la sala de estandartes, y, a iniciativa de los tenientes coroneles Pareja y Franco, se celebró en Melilla una misa en recuerdo del general Fernández Silvestre.
Sobre la muerte de Benítez se coincide plenamente en que aguantó tras el parapeto hasta el final y abandonó el último la posición. Para concederle la Laureada declararon a su favor 1 teniente, 1 sargento, 1 cabo y 4 soldados. También lo hicieron el coronel Argüelles y los comandantes Alzugaray, Manuel Llamas, Gonzalo Écija y Alfaro Páramo. En primera instancia se designó juez instructor al comandante Luis Angosto Palma (tío carnal del laureado capitán del tercio Félix Angosto), que inició su investigación en octubre de 1921. Emilio Alzugaray afirmó que, desde Annual, observó que la retirada se efectuó de manera ordenada, y que vio caer herido a Benítez y al levantarse recibió otro disparo que le causaría la muerte. A pesar de que ningún testimonio dejaba lugar a dudas, se tardarían casi cuatro años antes de concederle la Cruz de San Fernando (31-12-1924), y más tiempo aún en concederle el ascenso a teniente coronel por méritos de guerra (11-02-1925).


Panteón de héroes. Fotografía de José Linares C.
La tercera muerte que se reconoció oficialmente, porque fue objeto de investigación, fue la del teniente Justo Sierra Serrano. Con el objeto de que su mujer, Remedios Salas, pudiera recibir la pensión de viudedad, se abrió una investigación para determinar con exactitud si había fallecido o no. Testigos de su muerte a quinientos metros de la alambrada fueron Dávila, López Prada y dos supervivientes que se hallaban en el grupo que pretendía alcanzar Annual.
También se investigó la muerte de Arturo Bulnes ya que fue propuesto para el ingreso en la Orden de San Fernando. Se ha escrito que, en el último momento, se dirigió a su tienda para vestir su uniforme de gala pero no creo que esto sea probable. A su favor declararon Casado Escudero y algunos supervivientes aunque, finalmente, no prosperó la petición. Se solicitaron tantas Laureadas, que da la impresión que se tomó la decisión de conceder, de manera salomónica, una a infantería (Benítez), otra a caballería (Cebollino) y la tercera a artillería (De la Paz). Tiempo después, cuando se inauguró el monumento a Benítez y a los héroes de Igueriben, el teniente Casado se dirigió al alcalde de Málaga para que éste solicitara al Rey, se dignase conceder una medalla conmemorativa y colectiva a todos los defensores de Igueriben, sugiriéndole que podría ser una rama de laurel y otra de palma formando círculo, en cuyo centro figurara en letras rojas la inscripción: “Los de Igueriben mueren pero no se rinden”. La iniciativa de Casado no prosperó, como tampoco lo hicieron prácticamente ninguna de sus peticiones: Medalla de Sufrimientos, Laureada de San Fernando, o ser citado como distinguido en la relación que se publicó en 1925.


Primera ubicación del monumento a los héroes de Igueriben en Málaga
Hasta Melilla se desplazó, buscando noticias de su hijo, el coronel ya en la reserva, Arturo Bulnes, y también el que hubiera sido su suegro, jefe del regimiento de Borbón de guarnición en Málaga, pero no consiguieron saber más allá de lo que ya se había dicho. La madre del capitán, enferma y postrada en una silla de ruedas, pasó a engrosar la larguísima relación de madres afligidas que nunca más supieron de sus hijos. Cuando murió Arturo Bulnes, faltaban tan solo 17 días para que se hubiera casado en Málaga con Rosa María, para lo que ya tenía autorización real, habiéndose previsto que su compañía quedara al mando de Justo Sierra, quien ya lo había comunicado a su familia en el mes de junio. Algunos testimonios le sitúan como el último oficial que quedó en pie, sable en mano. Ignoro si se pudo recuperar, como pretendieron sus compañeros de Ceriñola, el sable que al parecer quedó en manos del enemigo, y que proyectaban luciese en el Museo del Arma, donde se pueden contemplar algunas armas de oficiales muertos durante el Desastre (Alberto Escrich, García Agulla, Prieto Rodríguez, Quintero Ramos, Ricardo Vivas, y Antonio Moreno), así como el uniforme de gala de Julio Benítez.
Casado Escudero nos ha dejado testimonio de la muerte de algunos defensores de Igueriben. El sargento Armando Antón de Cisneros fue el primer caído durante el asedio el 17 de julio, día en que se realizó la primera tentativa para socorrerlos, y poco después falleció el soldado Ramón Pérez Rodríguez. Al sargento lo pudieron enterrar al día siguiente junto al soldado, siendo, ellos dos, los únicos defensores que recibieron sepultura durante el cerco. Casado también recuerda al corneta Pablo Cantalicio, a Julián Muñoz Fontiñan y poco más. El resto de los hombres murió anónimamente durante el asedio o el día de la evacuación, sin que haya sido capaz de encontrar más datos que algunas reseñas poco destacables. A los malagueños Alonso Sánchez Rodríguez y Bartolomé Moreno Barroso, nacidos en Jimera de Libar, quisieron recordarlos sus paisanos y, en 1927, a una de las calles del bello pueblo de la serranía de Ronda se le dio el nombre Héroes de Igueriben, que aún se puede ver en una lápida conmemorativa. Muchos pueblos de España perdieron algunos de sus hijos en el Desastre: cuatro de los quintos de Tobarra, Albacete, murieron aquel verano del 21; uno de ellos, Mariano Bleda Carretero, fue uno de los defensores de Igueriben. Al igual que me ocurrió al investigar sobre los cazadores de Alcántara 14, no he sido capaz de encontrar más que vagas referencias que recuerden el sacrificio de aquellos hombres. Tan solo en algunos periódicos como El Castellano, se organizó una oficina de información que pudiera calmar las ansias de las familias desconocedoras del paradero de los suyos, pero lo cierto es que, tras la evacuación, sus cuerpos se pudrieron al sol del Rif, sin que nunca más se supiera de ellos. El gobierno, unos días después de ocurrir el Desastre, aprobó una circular donde se reconocía la importancia que tiene, en caso de guerra, la identificación de las bajas producidas en los combates, y puso en marcha la creación de la medalla de identidad del ejército español, que se fabricaría en la Fábrica Nacional de Armas Blancas de Toledo, remitiéndose en lotes sucesivos a las comandancias de Melilla, Ceuta y Larache. Demasiado tarde para nuestros soldados destinados en la Comandancia de Melilla en 1921. Prácticamente ninguno pudo ser reconocido.


“Porque hoy todos son ya lo mismo
ganadores, perdedores, bellos, feos
héroes, cobardes, jóvenes o viejos
tontos, listos, son solo una cosa:
idéntica expresión de lodo y tierra
de polvo y ceniza, y sombra, y nada.”

Jaime Alexandre


Restos de soldados españoles en Arruit
Días antes, y durante el segundo periodo de mando en Annual del coronel Argüelles (del 2 al 19 de julio), el general Fernández Silvestre le ordenó tener preparada en todo momento, una columna que pudiera tanto socorrer a las posiciones que se vieran en peligro, como rechazar los ataques del enemigo sobre Annual. El primer jefe de esta columna provisional fue el teniente coronel Marina, de Ceriñola, que fue posteriormente relevado por Núñez de Prado quien, tras resultar herido, transfirió el mando al comandante de África Juan Romero. En el primer intento de hacer llegar un convoy a Igueriben participó la columna al mando del teniente coronel Pedro Marina, estando formada por seis compañías de fusiles, tres escuadrones de regulares, y una batería de montaña del Mixto. No hubo manera de romper el cerco, y tan solo pudo acceder a la posición el escuadrón de Cebollino, cuyos oficiales eran el teniente Carvajal, el  alférez Fernández Silvestre y un oficial moro. El balance de bajas fue desolador: 95 entre las filas de los regulares y los porteadores del convoy. Uno de los artilleros de Nougués, herido de gravedad, pudo ser evacuado hasta Annual, aunque la vuelta al campamento debió ser durísima ya que los hombres de Cebollino tuvieron que volver a la carga y regresar sorteando a los rifeños. En el parte del teniente médico Salarrullana se recoge que atendió a 1 teniente, 2 sargentos y 34 soldados, de los cuales fallecieron el oficial y uno de los soldados. En Igueriben, tras haber sufrido las primeras bajas, los defensores advierten la dificultad de enterrar los cuerpos debido al pétreo terreno donde se halla asentada la posición. Además, ante la dificultad que entraña regresar al campamento, a pesar de que no estaba previsto que la sección de Intendencia quedase allí destacada, se incorporan más de 30 hombres al mando de Nougués y Ruiz Osuna, de manera que Benítez debe pensar cómo dar de comer y beber a un contingente mayor con las escasas provisiones que posee. Aquella tarde, el alférez Casado y el soldado José Ibarra Gil saltaron el parapeto para rescatar a otros tres integrantes del convoy que habían quedado en tierra de nadie, y aún llegarían, durante la noche, dos artilleros más.

Sección de Regulares en operaciones
Los intentos de socorrer a los sitiados causaron entre las fuerzas españolas un altísimo número de bajas, especialmente en el grupo de Regulares. He contabilizado más de 100, muchas de las cuales fueron a causa de heridas muy graves, y 15 mortales. El hecho de que todos los oficiales que murieron en los tres convoyes pudieran ser trasladados y enterrados en Melilla, incluidos aquellos que cayeron el día 21, demuestra que tuvieron que ser evacuados junto a los supervivientes de Igueriben, el día 22 por la mañana. Prueba de ello es que el capitán Zappino y el teniente Nuevo fueron enterrados el 23, y anteriormente ya lo habían sido el teniente Ledesma y el soldado de África Jaime Buch Gasull, a cuyo sepelio asistió el coronel Jiménez Arroyo, jefe de su regimiento que permanecía en Melilla y no en el Zoco de Telatza donde se hallaba el grueso de su unidad.
Algunos de los jefes que mandaron columnas durante aquellos días expresaron ante Picasso las dudas que tuvieron acerca de la viabilidad de los sucesivos intentos de enviar convoyes. Núñez de Prado, que había llegado a Annual el día 18 de julio, se puso al frente de la columna que al día siguiente intentaría lo imposible, pero se topó con muchas dificultades: las mulas tenían que marchar en desfilada o en fila india, y, sobre todo, la necesidad de mayor número de fuerzas para cubrir el camino. Ese día 19, el jefe de Regulares resultó herido y fue relevado por el comandante Juan Romero quien también fue herido de gravedad, y al no poder ser evacuado a Melilla, moriría en Annual dos días después a causa de una bala que atravesó su pulmón. Al capitán José Romero Redondo un proyectil le atravesó la boca rompiéndole el maxilar, por lo que fue trasladado a Melilla y posteriormente al hospital de Carabanchel donde, a pesar de la gravedad, se repuso de sus heridas.


En primer plano, teniente coronel Núñez de Prado
En Annual se produce el relevo en la jefatura del campamento cuando el convoy está en plena ejecución. Argüelles parte en ese mismo momento hacia Melilla, siendo su última iniciativa situar la columna de Drius en Izzumar, y allí entrega el mando al coronel Manella y su ayudante, quienes vienen acompañados del capitán de Estado Mayor Emilio Sabater, que relevó al de su mismo empleo Vega Ramírez como jefe de Estado Mayor en Annual.
Ya a esas alturas los heliogramas que llegan desde Igueriben son cada vez más desconsoladores, y Silvestre es consciente de la gravedad de la situación. El último intento para socorrer Igueriben tuvo lugar el día 21 de julio, cuando ya se amontonaban las bajas en la posición. Según Casado, aquel día se contabilizaban 70 bajas de sangre y 83 de hambre y sed, aunque otro superviviente, Antonio Andreu Modol, rebaja la cantidad a 10 o 12 muertos y 16 o 18 heridos. El día 21, en un principio, manda el convoy el general Navarro, quien organiza tres grandes columnas: 3.000 hombres al mando de los coroneles Morales, Manella y el teniente coronel Marina. Ni tan siquiera este gran despliegue de fuerzas pudo hacer llegar agua, víveres y municiones a Igueriben, donde ya la situación rozaba el límite de lo insostenible. Silvestre sale esa misma mañana de Melilla, y ya no se moverá de Annual porque, dada la situación angustiosa de sus tropas, quería participar de su suerte. Las fuerzas intentan a todo trance llegar hasta la colina. Los regulares, al mando del comandante Llamas, son los encargados de asestar el impulso final y entrar en la posición. Mientras se desarrolla el combate, Silvestre llega a Annual y Manella se desplaza al campamento a recibir al comandante, por lo que asume el mando accidental de su columna Manuel Llamas. Éste, que había llegado esa misma mañana al campamento, consigue llegar hasta las alturas próximas a Igueriben, desde donde puede ver la posición y ser testigo de su caída horas después. Cuando vio arder las tiendas, no pudo hacer otra cosa que enviar dos compañías de su tabor para cubrir la retirada de los hombres de Benítez. Los regulares perdieron un gran número de oficiales y soldados, muertos y heridos, que fueron atendidos en los puestos móviles montados en las lomas de la aguada de Annual. Fue tan alta la mortalidad entre sus oficiales, que el teniente Barco, joven oficial de tan solo 20 años, tuvo que hacerse cargo accidentalmente de su tabor. Fernando Barco Gallego escapó aquel día de las balas rifeñas, así como al día siguiente de la masacre de la retirada de Annual, sin embargo, una enfermedad logró acabar con su vida el 4 de noviembre, cuando le faltaban unos días para cumplir veintiún años.


Oficiales Grupo de Regulares de Melilla
He leído muchos testimonios que sostenían que aquel día faltó un poco de empuje para poder hacer entrar el convoy, pero hay que tener en cuenta que la moral de los hombres estaba por los suelos tras los intentos baldíos, y las tropas acusaban el cansancio que produce el combate diario. Las avanzadillas de la columna de Llamas se quedaron muy cerca del parapeto, pero ante la imposibilidad de poder hacer más, Silvestre autorizó a Benítez a parlamentar, momento en el que el mangín de Igueriben, poco antes de ser inutilizado, le responde: Los oficiales de Igueriben mueren, pero no se rinden.
Pero no fueron los convoyes los únicos intentos para socorrer Igueriben. El día 19, tras el fracaso de la columna de socorro, el coronel Manella ordena que la compañía del capitán Francisco del Rosal Rico (Montefrío, Granada 1883-Nicaragua 1945) se acerque todo lo posible y arroje todas las cantimploras que sus hombres sean capaces de llevar encima. También fracasó. Al día siguiente, uno de los aparatos de la escuadrilla de Zeluán que mandaba Pío Fernández Mulero sobrevoló la posición y, aunque desde el interior se alegraron lo indecible, no consiguió nada práctico. Fue el único día que he tenido constancia de la utilización de la aviación durante el cerco. También se pensó que desde Buymeyan partieran patrullas formadas por un oficial y miembros de la Mía de policía del capitán Saltos para que se estacionaran cerca de Igueriben con el objetivo de cubrir otro flanco pero, ante el empuje de los rifeños, tuvieron que replegarse a Annual. Finalmente, el día 20 se intentó organizar las patrullas desde Annual y no pudieron avanzar más allá de unos cientos de metros. Algunos oficiales y soldados se ofrecieron voluntarios para acercarse sigilosamente y arrojar cantimploras tras el parapeto aunque, con buen criterio, se les prohibió intentarlo.
La cadena de heliogramas que se cruzaron entre Annual e Igueriben es harto conocida para todos los que nos interesamos por el Desastre, pero, a pesar de ello, siempre conmueve verlos uno tras otro. Tal vez el que más ha perdurado en el tiempo ha sido el último, que el cabo Valeriano Aguilar envió tras recibir la orden de Benítez, y que les debió causar una honda impresión transmitir: Solo quedan doce cargas de cañón…
Debo afirmar con sinceridad que existen muchas dudas sobre el envío de este mensaje desde Igueriben, que no se halla entre los anteriormente citados. Personalmente dudo de su existencia. De lo que no cabe duda es de que tras abandonar la posición los supervivientes se procedió desde Annual a bombardear los restos de la misma (circunstancia habitual al abandonar un destacamento), de ello se encargaron las baterías que mandaba el comandante Écija. De ello fueron testigos muchos de los que formaban parte de las columnas que intentaban a todo trance hacer llegar el convoy. Siempre quedará la duda de saber si entre las ruinas del campamento quedaron rezagados y heridos. 

Batería móvil abriendo fuego
Duro trance para los artilleros cuyas baterías escupieron fuego constante desde Annual, como refleja la declaración del Coronel Argüelles. Día tras día disparaban para cubrir a los de Igueriben, Buymeyan y Talilit. De todos aquellos artilleros que se hallaban a las órdenes del comandante Gonzalo Écija Morales, quisiera destacar el testimonio del joven teniente Pedro Gay de la Torre que, tras retirarse de Annual, se encontró en Monte Arruit con su compañero Guillermo Vidal Cuadras, quien a su vez narró los pormenores de aquellos días al corresponsal de La Vanguardia, Xavier Bóveda, tras su regreso a Barcelona. Pedro Gay, hijo del teniente coronel Joaquín Gay Borras, 2º jefe del Mixto, con el rostro ennegrecido y los ojos enrojecidos por los continuos disparos, relató a su compañero el sufrimiento que les producía disparar a tan corta distancia de la posición. “Tirar por encima de la alambrada, a doscientos metros. Los moros se nos vienen encima,” transmitía el heliógrafo, y Gay ordenaba a sus artilleros abrir fuego a sabiendas, como ocurrió, de que algún impacto caería entre las tiendas. Desde Igueriben respondían: “No importa. Sigue tirando” y Federico de la Paz les comunicaba: “Alto. Corto. Se ha pasado…” El joven oficial le confesaba a su compañero la angustia que les producía cada disparo efectuado. Pedro Gay murió tras la capitulación de Monte Arruit y su cuerpo se halló junto al de su compañero, el capitán Rubio Usera, ambos enterrados en el Panteón de los Héroes.

Mandos regimiento Mixto de artillería

Entre aquellos artilleros que, con su mirada fija en Igueriben, contaban los disparos, se hallaba Miguel de la Paz, quien según el testimonio del artillero del parque móvil Bernabé Nieto Martín que se hallaba a sus órdenes, ese mismo día se había presentado voluntario para formar parte del convoy. Miguel y Federico no se veían desde que este último había partido hacia Annual el 1 de junio. Bernabé también fue uno de aquellos 3.000 hombres que intentaron saciar la sed de las bocas sedientas de Igueriben, y cuenta que se quedaron estancados a 2 kilómetros de Annual, sin poder avanzar, mientras veían pasar a los heridos que eran evacuados. Pudo, incluso, ver al teniente coronel Marina retirar a muchos heridos arriesgando considerablemente su vida. Se iniciaban los momentos agudos del drama; Nieto y sus compañeros experimentan una angustia creciente y, hacia las cuatro de la tarde, ven a los regulares y los policías volver grupas. El convoy se ve perdido. Miguel, sabedor del drama que se desarrollará a continuación, debe regresar a Annual, deshecho de dolor y maldiciendo por no haber podido socorrer a Federico.

Miguel de la Paz Orduña

Todos los prismáticos se dirigen hacia aquella colina amarillenta y pedregosa que, resquebrajada y desprovista de toda vegetación, se alza como un centinela sobre Annual. Una humareda asciende sobre el cielo anunciando que la resistencia ha llegado a su fin. Todos mantienen la mirada clavada en aquel lugar: el capitán Correa que ve arder las tiendas de los que hasta hace unos días eran sus hombres; el comandante Llamas que aún permanece cerca para cubrir la retirada; Morales, Manella, Silvestre y sus ayudantes…, todos con la vista fija en aquella nube de humo negro que anuncia el final. Bajo el humo ya no queda nada, y Miguel de la Paz, que lo sabe, afronta el que será su último día de vida, con la amargura de saber muerto a su hermano. Porque desde Annual, aquellos prismáticos fijos en Igueriben han visto a los oficiales subirse al parapeto para distraer la atención de los asaltantes, y permitir escapar a sus hombres, y Miguel sabe que Federico debía ser uno de ellos.



Charreteras de Federico de la Paz Orduña


jueves, 13 de octubre de 2011

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 2ª parte


Igueriben

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 2ª parte.

Cuando la fatiga sea tal que los sentidos se nieguen a cumplir con su cometido porque ni bebes, ni comes, ni duermes.
Cuando pensar se vuelva, no solamente cada vez más penoso, sino más y más innecesario.
Cuando, tras horas de permanencia en el parapeto, sientas el oído abotargado, la boca seca y el hombro dolorido por el continuo retroceso del máuser.
Cuando, a pesar de estar expuesto a la más grave de las amenazas, seas capaz de dormirte de pie.
Cuando bajo un sol abrasador, a más de 40 grados y sin sombra para cobijarte, vagues sonámbulo por el campamento, sin otro líquido que llevarte a la boca que los orines de quién sabe quién.
Cuando tengas la certeza de que, muy cerca de ti, hay cientos y cientos de miembros de tu propia especie que intentan por todos los medios acabar con tu vida.
Cuando una de las balas que zumban sobre tu cabeza penetre en tu cuerpo, y agonices en una tienda de campaña sin recibir atención médica.
Cuando hayas perdido la fe en aquellos superiores que días atrás te llevaron hasta esa colina y veas que, uno tras otro, todos los intentos de ayudarte fracasan.
Cuando ya no quede más esperanza que recordar a tus seres queridos o encomendarte a Dios para que te saque de aquel infierno.
Cuando corras el peligro de desear la muerte porque sea la única forma de conseguir que tu derrotado cuerpo consiga, al fin, el anhelado descanso.
Cuando tras días de resistencia a ultranza, tengas que abandonar aquella posición con la única esperanza de tener la fortuna de que ninguna bala te alcance mientras corres entre barrancos y desfiladeros.
Solo cuando seamos capaces de entender todos estos condicionantes podremos comprender lo que sufrieron aquellos soldados durante las casi 120 horas de resistencia a todo trance en Igueriben.


Igueriben, dibujo de Luis Casado Escudero

Sufrir
Desde hace mucho tiempo sé que las sombras que envuelven los acontecimientos que conocemos como el Desastre de Annual, también se extienden sobre Igueriben. Multitud de incógnitas y dudas se ciernen sobre aquellos cuatro días de julio antes de la caída de la posición, que, como ocurrió en la primera parte, no he sido capaz de resolver con la claridad que hubiera deseado. Entre las cuestiones que más quebraderos de cabeza me han ocasionado, y sobre la que ha girado gran parte de mi investigación, está el llegar a saber con exactitud cuántos hombres formaban parte de la guarnición de Igueriben y, por consiguiente, si es exacta la relación de defensores que aporta Casado Escudero en su libro. En segundo lugar, ¿cuántos hombres murieron tras ordenar Benítez el sálvese quien pueda, y por tanto, cuántos pudieron escapar de aquel infierno? Indudablemente, esta cuestión no ha sido objeto de un estudio suficientemente riguroso, ya que la mayoría de los historiadores e investigadores ha dado por buenas las cifras publicadas sin ponerlas bajo sospecha. Este asunto no me ocasiona ya ningún género de dudas: puedo aseguraros que el número de supervivientes fue mayor del que hasta ahora hemos conocido, y personalmente, creo que mi investigación aún quedará corta, pudiendo ser, el número real de supervivientes, todavía superior al que yo aporto.
El sábado 16 de julio el teniente Justo Sierra escribió a su mujer, Remedios Salas, una carta, a buen seguro de las últimas que salieron de Igueriben y pudieron llegar a su destino. Sorprendentemente, en ella el oficial no hace la más mínima mención a su situación en el frente, ni una sola palabra que denote intranquilidad o preocupación por su futuro inmediato; tanto es así, que Justo calcula que en pocos meses cobrará otro quinquenio y verá incrementado su escaso sueldo de setenta duros mensuales. Sin embargo, queda constancia gracias al testimonio del coronel Argüelles, que en los días previos la posición fue duramente castigada, lo que motivó que desde Annual las baterías del mixto tuvieran que bombardear en repetidas ocasiones concentraciones enemigas. Las únicas palabras de las que Justo dice a su esposa, que sugieren cierta relación con el conflicto, son las que se refieren a las ganas que tiene de abandonar este maldito Melilla y estar al lado tuyo para siempre. Cinco días después Justo Sierra fallecía cuando, al frente de su sección, abandonó el campamento


Carta teniente Justo Sierra 16-07-1921
Cómo no iba tener ganas Justo de volver a su casa junto a su familia. En aquella guerra los oficiales debían pasar prolongadas estancias en el frente, mientras que los jefes se turnaban por quincenas y eran retribuidos con los abonos por campañas, y, aunque es cierto que formaba parte de su trabajo y que, comprendo, cumplían con su deber, no por ello podemos pensar que sería llevadero y fácilmente digerible para los oficiales. Cito como ejemplo al capitán De la Paz Orduña, quien, a lo largo de los años que permaneció en el antiguo protectorado, estuvo destacado en perdidas posiciones durante largos periodos de tiempo, el de mayor duración de 134 días sin pisar Melilla. Cuando nació su hija Marisa en diciembre de 1920, Federico se hallaba en el frente sin que recibiera permiso alguno para conocerla, lo que, de hecho, no ocurrió hasta que la niña tuvo algo más de tres meses. Mucho peor era el caso de los soldados y sargentos, reclutados de manera obligatoria, forzados a afrontar un durísimo servicio militar de tres años, y debiendo permanecer en Marruecos meses y meses sin poder visitar a sus familias. Hoy en día nos resultaría imposible entender que nuestros hijos endeudaran sus vidas, aún más, las sacrificaran por la patria para la que, la mayor parte de las veces, fuera un sacrificio que pasara inadvertido.

El Rif abrió sus fauces y de un golpe
diez mil hombres perdieron la existencia.
El alma de las madres se destroza
pero aguardando al hijo no flaquea…
Tal vez de los diez mil se salve uno,
y ese ha de ser el que su amor espera.
Diez mil hombres se fueron
diez mil hogares claman por su vuelta

M.R. Blanco Belmonte


La madre que espera, dibujo de Santiago Regidor (1866-1942)
El día 15, según reza en la investigación de Picasso, ya no se pudo realizar la aguada en Igueriben. Sin embargo, lo que la postrera carta del teniente deja claro es que al día siguiente sí se pudo establecer contacto con Annual puesto que  ésta llegó, finalmente, a su destino en Málaga. Este hecho es realmente significativo ya que indica que los rifeños interceptaron el camino de la aguada, pero, curiosamente, no el que comunicaba con Annual, que sería el que recorrería la carta de Sierra. Ambos caminos estaban cruzados por barrancos en cuyas desigualdades se hacía fuerte el enemigo utilizando para resguardarse, tanto los  accidentes del terreno como las defensas que ellos habían construido. Y este mismo camino sería el que, días después, tendrían que vencer padeciendo horas y horas de sufrimiento, aquellos que consiguieron llegar hasta Annual.
Igueriben desde Tizzi Assa

En condiciones normales, una persona necesita alrededor de tres litros de líquidos diarios para mantener el equilibrio de su cuerpo. La mitad de esta cantidad se ingiere a través de lo que bebemos, y el resto proviene de la aportación de agua que contienen los alimentos. Durante el cerco de Igueriben, al estar expuestos a un esfuerzo físico tan importante, los defensores aumentaban su necesidad de ingestión, a lo que habría que añadir que, debido al calor reinante, podrían llegar a perder 2 litros de agua cada hora. Tras los dos primeros días sin poder saciar su sed, aparecerían los primeros síntomas de la temida deshidratación. Desde el día 16, se tuvieron que contentar con beber pequeñas cantidades de líquidos que contenían las conservas, algo de café, y tan solo una pequeña ración de agua fruto del convoy que llegó el día 17, y a la que probablemente no todos tuvieran acceso. Por lo tanto, la deshidratación que sufrieron fue severa, y todos padecieron las diferentes fases que comporta soportarla; mareos y náuseas, fatiga, aumento de la temperatura, enrojecimiento de la piel y calambres en una primera fase que darían paso a fuertes dolores de cabeza (como los que parece sufría el comandante Benítez), falta de aliento, hormigueo en piernas y brazos, y la horrible sensación de sentir la mucosa de la boca seca y la lengua hinchada. En los peores momentos, y tras días de privación y sufrimientos, aparecerían otros efectos como la sordera, el oscurecimiento de la visión e incluso, la pérdida del conocimiento y, en algunos casos, la razón. Ante tal cantidad de padecimientos no sería extraño que decayera la moral, sintieran miedo, desamparo y hasta tuvieran ganas de llorar, pero hasta ese punto fueron vetados, ya que la deshidratación extrema conlleva la dificultad de producir lágrimas. Según los estudios realizados sobre los efectos de la falta de agua en los seres humanos, la presencia de esta sintomatología, si no se trata rápidamente, puede llevar al individuo a sufrir un colapso cardiovascular –shock- y a la muerte. Éste podría ser el aspecto que ofrecerían aquellos hombres: ojos hundidos en un semblante cadavérico, agravado por la suciedad, los piojos, y la miseria que tuvieron que soportar. En definitiva, tuvieron que padecer un deterioro físico y psicológico tan grave, que cuesta imaginarlos de otra forma distinta a un anticipo de cadáver.

Parapeto. Archivo fotográfico Carrasco García
Fue sin duda el día 16 de julio el punto de inflexión en la defensa de la posición, ya que durante todo el día se produjeron tiroteos y resultó muy complicado realizar los servicios habituales. No puedo asegurar que aquel mismo día saliera de Igueriben la carta del teniente Sierra, ya que no queda constancia de que hubiera servicio hacia Annual. Por lo tanto, es más que probable que los Regulares del capitán Cebollino se llevaran al día siguiente el correo que, ciertamente, era de vital importancia para Benítez.
Según el relato de Casado Escudero, aquel día 16, cinco días antes de la tragedia, consiguió llegar hasta la posición un cantinero junto a su borrico: Enjuto, tostado el rostro por la crudeza del cierzo y la ardorosa caricia del sol, así describe el oficial superviviente al civil, inseparable compañero de los ejércitos en campaña, que en algunas ocasiones causaba quebraderos de cabeza a los oficiales médicos, ya que suministraba su género echado a perder por las dificultades obvias para conservarlo en buen estado. Así se registra en los partes de atención del teniente médico José Salarrullana de los meses de junio y julio de 1921, en los que figura que se atendieron en Annual a ocho intoxicados por consumir vino en mal estado.
No he conseguido saber cómo se llamaba aquel cantinero de Igueriben, que días después cambió sus bártulos por el fusil de uno de los caídos, y murió en combate tras haber repartido sus ganancias entre los que quedaban con vida el día 21. Sobre las andanzas de algunas de aquellas cantineras o cantineros, conocemos detalles de interés como en el caso de Juana Martínez López, de la que mi amigo, Hans Nicolás i Hungerbühler, ha escrito una interesante semblanza que podéis leer en el Heraldo de Melilla. Menos conocida fue la odisea de Balbina Sanz Blasco, que regentaba su negocio en Dar Quebdani y fue hecha prisionera junto a sus hijas Mercedes y Carmen Beltrán Sanz. Gracias a las gestiones que llevó a cabo el coronel Araujo, pudieron volver a Melilla junto a un grupo de soldados heridos, entre los cuales se encontraba un superviviente de Igueriben: el artillero Francisco Hernández Prieto. Junto a ellos embarcó, el 12 de agosto en el Lauria, el chiquillo de ocho años Laureano Irazazábal Hevia, hijo del capitán de Melilla 59 Cándido Irazazábal, muerto en Bu Hermana. El pequeño pasaba unos días de vacaciones junto a su padre cuando la posición fue atacada el 23 de julio, y tuvo que presenciar cómo su padre fallecía ante sus ojos, y verse inmediatamente separado de él para escapar junto a la cantinera de la posición. Finalmente, fue apresado y llevado hasta Sidi Dris donde embarcó en el Lauria junto al resto de prisioneros y pudo llegar a Melilla donde, días después, narró su peripecia a Gregorio Corrochano que quedó impresionado de la formalidad y entereza que el niño mostró ante el corresponsal del ABC. Al pequeño Laureano se le concedió la Medalla de Sufrimientos por la Patria, el mismo día que el ayuntamiento de El Burgo aprobaba en pleno dedicar la calle mayor de la localidad al comandante Benítez.


El Burgo, casa natal del comandante Benítez
En el resto de las posiciones de primera línea los cantineros corrieron suertes diversas. En Annual se hallaba Miguel Mendaño Ordóñez, “El Argelino,” natural de Huétor Tájar, en Granada, que milagrosamente pudo escapar tras la desbandada del día 22, y consiguió regresar a su localidad natal. En Afrau, donde mandaba la guarnición el teniente Vara de Rey, tras la muerte del teniente Gracia Benítez, se produjo el repliegue el martes 26 de julio, y la mayoría de las tropas pudieron acogerse a la protección de los buques de la armada. Ése no fue el caso del cantinero, José Molina Melida, quien junto a su nieta María de 16 años fue apresado, y permanecieron cautivos hasta que el 24 de agosto, a bordo del Jorge Juan, llegaron a Melilla. El propio comandante del Laya felicitó a la comandancia de Ingenieros por el comportamiento de los telegrafistas de Afrau, los soldados Cipriano Arcos Ventura, Francisco Blas Rodríguez y Braulio Frutos que permitió que la evacuación se desarrollara con eficacia.
En Sidi Dris, el cantinero corrió idéntica suerte que la mayoría de los hombres del comandante Velázquez, y desapareció mientras intentaba alcanzar los botes del Princesa de Asturias. Finalmente, recordaré a María González, quien junto a Juana Martínez se distinguió atendiendo a los heridos en Monte Arruit, adonde había llegado tras haber huido su marido. María fue herida levemente en la cabeza, y hasta incluso participó en alguna de las tentativas que se llevaron a cabo para poder realizar la aguada. Tras la capitulación fue puesta en libertad y llegó a Melilla el 2 de septiembre.


Allá por tierra africana,
donde el sol brillando, abrasa,
he vivido con mi abuelo
y allá he tenido mi casa.
Yo soy la cantinera del fuerte Annual,
yo fui la prisionera del moro rival.

Anónimo

Mucho se ha escrito sobre la heroicidad que mostraron los hombres de Igueriben, pero apenas nada de los padecimientos que tuvieron que soportar nuestros soldados. Desde que tuve el primer conocimiento sobre este tema, me impresionó sobremanera la necesidad tan desesperante que tuvieron que padecer para que tuvieran que recurrir a ingerir sus propios orines y poder así, sobrevivir. No existen intoxicaciones evidentes con la ingestión de orina, incluso antiguamente se admitía su posología en determinadas enfermedades como el asma, la artritis, el acné o las migrañas. Hasta, incluso, puede estar indicada en duras condiciones de supervivencia, pero no tengo ninguna duda de que su consumo nos produciría a la mayoría de nosotros fuertes náuseas y repulsión, difíciles de superar. Para añadir aún más calamidades a las ya expuestas, en condiciones de deshidratación, se puede llegar a padecer oliguria o pérdida de la capacidad de miccionar, por lo que se verían obligados a consumir el líquido producido por quienes no se vieran afectados por ella. En cuanto a la toxicidad de líquidos no acuosos (como el vinagre, la tinta o la colonia que los de Igueriben se vieron obligados a beber), varía en función de cuál sea el líquido que se consuma, pudiendo, la mayoría de ellos, producir problemas gastrointestinales, inflamación y ulceración de las mucosas, y otras anomalías relacionadas con el sistema cardiovascular. No debemos olvidar que, durante los últimos días del cerco, algunos hombres sufrieron heridas por arma de fuego, y que aquellos que se hallaban más deteriorados físicamente no pudieron ser debidamente atendidos y padecieron graves infecciones, aunque desconozcamos con exactitud cuántos hombres fueron heridos antes de la evacuación. Pero no fueron los síntomas fisiológicos los únicos que les tocó vivir, a ellos tuvieron que añadir los efectos psicológicos que, no por menos conocidos, eran menos destructores; lo que hoy llamamos estrés por combate, aunque entonces llamara poco la atención de los médicos, y, en segundo lugar, un torturante miedo a morir que aumentaría, de manera considerable, las probabilidades de sufrir estrés postraumático. En realidad, en las guerras es precisamente eso lo que se pretende: infringir las condiciones más penosas al enemigo para quebrantar su moral, y conseguir que perciba que no puede hacer frente a la amenaza externa inminente, de manera que, como decimos coloquialmente, se dé por vencido.
Parapeto, archivo fotográfico Carrasco García
A nivel comportamental aparecería la ansiedad, la disminución de la capacidad de pensar, los pensamientos negativos, la pérdida de memoria y, debido a la falta sueño, podrían aparecer la depresión, las conductas irracionales y la falta de claridad agravada por el desgaste físico. Este aspecto causa un gran deterioro en la unidad combatiente, sólo mitigable si la capacidad de cohesión del líder es efectiva y mantiene la coherencia interna. Sin embargo, está claro que los oficiales también sufrirían la misma privación de sueño que sus hombres, lo que dificultaría, de manera considerable, su capacidad de ejercer el liderato, y los haría vulnerables a sufrir el mismo estrés que los hombres de su compañía o sección. La ruptura de esa unidad, admirablemente mantenida hasta esos momentos, hizo que al abandonar el campamento se desintegrara el entramado social, y el miedo a morir se extendiera como una plaga irrefrenable. Ni siquiera los hombres más valerosos se ven libres del temor a la muerte, aunque entiendo que el valor consiste precisamente en la capacidad, no de ignorarlo, sino de sobreponerse a él. Dura papeleta la de aquellos oficiales que, estando casi destruidos físicamente y bajo la presión de sus superiores, tuvieron que mantener el tipo ante sus hombres.
Finalmente, en el plano emocional, a medida que pasaban los días y aumentaba la tensión, el combatiente podía sentir una mayor irritabilidad y hostilidad ante los acontecimientos adversos. El mal olor, la miseria, los piojos, la suciedad y el sentirse desamparado causaban verdaderos estragos, pero, sin duda, la carencia más importante era la afectiva; el recordar a los seres queridos con el dolor de saber que no se los volverá a ver, el sentimiento de pérdida para siempre de la novia, los hijos, la madre o el padre... ¿Quién es capaz de medir la intensidad de este sufrimiento?
En estas penosas condiciones, aquellos que consiguieron llegar con vida el día 21, tuvieron que emprender la huída hacia Annual siendo atacados hasta el último momento. Prueba de que fue así, es que uno de los sanitarios que atendió a los llegados de Igueriben, el sargento José Suárez Labra, falleció mientras mitigaba la sed de los recién llegados al campamento, lo que no deja lugar a dudas de que, hasta que no alcanzaron la relativa seguridad de Annual, corrieron peligro de muerte. Junto al sargento Suárez, destacaron en ese cometido los cabos del mismo cuerpo López Murcia y Soler Guisado, ambos caídos en la retirada del día 22. Según consta en la revista de Sanidad Militar, tan solo se pudo recuperar el cadáver de un soldado de sanidad que no pudo ser identificado pero fue enterrado junto a sus oficiales.
Aquel grupo de supervivientes en tan lamentable estado físico tuvo al día siguiente, de nuevo, que tomar parte en otra retirada. ¿O tal vez no fuera así? Yo personalmente creo, aunque no dispongo de documentación oficial que lo avale, que para evitar el estrago psicológico que produjo entre la tropa la caída de la posición, se decidió evacuar a los supervivientes el mismo día 22 por la mañana, en un convoy formado por más de cien heridos y varios oficiales médicos. Con objeto de poder evacuar a los heridos, el jefe de Sanidad, coronel Triviño, ordenó el 19 de julio, que se trasladaran hasta Annual los comandantes Carlos Gómez-Moreno, Fernández Lozano, , el capitán Pellicer y el teniente Francisco González Miranda, para apoyar al capitán García Gutiérrez en dicha evacuación. Para facilitar esta labor organizaron un equipo de artolas y otro de auto ambulancias, y pudieron evacuar a 110 heridos trasladándolos a Tistutin, y de allí a Melilla en uno de los últimos trenes que pudieron llegar hasta allí. Si no hubieran sido evacuados, no se explica que en el juicio contradictorio que se instruyó para conceder la laureada al capitán De la Paz, prestaran declaración un total de 14 supervivientes que se hallaban ilesos en Melilla, aún cuando, como veremos, no fueron los únicos que pudieron llegar a la plaza. En junio de 1924, durante la vista que se siguió contra los generales Berenguer y Navarro declaró, entre otros, el capitán médico Juan García Gutiérrez, quien recordó que el propio general Fernández Silvestre ordenó el día 21 en Annual que se trasladaran los heridos en auto camionetas, y que así se hizo pudiendo llegar esa misma tarde a Drius y posteriormente a la plaza.


Transporte de heridos en el frente
Una vez en Melilla, algunos de los sobrevivientes tuvieron que ser evacuados a la península debido a la gravedad de sus heridas. El primer traslado de heridos se efectuó el 8 de agosto, cuando aún resistían en Arruit los hombres de la columna Navarro, y se utilizó para ello el buque hospital Alicante. El viejo vapor ya llevaba miles y miles de horas de navegación a sus espaldas. En 1899 fue el buque en el que regresaron a España Los últimos de Filipinas, que tras once meses de asedio en Baler pudieron ser repatriados y llegaron a Barcelona el 1 de septiembre después de una travesía de 32 días. A finales de julio de 1921 la compañía Transatlántica finalizó en Cádiz los trabajos en el dique para convertir el  Alicante en buque hospital. Muchos fueron los viajes que el vapor realizó a la península transportando a los heridos del Desastre, y posteriormente a los que lo fueron durante la campaña de reconquista. Mandaba el buque el catalán Agustín Gibernau Maristany y para dar asistencia a los heridos en un primer momento figuraron el comandante médico Rafael Fernández Fernández, el capitán Antonio López Castro, el farmacéutico y naturalista Francisco Pérez Carretero, y el capellán Adrián Risueño de la Hera junto a 1 sargento, 1 cabo y 13 sanitarios. De las labores de logística a bordo se encargaron una sección de intendencia al mando del teniente Antonio Cepas López.

Buque hospital Alicante
El Alicante transportó a los últimos de Filipinas y también a los últimos de Igueriben. En aquella primera singladura a Málaga fueron evacuados 223 hombres; 173 heridos y 50 enfermos entre los cuales se hallaban 14 supervivientes de Igueriben y 6 oficiales, dos de ellos el comandante Francisco Romero y el capitán Emilio Sabaté uno de los últimos en ver con vida al general Fernández Silvestre. Antes de zarpar, el buque fue revistado por el general Dámaso Berenguer y al día siguiente llegó a la capital andaluza desde donde algunos de aquellos once hombres fueron ingresados en diferentes centros hospitalarios. Por entonces ya se conocían en España noticias sobre el sufrimiento padecido por los hombres de Benítez. El mismo día que el Alicante partía de Cádiz rumbo a Melilla, el periódico ABC publicó una semblanza sobre el capitán Bulnes, escrita por Ortega Munilla, donde ya se pedía la Laureada para aquellos héroes, para aquellos mártires. Muchos fueron los viajes que el Alicante realizó antes de ser destinado como carguero en la línea de Nueva York en 1926. Finalmente en 1939, el veterano navío se hallaba fondeado en el puerto de Barcelona cuando fue bombardeado y hundido por la aviación franquista. Hoy en día una calle de El Masnou, población del Maresme Barcelonés, lleva el nombre de aquel capitán de la marina mercante que evacuó a los últimos de Igueriben y a otros muchos heridos que no podían ser atendidos adecuadamente en una Melilla en la que todos los hospitales estaban a rebosar.


Heridos en Melilla, 1921
Otro aspecto que genera dudas es el de la muerte de los supervivientes que, habiendo llegado en tan lamentable estado y a pesar de la cantidad de médicos presentes en Annual, se les permitiera atiborrarse de agua hasta reventar. Según citan muchas fuentes, consiguieron llegar 1 sargento y once soldados de los cuales cuatro fallecieron al llegar al campamento. Pero si esto fuera cierto, no habría sido posible que 14 declararan en las diligencias previas para conceder la mencionada Laureada a De la Paz. ¿Por qué, entonces, en la documentación de Picasso se cita que la mayoría de la guarnición pudo acogerse a nuestras líneas? A las 19.30 del día 21, el general Fernández Silvestre comunica a Berenguer el fracaso del postrero intento de convoy a Igueriben, reconociendo que a pesar del supremo esfuerzo realizado, no se ha podido socorrer a la guarnición, y que, consecuentemente (cito textualmente): “He ordenado la evacuación, pudiendo acogerse la mayoría de los efectivos que participaron en el convoy”. Finalmente, dice que “los jefes y oficiales murieron en la alambrada suicidándose, recogiéndose, repito mayoría territorio Annual.” Este comunicado no nos aclara la cantidad de hombres que pudieron salvarse y nos plantea, además, otra incógnita: ¿se suicidaron los oficiales en la alambrada, tal y como dice el general? Según afirmaron los testigos, Benítez, tras sufrir un desfallecimiento recibió un tiro en la cabeza; Federico de la Paz y Bustamante fallecieron de forma similar, muy cerca de la alambrada y uno junto a otro; el teniente Sierra, en el camino que conducía hasta Annual; Bulnes, que mandaba la vanguardia, fue, al parecer, el último oficial que quedó con vida (a excepción de Casado), y recibió varios disparos antes de caer fulminado, y así uno tras otro. ¿Que vio el general para afirmar que se suicidaron?
Personalmente no creo que pudiera presenciarlo, pero sí parece lógico pensar que serían los testigos quienes informarían al general, tras seguir la trágica retirada con los prismáticos. Uno de los testigos fue el capitán Fernando Correa, quien se hallaba al frente de una compañía de regulares, ya que, no habiéndose podido reincorporar a Igueriben, el Estado Mayor lo designó para cubrir alguna de las múltiples bajas de los oficiales del grupo de Regulares muertos en los días previos. Las avanzadas del último intento de convoy quedaron tan cerca de Igueriben, que muchos de los oficiales que tomaron parte afirmaron que se hubiera podido conseguir hacerlo entrar con un último empuje. El capitán Correa, desde un barranco, presenció cómo sus hombres inutilizaban el material y quemaban las tiendas mientras sentía una impotencia que no olvidaría nunca. Por otro lado, son difíciles de imaginar las sensaciones que debió sentir Miguel de la Paz, al ver cómo su hermano Federico moría, mientras él no podía hacer nada para socorrerlo. Tuvo que ser terrible la noche que pasó Miguel en Annual.


Miguel y Federico de la Paz, Kert 1915
La pérdida de Igueriben supuso un verdadero mazazo en la línea de flotación del ejército de Silvestre. Todos fueron conscientes del descalabro que supuso perder la posición, aunque se encontrasen alejados de primera línea. Cuando meses después declaró ante Picasso el teniente de artillería Gómez López, que se hallaba con su batería en Drius, dejó claro lo que pensaba gran parte de la oficialidad: Allí mismo supieron que Igueriben había sucumbido, siendo ocupada por el enemigo; lo que les hizo pensar que las demás posiciones correrían la misma suerte, por su escasez de medios de resistencia y su situación aislada, así como por la dificultad de auxiliarse unas a otras, y estando concentradas todas las fuerzas móviles disponibles en Annual. A su vez, Annual, caído Igueriben, se encontraba en situación difícil, por las malas condiciones, a través de un país muy escabroso, bajo la constante amenaza de los enemigos, que fácilmente podían dominarlo y cortarlo.
Todos somos conscientes de los sufrimientos que padecieron los defensores que mandaba Benítez, pero ahora me gustaría resaltar el tremendo varapalo psicológico que supuso la caída de la posición para el general Manuel Fernández Silvestre. Según consta en la declaración del capitán de artillería Pedro Chacón, desde aquel momento reinaba en Annual el más completo desbarajuste, tanto por la revuelta y desordenada llegada de las fuerzas del convoy, como por haberse reunido en las inmediaciones de la tienda del general heridos y fugitivos de Igueriben y hasta algún soldado que falleció en esos momentos. No cuesta imaginar la impresión que debió causar entre las tropas la visión de aquellos soldados con semblante cadavérico a los que tan solo un día antes se les había pedido que resistieran unas horas más porque así lo exigía el buen nombre de España. Ellos habían resistido, ahora quien en su momento se lo demandó tenía la obligación de sacarlos de aquel callejón sin salida en que estaba a punto de convertirse Annual. El general tuvo necesariamente que sentirse en deuda con aquellos hombres, y tal vez fue entonces cuando tomó la decisión de evacuarlos sin más demora porque así lo exigía su propio honor como comandante general y como hombre.
En los días previos a la retirada de Annual, Silvestre adoptó decisiones que fueron catalogadas por Picasso como poco meditadas, de incierta ejecución, y adoptadas cediendo al apuro irreflexivo de las circunstancias. Prueba de ello fue la idea que, poco después de ver cómo fracasaba el convoy del día 21, pretendía ejecutar, lanzando en una carga suicida a los escuadrones de Alcántara. Suerte que sus incondicionales Manera, Hernández y Manella le persuadieron de adelantar el sacrificio del regimiento de caballería. No dudo de que aquella noche el general vivió uno de sus momentos más trágicos a pesar de estar acostumbrado, como estaba, a la guerra y haber sentido en sus carnes el acero enemigo, e incluso a pesar de los reveses que el destino le había deparado en su vida personal, al enviudar muy joven y perder una hija de corta edad. Al comandante se le ha acusado, y no digo que no hubiera razones para ello, de ser el primer responsable de la derrota de Annual. Entre sus superiores, tendrá detractores y otros que, queriendo exculparlo, buscarán responsabilidades en la clase política, pero nadie lo defendería como sí hicieron con Berenguer y Navarro. Lo cierto es que en aquellas condiciones, y a aquellas alturas, poco más se podía hacer para impedir que el Rif abriera sus fauces, como decía Blanco Belmonte en su poema, y se tragara a miles de españoles. Para haber evitado lo que ocurrió, debió haberse previsto mucho antes de llegar al callejón sin salida en que se hallaba el ejército de Silvestre poco antes de convertirse en un ejército de desaparecidos. En cuanto a la polémica decisión que el general tomó con respecto a su hijo Bolete, de salvarlo enviándolo a Melilla, sólo puedo decir que tengo un hijo de la misma edad que tenía el suyo, y eso hace que me resulte, cuando menos, muy fácil comprender su determinación.


Manuel Fernández Silvestre y su hijo Manuel


martes, 5 de julio de 2011

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 1ª parte

Igueriben
Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 1ª parte.

Igueriben 1921-2011

A 6 kilómetros de Annual y delimitando las kábilas de Tensamán y Beni Tuzin se halla un montículo roquizo con forma de meseta que se extiende hacia el este rematando en una pequeña loma poblada de árboles desde el tercio medio. Resquebrajada, abrupta, desprovista de toda vegetación, se alza como un centinela sobre Annual. Desde lo alto de su cumbre se ve el seco cauce del río Uad el Kebir. A sus espaldas la cordillera de Beni Ulisex cuyo erguido pico de Mehayast se alza entre las formaciones nubosas. Desde su cima se divisa también la rojiza silueta de Sidi Dris, el monte Abarrán, el poblado de Amesauro y las posiciones de Annual, Talillit y Buymeyan. Trascendente era la cercanía de Amesauro donde se sabía se concentraba la numerosa harka formada por beniurriageles, benituzines y tensamaníes y también el control que se ejercía sobre el collado de Tizzi Assa. Aquel lugar se llamaba Kudia Igueriben.
Hace algunos días, tuve el placer de ver la entrevista que Severiano Gil realizó en Popular TV Melilla a mi querido amigo Juan Tomás Palma Moreno. Al margen de disfrutar de la interviú, hubo un detalle que Juan citó, y que llamó poderosamente mi atención. No hay ningún hecho de los que ocurrieron durante aquellos días que no tenga varias interpretaciones, en el que diferentes testigos no aporten testimonios desiguales del mismo acontecimiento. Juan no podía tener más razón; en cualquiera de las investigaciones que he afrontado, me he topado de bruces ante dos o tres versiones disímiles que dificultan el camino a seguir por no ser capaz de saber con certeza cuál elegir para ser fiel a la realidad. En este caso, nos hallamos ante uno de los acontecimientos más destacados y mediáticos de los que se produjeron durante el desastre: la ocupación, defensa y caída de Igueriben, de cuya conquista, el 7 de junio de 1921, se han cumplido recientemente 90 años.


Igueriben
Sobre Igueriben han corrido ríos de tinta, y es uno de los episodios más distinguidos y célebres del desastre, y a pesar de todo lo que se ha publicado sobre la resistencia y caída del reducto, siguen existiendo elementos que no han quedado suficientemente claros o que todavía no han salido a la luz. Puedo avanzaros, muy a mi pesar, que no he conseguido aclarar del todo ninguno de los misterios que me había propuesto. Sin embargo, he decidido escarbar en las entrañas de Igueriben con la intención de aportar algo más y reabrir un debate que muchas veces se ha suscitado. En aquel montículo abrupto y rocoso, se vivieron momentos que nunca me han dejado de estremecer. Allí la vida se convirtió en una quimera, ¿hasta qué punto debían aquellos hombres ser capaces de resistir para poder volver con sus familias? Desde luego no fue el único lugar de la antigua comandancia donde se traspasaron los límites de lo humanamente soportable. Nos consta que se produjeron diferentes resistencias a ultranza, que en otras posiciones se sufrió hasta el final, y se pagó con la vida tras la agonía física y psicológica que tuvieron que soportar sus defensores. Pero Igueriben, ha quedado para la historia como el comienzo del fin, el principio del Apocalipsis que engulló al ejército del general Fernández Silvestre. En Igueriben, solo quedaba vivir o morir, pero para ello, antes, había además que sufrir.

Preludio

Desde que el 7 de junio se ocupó Igueriben, quedó de manifiesto que su supervivencia dependería de múltiples factores externos ante lo que poco podrían hacer sus moradores. A estas dificultades, había que añadir el estrago psicológico que había producido entre los hombres la caída de Abarrán y, sobre todo, las crecientes confidencias que se recibían en la oficina de Policía Indígena sobre la formación de una poderosa Harka. Tampoco contribuyó favorablemente, la reunión que dos días antes habían mantenido a bordo del Princesa de Asturias los generales Berenguer y Silvestre. Pocos conocen lo que de verdad ocurrió aquel día a bordo del buque varado ante Sidi Dris, los pocos testigos que presenciaron la más que probable discusión entre compañeros de promoción, fueron el coronel Gómez Jordana, los tenientes coroneles Tulio López y Capablanca, y el comandante López Delgado. Se cuenta que hasta tuvo que intervenir para poner paz, el capitán de navío Eliseo Sanchís, comandante del crucero. No parecía presagiar nada positivo aquel encuentro en el que se le negaron a Silvestre los refuerzos que solicitó. Sin embargo, el comandante general, a pesar de las negativas aún fue capaz de ordenar a su sección de operaciones, un plan para afrontar una nueva conquista. Aquel mismo día tras la entrevista, se enterraba en Melilla al cabo del mixto de artillería Manuel González Iglesias, muerto en el hospital Docker a consecuencia de las heridas sufridas en Abarrán. Fue el único de sus defensores que pudo ser enterrado en la plaza.


Tropas españolas ocupan una posición en el Rif
Igueriben se conquista el martes 7 de junio. Desde Annual, y al mando del general Navarro, parten varias columnas que conquistan la colina con poca oposición. Intervienen, la columna del coronel Morales, la columna volante de Ceriñola al mando del teniente coronel Alcántara Pedrinaci, y los Regulares de Núñez de Prado. Tanto en el desarrollo de la operación, como en el número de fuerzas destinadas para su defensa, el estado mayor utilizó una gran cantidad de hombres. El jefe designado para dirigir el nuevo proyecto del general fue el comandante Francisco Mingo Portillo (05-10-1876), veterano oficial perteneciente a la 1ª promoción de infantería que en 1943 celebró sus bodas de oro en Toledo. Formaron parte de aquella hornada, oficiales como Alberto Castro Girona, Leopoldo Saro, López Ochoa, Rodríguez del Barrio, Saliquet, Dabán y otros muchos que fallecieron en las campañas y posteriormente en la guerra civil. Mingo ascendió a teniente coronel en mayo de 1922 y posteriormente a coronel, empleo con el que se retiró.

Comandante Francisco Mingo Portillo
Los trabajos de fortificación los llevaron a cabo los zapadores de la 2ª compañía que mandaba el capitán Jesús Aguirre. Tuvieron que esforzarse en conseguir un parapeto en condiciones y dotarlo de troneras para preservar a los hombres que quedarían en el interior, y todo el recinto quedó cercado de doble tendido de alambradas. Finalmente, en aquella pedregosa y desolada colina, quedaron como guarnición las siguientes tropas: 4ª Compañía del III Batallón, 2ª Compañía del I Batallón, 1ª Batería ligera del Mixto de Artillería, 3 miembros de la Compañía de Telégrafos de campaña, Compañía de ametralladoras, 10 miembros de la Policía indígena.
La 4ª compañía del III batallón bajo el mando del capitán Fernando Correa Cañedo, nacido en Madrid el 16 de octubre de 1881 y, desde marzo del año anterior, destinado en el regimiento. Correa no aparece ni en los listados de Casado, ni prácticamente es citado por ninguna fuente, sin embargo está probado que participó en la conquista de Igueriben, en la columna volante de Ceriñola, y que permaneció allí durante un mes. Fue, por tanto, el segundo en la cadena de mando hasta que el 8 de julio, y en virtud de un permiso extraordinario, se le autoriza a viajar hasta Melilla, para visitar a su esposa, Matilde Arcos, que se halla enferma.


Capitán Fernando Correa Cañedo
El 17 de julio, la Comandancia emitió una orden urgente para que todos aquellos oficiales que se hallaban de permiso se incorporaran a sus destinos inmediatamente. Señal inequívoca de que los presagios eran negativos. Esta orden, según queda de manifiesto en la investigación de Picasso, fue mayoritariamente acatada por todos los oficiales, aunque en algunos casos no con la debida presteza. No fue el caso de Correa, que junto a otros oficiales partieron hacia Annual en una camioneta, y una vez allí, hizo todo lo posible para reincorporarse a su antiguo destino. Debido al cerco que se cernía sobre Igueriben, no pudo llegar y permaneció en Annual donde, como veremos, tuvo un destacado comportamiento. Correa ascendió a comandante en 1923, y años después se retiró del ejército acogiéndose a las reformas de Azaña y por ser ideológicamente opuesto al nuevo régimen. Al estallar la guerra se hallaba en Madrid, y fue detenido en la casa de la Moneda el 8 de octubre de 1936. En un principio ingresó en la cárcel de Quiñones, aunque posteriormente fue trasladado a la de Buen Suceso y finalmente a la de San Antón. Durante el tiempo que permaneció preso, fue sometido a torturas y vejaciones hasta su liberación. Pudo participar en los últimos compases de la guerra formando parte de las tropas que tomaron Tarragona en 1938. Fernando Correa falleció en el hospital militar Gómez Ulla el 26 de mayo de 1942. Me contó Fernando, su nieto, que la seriedad natural que acompañaba al abuelo, solo se rompía cuando recordaba aquel 21 de julio viendo desde Annual cómo ardían las tiendas de sus hombres y se desmoronaba la posición en la que había permanecido 30 días. Entonces al recordarlo, lloraba el capitán Correa. Componían su unidad, según los listados de Casado Escudero, los tenientes Manuel Castro Muñoz, Ovidio Rodríguez y el alférez Rafael Villanova Hoppe, y junto a ellos, el suboficial Ramírez, 4 sargentos, 10 cabos, 2 soldados de 1ª, 101 de 2ª y 3 cornetas.

Oficiales de la 4ª Compañía del III Batallón
La 2ª compañía del I Batallón al mando del capitán Arturo Bulnes, teniente Justo Sierra y alférez Luis Casado. A sus órdenes, el suboficial Cárdenas, 4 sargentos, 10 cabos, 2 soldados de 1ª, 142 de 2ª y 5 trompetas, tambores o educandos. Los efectivos de Ceriñola suman un total de 293 hombres. Llama la atención que estas dos compañías de Ceriñola sean más numerosas que otras desplegadas por el territorio que no superan los cien hombres de media. El comandante Caballero Poveda, en su extenso y riguroso estudio sobre la distribución de fuerzas, cifra en 194 los efectivos de Ceriñola, lo que sin duda es una cantidad más acorde con el resto de compañías repartidas por el territorio. Este desajuste en las cifras será, sin duda, clave para poder calcular cuántos fueron los supervivientes. El alférez Agustín Carrasco Carrasco, perteneciente a la compañía se hallaba en Annual a la espera de poder incorporarse. Murió en combate en la retirada el  22 de julio.

Oficiales de la 2ª Compañía del I Batallón
Al margen de los desajustes habituales cuando afrontas cualquier investigación sobre el desastre, el libro que Casado escribió tras su liberación, ha sido clave para saber qué ocurrió durante aquellos 45 días. Luis Casado nació en Vigo el 28 de noviembre de 1897 e ingresó en la academia en septiembre de 1916. El regimiento de infantería de Toledo fue su primer destino como alférez en 1919, desde donde se incorporó, pocos meses después, a la Policía Indígena de Ceuta, hasta que en marzo de 1921 fue destinado al regimiento de Ceriñola. El 27 de mayo, su compañía es enviada a Annual, y formando parte de la columna volante, intervino en la toma de Talilit y días después en la de Igueriben donde quedó de servicio. Durante el cerco, fue herido en dos ocasiones, la última el día de la evacuación. Como es bien sabido, fue hecho prisionero y trasladado a Axdir junto a varios de sus compañeros en Igueriben. Tras ser liberado en 1923, prestó declaración en diferentes juicios contradictorios que se abrieron para conceder laureadas: Benítez, De la Paz, Dávila, Bulnes. Tras permanecer varios meses de licencia recuperándose del largo y duro cautiverio, se le destinó al colegio preparatorio militar de Burgos, donde siendo ayudante de profesor, impartía las asignaturas de historia, geografía y gramática. Ascendió a capitán en junio de 1926 y el expediente informativo que se cursó para concederle la Cruz Laureada, resolvió que no era merecedor de aquella recompensa. Tampoco le concedieron la medalla de sufrimientos pensionada que posteriormente reclamaría en 1936. Hubo un sector de compañeros que no vio con buenos ojos que escapara de la muerte en 1921, y queda de manifiesto, que entre algunos sectores de los africanistas como Franco o el laureado Tella Cantos, su comportamiento fue considerado indigno de un oficial español. En 1935 pasó a situación de disponible gubernativo en Melilla y posteriormente fue procesado. Los últimos años de su vida fueron un infierno, perdió a su mujer Finucha y quedó viudo con dos hijos pequeños. Finalmente, sería acusado de repartir propaganda comunista en cuarteles, y procesado por conducta antimilitarista y antipatriótica, cargos que siempre negó el capitán Casado. El 18 de julio se negó a sublevarse y fue detenido, juzgado y condenado a muerte. Entre los miembros de aquel tribunal que lo juzgó, figuraba el teniente coronel Tella Cantos y otros ocho compañeros que firmaron la sentencia. Luis Casado fue fusilado el 23 de julio junto a los también oficiales Virgilio Leret, Luis Calvo, Joaquín Fernández Gálvez y  Armando González Corral. No fue el único superviviente de Annual fusilado en Melilla por su negativa a sublevarse. El 27 de julio, fue ejecutado el capitán Juan Villasán y el 3 de diciembre, el comandante Pablo Ferrer Madariaga, teniente de la policía indígena en 1921. Entre la escasa documentación que acompaña la hoja de servicios de Casado Escudero, figura la petición realizada el 3 de julio de 1936 para poder percibir la pensión de la medalla de sufrimientos que le había sido denegada en junio de 1924. El entonces capitán Casado, vuelve a relatar su odisea en Igueriben y su posterior cautiverio expresándose en estos términos: “ante el perjuicio moral que supone el verse desposeído y privado de ostentar una condecoración que en buena lid y dando mi sangre por la patria gané”.

Medalla de Sufrimientos del capitán De la Paz

Basándose en tecnicismos sobre la curación y gravedad de las heridas recibidas en 1921, se le privó de recibir la medalla que solicitaba. Fue sin duda un triste final el del único oficial superviviente. Ya en nuestros días, su familia quiso que se anulara la sentencia que le condenó a muerte, pero la justicia también volvió a desestimar esta petición, como ya hiciera con la Laureada o su anterior solicitud de pensión por sufrimientos. En todo el tiempo que llevo dedicado a conocer e investigar sobre el desastre de Annual, nunca había leído ningún comentario sobre esa presunta conducta indigna que el alférez Casado, dicen algunos que demostró en Igueriben, nunca.
Aquella medallita de sufrimientos por la patria que reclamaba Casado Escudero, la recibieron varias madres y mujeres de oficiales muertos en Igueriben. Por lo que me cuenta la sobrina del capitán De la Paz, representaba poco consuelo para cubrir una pérdida tan dolorosa. Otra de aquellas mujeres que la recibieron fue Isabel Arrabal, madre del teniente Alfonso Galán. Alfonso nació el 21 de agosto de 1894 y, al igual que sus cuatro hermanos eligió la carrera de armas, e ingresó en la academia en septiembre de 1914. Alférez en junio de 1917 y teniente en el mismo mes de 1919. A su madre, se le concedió la medalla en julio de 1928, por haber caído en combate Alfonso en Igueriben, y herido otro de sus hijos, José, en Sidi Dris el 2 de junio. El hermano mayor, Juan, compañero de promoción del capitán De la Paz, pertenecía a la escala de inválidos desde su salida de la academia debido a un accidente de equitación. Isabel Arrabal aún tuvo que padecer la pérdida de otros dos hijos; Antonio, el menor, falleció en Madrid el 29 de enero de 1929 a consecuencia de las heridas que le produjo una explosión fortuita en febrero de 1928 en el arsenal del Ferrol, siendo entonces teniente de artillería de la Armada, y Marcelino Galán, que en 1936, era capitán de fragata, y fue fusilado en Cartagena por milicias republicanas incontroladas. Juan Galán participó en la guerra civil en el bando republicano, y a pesar de su condición de inválido, prestó servicios en diferentes destinos. En 1938 fue nombrado comandante militar de Puigcerdá, Girona. Al finalizar la contienda se exilió a México donde ejerció cómo ingeniero industrial. José, el artillero herido en Sidi Dris, continuó su carrera militar y ascendió a capitán en 1924. Tras la disolución del cuerpo en 1926, se le condenó a la pena de reclusión perpetua, aunque posteriormente fue indultado y readmitido. Se retiró del ejército en 1931 y pasó a desempeñar funciones como ingeniero naval en la subsecretaría de marina mercante. Falleció en Madrid el 31 de octubre de 1979.
La 1ª batería ligera del Mixto de artillería que manda Federico de la Paz. Como oficial, solo cuenta con su compañero el teniente Julio Bustamante Vivas y los sargentos Fernández Murillo, Villalba, 6 cabos, 1 trompeta y tan solo 20 artilleros para servir las cuatro piezas Schneider de 75 mm transportadas a lomo. Por el contrario, Caballero Poveda afirma que eran 73 los componentes de la 1ª batería que quedaron en el reducto. No queda claro que la batería de Federico fuera la primera en situarse en Igueriben, porque parece que durante la ocupación se utilizó una de montaña. En todo caso, el relevo se tuvo que producir el mismo día 7, ya que así consta en la hoja de servicios de Federico y en la documentación del juicio contradictorio que se instruyó para concederle la Laureada. El capitán De la Paz se había hecho cargo del mando y administración de la batería ligera el 1 de abril, cesando como jefe de la 6ª de montaña con la que tomó parte en numerosas operaciones, entre ellas la ocupación de Sidi Dris donde coincidió con el capitán Correa y el resto de oficiales de su unidad, ahora compañeros en Igueriben.


La batería del capitán De la Paz en Nador
Federico partió de Melilla hacia el frente el 1 de junio, mientras la columna del comandante Villar ocupaba Abarrán. Fue la última vez que Lola Bergés, su mujer, le vio. Lo mismo ocurrió con su querido hermano Miguel, a los De la Paz el cruel destino no les permitió volverse a ver. Junto a su capitán, a pesar de no aparecer en la relación de defensores que se incluyó en el libro de Casado Escudero, se hallaba su ordenanza, el soldado Ramón Moreno Blasco. Para poder llevar hasta lo alto de Igueriben las piezas, los artilleros del capitán tuvieron que hacer un verdadero esfuerzo.
Federico de la Paz en Tiquenet, diciembre de 1914
Para manejar la estación heliográfica nº 17 se designaron al cabo Valeriano Aguilar y los soldados Jáuregui y Cáceres, los tres pertenecientes a la compañía de telégrafos de campaña. Con respecto a la unidad de ametralladoras que se hallaba presente, siempre hemos considerado que era la del teniente Alfonso Galán y sus 15 hombres. Sin embargo, Casado afirma que esta sección se incorporó el 11 de julio para relevar a la de Ceriñola, que podría ser alguna sección de la compañía de ametralladoras del III batallón que tenía el resto de sus efectivos en Annual.
Teniente Alfonso Galán Arrabal
La policía indígena aportaba 1 cabo y 9 askaris que no son citados de manera deliberada por Casado, ya que mayoritariamente desertaron en el último momento. Llama la atención poderosamente que no quedara de guarnición ningún teniente médico ni personal civil sanitario, como sí ocurría en posiciones cercanas con guarniciones parecidas como Sidi Dris o Buymeyan.
Las fuerzas de la 5ª compañía de montaña de la comandancia de intendencia al mando del alférez Ruiz Osuna, y las del parque móvil de artillería del teniente Nougués, llegaron el 17 de julio formando parte de aquel último convoy que de manera temeraria consiguió llegar hasta Igueriben.


Teniente Nougués y Alférez Ruiz Osuna
El zaragozano Ernesto Nougués Barrera (27-10-1896) ingresó en la segoviana academia de artillería en septiembre de 1912 formando parte de la 204 promoción. En julio de 1921 se hallaba destinado en el parque móvil de artillería cuyo jefe era el capitán Miguel de la Paz, compañero de promoción del hermano mayor de Nougués. El 12 de julio desde Annual escribió por última vez a su familia, la carta que, incluida  en la investigación del general Picasso ofrece detalles interesantes sobre el pensamiento de los jóvenes oficiales. “Avances demasiado rápidos, sin consolidar bien lo que se ha ocupado, días tristísimos tras la pérdida de Abarrán y enorme depresión moral, en fin que hay África para rato si Dios no lo remedia”. Nougués y sus hombres cargaron cuantas cargas pudieron sobre los mulos para abastecer de municiones a la batería de Federico de la Paz. En la subida a la posición recibieron un intenso fuego y muchas cargas rodaron ladera abajo. El joven oficial y sus artilleros consiguieron recuperar muchas de ellas y con ellas en las manos entraron en el reducto. Nougués fue también propuesto para recibir la laureada por su bravo comportamiento en la conducción del convoy aunque finalmente se desestimó la petición familiar. En las cartas que recibió la madre del capitán De la Paz, escritas por los prisioneros que enterraron a los defensores de Igueriben figura que se localizó el cadáver de un teniente del parque móvil, sin embargo cuando años después se recuperaron los restos no se pudo reconocer a Ernesto Nougués y sus restos descansan en la tumba colectiva del panteón de héroes.
Tanto Navarro como Silvestre visitaron la posición el mismo día de su ocupación. No sería la última visita pues, como veremos, se pudieron mantener durante algunas jornadas las idas y venidas desde el campamento de Annual, prácticamente hasta unos días antes de la evacuación. Aquella noche del 7 de junio, mientras en Igueriben pasaban sus primeras horas, el Alto Comisario cursó un telegrama al Ministro de la Guerra donde le informaba de que se habían recuperado el cuerpo del cabo Zárate y otro que parecía ser el del capitán Salafranca, muertos días antes en Abarrán, y devueltos previo pago de 4000 pesetas fruto de una colecta entre los oficiales. Se les dio tierra en las proximidades de Annual, siendo todos testigos de que los cadáveres habían sido vilmente mutilados. Hasta la lejanía de Annual fue capaz de llegar el 4 de julio el teniente coronel Mariano Salafranca, para visitar la tumba de su hermano, al que sus compañeros pretendían levantar un monolito conmemorativo. Aquel enterramiento fue posteriormente citado, en varias ocasiones, por los prisioneros enterradores para señalar el emplazamiento de otras fosas. Qué fue de aquellos restos, es otra de las múltiples incógnitas irresolubles, Salafranca es uno de los seis laureados desaparecidos y que, con suerte, ocupan una de las fosas comunes del cementerio de Melilla.
También quisiera destacar que, leyendo las hojas de servicios de la mayoría de los oficiales presentes en Igueriben, y de aquellos que formaron parte de la operación de ocupación, se observa que todos ellos habían participado en muchas de las conquistas de la victoriosa campaña que Silvestre había llevado a cabo hasta esa fecha. Ahora los recordamos por su sacrificio, muerte y porque se los llevó por delante el tsunami de Annual, pero hasta ese momento, esos hombres habían conquistado Beni Said, Tafersit, los Montes Mauro o Sidi Dris y habían desembarcado en Afrau. En definitiva, eran los mismos que la prensa nacional ensalzaba por haber logrado conquistar en poco tiempo, una extensísima porción de territorio desconocida por entonces para el ejército español. Aquellos hombres, van a permanecer en el reducto 45 días durante los cuales los ataques se producirán con frecuencia. En las proximidades de Igueriben, se hallaban otras posiciones que vivieron circunstancias similares, Buymeyan, Talilit, Afrau o Sidi Dris. No en vano la mayoría de las cruces laureadas las ganaron hombres que se distinguieron en alguno de aquellos lugares: Benítez, De la Paz, Mariano García Martín, Salafranca, Cebollino, Vázquez Bernabeu, Velázquez y Flomesta. Ocho de las doce laureadas concedidas en Annual.


Posiciones españolas de primera línea en julio de 1921
Tras finalizar los trabajos de fortificación, se organizan los servicios que se prestarán a diario; durante el día, la guardia la formarán 18 hombres, 2 cabos y 1 sargento que cubrirán seis puestos, por las noches, se aumentan las medidas de protección y se suman hombres a la guardia hasta un total de 42, y dos oficiales, rebajando a quince minutos la estancia en los puntos, para evitar el cansancio. El comandante Mingo sabe desde el primer día, que el talón de Aquiles de la posición es la dificultad de aprovisionamiento; la aguada distante a más de cuatro kilómetros, y el convoy que desde Annual debe llegar cada dos días para garantizar la supervivencia de sus hombres. En este cometido serían empleados los Regulares de Núñez de Prado y las diferentes Mías de Policía desplegadas en la punta de lanza del ejército de Silvestre.   En diferentes ocasiones el comandante intentó localizar un pozo en las cercanías, que les permitiera no depender de tan largos y arriesgados desplazamientos para la obtención del líquido precioso. Para realizar la aguada, Mingo decidió que se encargaran de este cometido, 20 hombres al mando de un sargento y un cabo, distribuidos por parejas a lo largo del camino.
Vista aérea de una posición en el Rif
La primera noche gozaron de tranquilidad y no hubo sobresaltos. Después, todo cambiaría. Según reza en la hoja de servicios de Federico de la Paz, se disparó para rechazar al enemigo o proteger la llegada del convoy los días 14, 16, 19, 27 de junio y 1, 4, 6, 7, 9, 11, 12, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20 y 21 de julio. Especialmente dura fue la última semana en la que no cesó el fuego ni un solo día, con el consiguiente deterioro físico que suponía para los defensores. Sirva como ejemplo que el 14 de junio, según figura en la hoja de servicios del capitán Correa, se soportaron nueve horas de fuego continuado. Ésta fue en esencia la rutina de la posición; calor, sed, piojos, parapeto y más parapeto, falta de sueño y aislamiento. Lo catastrófico fue que el sufrimiento fue in crescendo a medida que se adentraban en el mes de julio, entonces, todos, desde el comandante hasta el corneta, tuvieron que sufrir lo indecible.

Soldados de Ceriñola 42
De entre todos aquellos días de junio en los que la posición fue hostilizada, uno de los que han pasado a la historia por su importancia, fue el día 16, en el que sucedió el conocido como combate de la Loma de los Árboles. Aquella mañana, el comandante Villar conocía por confidencias recibidas, que se habían concentrado un gran número de enemigos en la llamada Loma de los Árboles. Comunicó sus temores al general Navarro que se hallaba en Annual, pero éste ordenó realizar, como era costumbre, la descubierta y la aguada de Buymeyan, para lo cual partieron de Annual fuerzas de Policía al mando de Villar, dirigiéndose inevitablemente directos al enemigo. Han quedado testimonios de aquel combate desde todos los ángulos. Aquellos que estaban en Buymeyan, los que partieron de Annual y finalmente los defensores de Igueriben, fueron todos testigos directos de los acontecimientos. Las fuerzas de Villar son atacadas en cuanto se aproximan a la loma y sufren bajas, de las que se encarga uno de los protagonistas de la jornada, el teniente médico Vázquez Bernabeu. El joven galeno se halla destinado en Buymeyan y lleva más de un año en el territorio donde en varias ocasiones había sido citado como distinguido. De su comportamiento aquel día, ha quedado un amplio testimonio gracias a la investigación que llevó a cabo el comandante Fernández Alarcón, designado juez instructor en primera instancia. De la lectura del citado documento, deduzco que los rifeños habían ocupado eficazmente y con gran presencia de fuerzas los alrededores, que tal vez se deberían haber adoptado medidas más prudentes antes de enviar a las fuerzas de Villar, y también que Vázquez se comportó como un jabato, curando heridos y ayudando a los oficiales a contener la desbandada que se produjo casi a las primeras de cambio.
En Annual, ante el cariz que toman los acontecimientos, Navarro ordena que parta otra columna a las órdenes del jefe de Regulares, Núñez de Prado. La forman dos tabores, uno de infantería y otro de caballería, la 2ª batería de montaña del capitán Galbis, y una compañía de Ceriñola al mando de Emilio Morales Tovalina, el teniente Arce y los alféreces Cosidó y Moreno Farriols. Todos los esfuerzos resultarían baldíos ante la encarnizada resistencia de los hombres de Abd el Krim, conscientes de su superioridad y de la importancia estratégica del lugar. A las seis de la tarde, desde Annual les ordenan retirarse. Cuando el comandante Fernández Alarcón buscó testimonios para justificar la laureada del teniente médico, se encontró con que muchos de aquellos testigos habían muerto o desaparecido un mes después. Carrasco, Saltos, Villegas, Martín Elviro, Sousa, Guzmán, Moreno de Guerra, Morales y el propio Villar, jefe de las fuerzas de policía. Sin embargo, antes de fallecer en combate en Buhafora, el teniente Manuel Sousa escribió a su padre, el general de artillería José Sousa del Real, explicando detalladamente el comportamiento del teniente Vázquez. Aquella carta, y los testimonios de otros supervivientes como el también médico Salarrullana, le valieron la Laureada al bravo médico que, enfermo de gastroenteritis, también supo llegar al límite y escapar con vida. Tras el desastre y su posterior fuga del cautiverio, continuó mucho tiempo en el protectorado aunque desde entonces parece que le abandonó la baraka que le protegió aquel 16 de junio. Su salud quedó muy mermada y ya nunca la recuperaría al completo. Perdió, años después, a su mujer Trinidad Vidal al poco de casarse, y finalmente, sería fusilado en Paterna por milicianos incontrolados que lo sacaron del sanatorio donde se recuperaba, para desaparecer para siempre.


Capitán Vázquez Bernabeu
Cuando hace meses visité en Masanassa el camposanto donde reposan los restos de sus familiares, pensé en su evasión de la guarida de Abd el Krim, nadando hacia el Peñón de Alhucemas donde daría un tremendo susto a los centinelas. Paseando por el pueblo, junto a la iglesia escuché el tañido de la campana que la hermana de Vázquez Bernabeu, Rosa, regaló a la parroquia. También me contaron que una calle del pueblo se llamó capitán Vázquez, aunque después le cambiaron el nombre. A pocos kilómetros de allí, en Quart de Poblet, el hospital militar de Valencia sigue luciendo el nombre de uno de los dos únicos laureados del desastre que no lo fueron a título póstumo, y que fallecieron en la guerra civil.
¿La pérdida de la Loma fue el preludio de la tragedia? Según Rodríguez de Viguri, defensor de Navarro, no fue así ya que posteriormente se vivieron de nuevo días de tranquilidad en el frente de Igueriben, y prueba de ello fue la visita que el Barón de Casadavalillos, su ayudante y un oficial de estado mayor realizaron, tres días después del combate. La defensa del general había aportado informes favorables a la ocupación de la loma (teniente coronel Fernández Tamarit), pero también otros contrarios a su conquista como el del coronel Morales y el comandante Cabrerizo del estado mayor. La responsabilidad de Navarro quedó supeditada a la de su superior en la comandancia. Silvestre asumió de nuevo el fracaso de la operación, valiéndose el abogado de Navarro, de la doctrina del Consejo de Marina y Guerra: “La obediencia del inferior y la aprobación del superior descargan la responsabilidad, asumiéndola quien aprueba”.
El comandante Mingo sigue insistiendo en la necesidad de buscar agua cerca, obtiene de su general la promesa de enviarle herramientas para poder cavar y sus hombres cavan y cavan sin obtener resultado alguno. El compacto y pétreo suelo de la colina se resiste a ser perforado y ante las dificultades se ven obligados a desistir. El mes de junio finaliza sin que el principal problema de Igueriben quede resuelto. Ni siquiera una confidencia que hizo llegar al comandante un influyente rifeño sobre un antiguo pozo, se convirtió en realidad y tuvieron que continuar las arriesgadas aguadas. Finaliza junio con una exhibición de los rifeños, que desde la cumbre del Amar U-Said, a 1300 m. de altura, enseñan con altivez los cañones perdidos en Abarrán. Aunque aquel día no hicieron fuego, no tardarían en enfilarlos hacia la colina consiguiendo que algunos impactos hicieran blanco en el interior de la posición. 


Rifeños entre trincheras
El 2 de julio, el alférez Villanova se desplaza hasta Annual para, entre otras gestiones, recibir los haberes de los oficiales y soldados. Este detalle es importante porque aumentó el botín al sucumbir la posición. Sabemos que el capitán De la Paz llevaba encima mil pesetas, que se correspondían a los sueldos de junio y julio. Rafael Villanova Hoppe (30-04-1894), había ingresado en el ejército en enero de 1916. Tras su paso por la academia, obtuvo el despacho de alférez en junio de 1919 y sirvió primero en el regimiento de Extremadura en Algeciras y en Cazadores de Tarifa, Larache, hasta que poco antes del desastre fue destinado al de Ceriñola. Había nacido en el seno de una conocida familia originaria del granadino pueblo de Gójar. Su padre, Juan Villanova de la Cuadra, fue senador así como su abuelo materno Federico Hoppe. Sobre la familia paterna, se conoce una interesante historia de parentesco con Luciano Bonaparte, uno de los hermanos de Napoleón. Rafael Villanova Rattazzi, primo hermano del alférez Villanova, llevaba entre sus apellidos el de Bonaparte, murió en octubre de 1937 siendo capitán de caballería y jefe del tercio de requetés de Navarra, se le concedió a título póstumo la medalla militar individual.
En el campamento de los regulares de Annual, se recibe la noticia de la muerte por enfermedad en Melilla, del comandante de caballería Carlos Mielgo Pascual. Las muertes por enfermedad eran, por desgracia, corrientes en los hospitales melillenses, en los que, prácticamente cada día, morían soldados víctimas de dolencias no debidas, al menos directamente, a los combates. También durante el mes de junio, fallecieron víctimas de un accidente de aviación ocurrido el día 17, el teniente Ramón Ostariz Ferrandiz y el soldado de ingenieros y observador Antonio de Cabo Rodríguez. El piloto, era hermano del capitán de ingenieros Luis Ostariz, ayudante de órdenes de la comandancia de ingenieros de Melilla y fallecido en 1927 en Tabarrán.


Vista aérea de las posiciones españolas
Tras la partida a Melilla del capitán Fernando Correa, asume el mando por antigüedad el veterano teniente Manuel Castro Muñoz, que había cumplido 40 años el mismo día que se perdió Abarrán. Castro había nacido en Toledo en 1881, y era hijo del capitán de infantería Cayetano Castro Pereira. Inicia su carrera como soldado voluntario en junio de 1900, ascendiendo a cabo y a sargento en 1901, empleo en el que permaneció durante doce años. En 1908 se casó en Granada con Mª Remedios Vallejo Cabezas, hallándose destinado en el regimiento de Extremadura 15, en Algeciras. Participó en la campaña del Kert formando parte del 59 de infantería, y ascendió a teniente en septiembre de 1913, tras más de trece años de servicio durante los cuales permaneció en Marruecos la mayor parte del tiempo. Tras un breve paso por Cataluña en el batallón de cazadores de Granollers, y en la caja de Olot, es de nuevo destinado al regimiento de Ceriñola donde se incorpora el 22 de octubre de 1920, participando en un alto número de misiones durante la campaña que orquestó el general Fernández Silvestre. Finalmente sería destinado a Igueriben, incorporándose, tal como indica su hoja de servicios, el 20 de junio, aunque este extremo no es contemplado en el libro de Casado Escudero. 

Detalle monumento en Málaga
De los 106 oficiales (1 coronel, 3 tenientes coroneles, 5 comandantes, 25 capitanes, 44 tenientes y 28 alféreces) que figuraban en el regimiento de Ceriñola, 15 eran tenientes de la Escala de Reserva, de los que cuatro murieron en combate: Castro Muñoz, Sierra Serrano, Grau Domenech y Rodríguez Pons.
Justo Sierra Serrano nació en Alcázar de San Juan en mayo de 1881, hijo del veterano capitán de infantería Francisco Sierra Muñoz y de Luisa Serrano Bautista. Recién cumplidos los 16 años, ingresa como soldado voluntario en el regimiento de África 4, posteriormente denominado Melilla 2. En 1900 ya era sargento, y prestó servicio durante muchos años en diferentes destinos de Marruecos. Participó en la campaña del Kert haciéndose acreedor de varias condecoraciones. Tras doce años como sargento, ascendió a alférez en agosto de 1912, y a teniente, en agosto de 1915. En 1918, permutó su destino, y tal vez su suerte, con el teniente Baltasar García Valdecasas, siendo enviado al regimiento de Ceriñola. Participó en muchas conquistas durante la campaña de 1920-21, tomando parte en la conquista de Annual, Sidi Dris, Talilit, etc. El 7 de junio, quedó destacado en Igueriben tras haber entregado en marzo el mando  de su compañía, que ejercía accidentalmente, al capitán Arturo Bulnes. El 19 de julio fue herido en la cabeza, y así lo comunica a la comandancia el coronel Argüelles desde Annual. Tras su desaparición, se inició un expediente informativo para conocer los detalles de su muerte. La investigación fue dirigida, en julio de 1922, por el comandante y juez de causas de Melilla, Manuel Ramírez González, y el teniente Joaquín García-Morato Ruiz. En ella declararon cuatro supervivientes de Igueriben: dos sargentos y dos soldados. Los primeros eran, por deducción, Hermenegildo Dávila y el recién ascendido sargento Manuel López Prada. Todos ellos afirmaron sin ningún género de dudas, que el teniente Sierra murió el 21 de julio cuando al frente de su sección marchaba en dirección al campamento de Annual. Su cadáver quedó abandonado a unos quinientos metros de la posición, en un arroyo que cruzaba el camino de la posible salvación. Una vez acreditada su muerte, se pudo expedir el certificado de defunción. Así le fue comunicada la muerte a su viuda Remedios Jurado Salas, con quien se había casado en la parroquia del distrito de la Merced, en Málaga, habían tenido cuatro hijos y  residían en Melilla. En 1926, los Reyes se trasladaron a Málaga donde se inauguraba la estatua dedicada a Benítez y los suyos. Antes de asistir al acto, visitaron el barrio de Ciudad Jardín, donde se construía una gran barriada de nuevas casas. El monarca, recibió de manos de los constructores las llaves de la primera casa con la idea de donarla a la familia de un obrero malagueño. Sin embargo, Alfonso XIII y el alcalde de Málaga José Gálvez Ginachero, decidieron que aquella casa de la avenida Jorge Silvela, fuese cedida a Remedios, viuda del teniente Sierra Serrano. Rocío, biznieta del oficial, me contó que allí guardaban los sables del bisabuelo, que fue todo lo que quedó de él, y que aún en la actualidad reside la familia en el mismo domicilio, junto al Mediterráneo.

Ciudad Jardín, Malaga en 1927
El 5 de julio se recibe en Igueriben, la visita del coronel Argüelles, jefe de la circunscripción de Annual a la que se había incorporado tres días antes. El jefe del Mixto se reúne con los oficiales entre los cuales se hallan dos del regimiento que manda y que conoce perfectamente. En marzo de 1919, Argüelles fue uno de los testigos del enlace entre Federico de la Paz y Lola Bergés Canseco, que celebró el capellán del regimiento Lucio Rosado en la capilla castrense de Melilla. También firmaron como testigos el coronel Fernández Pérez, el capitán Juan Villasán, y el teniente y futuro cuñado Julián García Valbuena, todos ellos de Alcántara 14. Desde que a finales de mayo, el coronel José Riquelme se trasladó a la península con motivo de una intervención quirúrgica, Argüelles y Manella alternaron el mando de su circunscripción de Annual, reemplazándose cada quince días. El jefe del mixto, tras el desastre, pasó a la reserva por haber cumplido la edad reglamentaria, y en diciembre de 1923 se le concedió el empleo honorífico de Brigadier.

Oficiales 1ª batería ligera
Argüelles y su escolta abandonaron la posición siendo paqueados, ante lo cual el comandante organizó un servicio de contra tiradores que, desde el parapeto, estarían atentos a la mínima señal de humo que proviniera de las inmediaciones. En este cometido se destaca el corneta Pablo Cantalicio. En Igueriben servían 5 cornetas, 2 tambores y 2 educandos. Todos murieron en combate y, aunque desconozco qué edad tenían, debían hallarse entre los más jóvenes especialmente los educandos Salvador Castro y Santiago Molina. En las listas de bajas figuran muchos de aquellos jóvenes educandos y cornetas de Ceriñola, entre los afortunados que pudieron acogerse a la plaza, figuraron José Corvalán García, José Castillo Martín, José Fernández Pérez, salvado milagrosamente de Sidi Dris, y Salvador Sancho Ponce prisionero en Axdir.
Precisamente como educando de banda ingresó, en 1908, Julio Bustamante Vivas. Era hijo del entonces capitán de infantería de Marina, Víctor Bustamante, y de Rosa Vivas Arenzana, habiendo nacido en San Fernando el 15 de febrero de 1893. Tras permanecer varios meses como soldado de infantería de marina, ingresó en la academia de artillería en septiembre de 1910. Durante su estancia en el centro formativo, coincidió varios años con el que sería su jefe, compañero y amigo en Igueriben, Federico de la Paz. Consiguió el empleo de teniente en junio de 1917, y fue destinado al 2º regimiento de artillería de montaña, y posteriormente a la comandancia de artillería de Cartagena, desde donde partiría a Melilla en julio de 1918. Desde el primer momento, fue su jefe el capitán De la Paz, primero en la batería de montaña y posteriormente en la ligera. Sus destinos irían unidos hasta en la posteridad; sirvieron juntos, murieron uno al lado del otro, y sus restos reposan en nichos contiguos en el panteón de héroes.


Oficiales del Mixto de artillería en 1920
El día 11, según Casado, se produjo el relevo de la sección de ametralladoras quedando en la colina los hombres del teniente Alfonso Galán Arrabal. La compañía de ametralladoras de posición que mandaba el capitán Benigno Ferrer Cabal, tenía una sección destacada en Talilit al mando del teniente José Aguilar de Mera. El tercer oficial de la compañía, Joaquín Vara de Rey, y su sección, constituían parte de la guarnición de Afrau de la que era jefe el cordobés Francisco Gracia Benítez hasta su muerte el 23 de julio. En Talilit, forman la guarnición 4 oficiales y unos 150 hombres que reciben la orden desde Annual de replegarse sobre Sidi Dris, donde una gran mayoría moriría el 25 de julio, tras el fallido intento de alcanzar los botes que los buques de la Armada de guerra les enviaron desde el litoral. La totalidad de los oficiales de ambas posiciones sucumbieron, entre ellos, los hermanos Leopoldo y José Aguilar de Mera. Cinco años después, otro hermano, Jenaro, localizó sus cadáveres y el 30 de junio de 1926, regresaron al campamento de Annual desde donde fueron trasladados y enterrados en el cementerio de Melilla. Leopoldo Aguilar era ya, a pesar de su juventud, un poeta en ciernes y había estrenado varias obras de teatro, la última en Melilla. Dejo para otra ocasión el hablar más detalladamente de su figura. En diciembre de 1923, la ciudad de Melilla dedicó una calle en su honor, nombre que sigue llevando en la actualidad. También pudieron ser identificados en Sidi Dris y sepultados en el panteón de héroes, los restos de los tenientes José Acuña, Luis Hermida y Federico García Moreno, todos ellos muertos en aquella trágica evacuación, en la que solo alcanzaron la seguridad de los barcos, el sargento Andrés Mariscal y 25 soldados de Ceriñola de los más de trescientos que se hallaban presentes.
El día 1 de junio quedó definitivamente ligado a la pérdida de Abarrán y las consecuencias que se derivaron de ella, pero para uno de los defensores de Igueriben, fue un día importante, por otra razón muy distinta ya que recibió el consentimiento real para contraer matrimonio. Arturo Bulnes Martín-Vegue nació en Trueba el 24 de agosto de 1895, y era hijo del entonces subintendente Arturo Bulnes Ureña y de Matilde Martín-Vegue Jaudenes. Con tan solo quince años, ingresó en la academia de donde salió como 2º teniente en junio de 1914. Antes de su ascenso a teniente, pasó a formar parte del cuadro de eventualidades del regimiento de Melilla, donde permaneció tras su promoción a teniente. Tras dos años en el Protectorado, vuelve a la península y en junio de 1920, asciende a capitán por antigüedad y por fin se incorpora al regimiento de Ceriñola en abril de 1921. Bulnes tenía previsto casarse con Rosa María, su prometida, el 7 de agosto. Tras su muerte en combate, tan sólo dos semanas antes, el que hubiera sido su suegro, coronel de infantería, se desplazó a Melilla con el objetivo de recabar información sobre el joven oficial. Nunca más se supo de él y un año después fue dado por desaparecido oficialmente. Fue propuesto para recibir la laureada y se abrió juicio contradictorio que finalmente le fue adverso. Conocíamos la historia del teniente Medina y Rosa Margarita, la novia de Intermedia A, ahora, igualmente sabemos que Igueriben tuvo también su novia.


Convoy a una posición española en 1921
Poco antes de producirse el relevo en la jefatura de la posición, los zapadores la visitaron de nuevo para realizar obras que permitieran cambiar la puerta de acceso en el reducto. La sección de ingenieros llegó el día 12 de julio por la mañana, y en pocas horas finalizó el trabajo. La puerta quedaba cubierta por las ametralladoras de posición cuyos sirvientes tenían su alojamiento junto a los policías y el cuerpo de guardia, en el frente que abarcaba el camino de la aguada. En el centro del corralito, la tienda del comandante jefe, y a su lado, los telegrafistas. En el frente contrario y apuntando hacia la Loma de los Árboles, los cañones del capitán De la Paz, que compartía tienda con Bustamante y Galán, y tras ellos, los artilleros y otra tienda cónica ocupada por los sargentos del Mixto. En total, formaban el reducto siete tiendas para oficiales y sargentos, 6 alojamientos para la tropa, el depósito de víveres, las cocinas, letrinas y un puesto de guardia protegido junto a las piezas de artillería. También se habilitó una pequeña cuadra que resultó insuficiente para acoger las caballerías que llegaron con el convoy del día 17. Entre los conductores de aquel postrero convoy, se hallaba el sevillano Enrique Ruiz Osuna. El alférez Ruiz nació en Peñaflor el 14 de diciembre de 1889. Ingresó como soldado voluntario de caballería en cazadores de Alfonso XII, en marzo de 1911. Posteriormente, pasó al arma de intendencia donde permanecería hasta su muerte en combate. Ruiz Osuna se ganó el ascenso a sargento por los méritos  contraídos durante las operaciones en Larache en 1913, y obtuvo el grado de alférez en enero de 1919. Se incorporó a la comandancia de intendencia de Melilla el 29 de julio del mismo año, siendo destinado a la 5ª compañía de montaña donde tomó parte en un gran número de operaciones por las que fue citado como distinguido en dos ocasiones. El 1 de junio de 1921, al frente de su sección, participó en la conquista de Abarrán. En los días previos a la caída de Igueriben se volvió a destacar y el 17, al frente de sus hombres y sus acémilas, llevó la última ración de agua a los hombres de Benítez. No parece que la idea del estado mayor fuera que se quedaran en Igueriben aquel día, pero ante el cariz que tomaron los acontecimientos así se decidió, y fue muerto en combate junto a la mayor parte de sus hombres. En la actualidad una calle de Peñaflor lleva su nombre.

Igueriben, dibujo de Luis Casado
Como no podía ser de otra manera, existen también diferentes versiones del día en que Julio Benítez se hizo cargo de su último destino. Según Casado lo hizo el 13, en su hoja de servicios, sin embargo, figura el día 10 de julio. Lo que sí parece claro, es que el oficial saliente, Mingo, se entrevistó con Silvestre en Melilla, el viernes 15 de julio. De la famosa nota que éste escribió al ser relevado, me gustaría destacar que tras volver a insistir en la urgencia de encontrar un pozo, anota que es necesario recibir el correo a diario, al que concede la misma importancia que al pan. Mingo era consciente del positivo impacto sicológico que causaba entre sus hombres recibir y enviar noticias del exterior. También recomendaba, para mejorar las condiciones de vida de la tropa, desmontar y hacer barracones nuevos, y solicitaba obuses, estopines y granadas, lo que parece comprensible dada la situación que se vivía tras el combate del 16 de junio. Lo que resultan más chocantes, son sus recomendaciones sobre arrasar las kábilas, quemar cosechas y propinar palizas diarias. ¿Ésta habría sido su táctica si hubiera seguido al frente de la posición?
Julio Benítez es todo un mito en la historia del Desastre, tal vez junto al capitán Arenas y el teniente coronel Primo de Rivera, uno de los más mediáticos y homenajeados tras su muerte en combate. Calles, cuarteles, monumentos y cuadros recuerdan al malagueño oficial nacido en El Burgo en 1878.

Málaga, monumento al comandante Benítez

Entre los componentes de su promoción, se cuentan algunos que serían compañeros en Annual, como Fidel Dávila y el también fallecido Wenceslao Sahun. También otros nombres ilustres de las campañas de Marruecos, Claudio Temprano, González Tablas, Millán Astray, Federico Berenguer, Adolfo Arias o el laureado Navarro Ramírez de Arellano. Benítez participó en la Guerra de Cuba donde enfermó de las  fiebres que le acompañarían toda la vida, fue herido en La Caridad y recibió la Cruz de María Cristina. A finales de 1898, vuelve a la península a bordo del vapor “Nuestra Señora de la Salud” a recuperar, precisamente, la suya. En febrero de 1905 asciende a capitán, y tres años después recibe un permiso extraordinario de seis meses para realizar un viaje por Bélgica, Francia e Inglaterra, así como otros permisos debidos a recaídas de las dolencias de la guerra en el Caribe. En mayo de 1912, obtiene su primer destino en Ceriñola en los destacamentos cercanos al Kert, Ishafen, Talusit, Ras Medua. En diciembre del mismo año se casa en Málaga con Nieves Fernández Ajas, a la que recordamos de luto junto a Casado Escudero, en la inauguración del monumento a su marido muchos años después. Con Nieves tendría, en 1914, a su única hija Julia, como su abuela y padre. A los 36 años asciende a comandante por antigüedad y, finalmente, en enero de 1918, regresa a Ceriñola y permanece en el regimiento hasta su muerte. Benítez participó al mando de diferentes columnas en toda la campaña de Silvestre e intervino en muchas operaciones en todo el territorio. Pero fue a partir del mes de junio cuando su nombre empezó a  sonar con fuerza, tras el ataque que se desencadenó sobre Sidi Dris y en cuya conquista había participado en el mes de marzo.

Restos de la posición de Sidi Dris
Tras el asalto y pérdida de Abarrán, la Harka atacó duramente la posición de Sidi Dris, enclavada en un acantilado sobre el Mediterráneo, por lo que solo ofrecía un frente para su defensa por tierra. Benítez ya había estado al frente de la guarnición antes del mes de junio, y conocía perfectamente las dificultades para afrontar un ataque a gran escala. Participaron en el ataque miembros de las kábilas de Tensaman, Bocoya y Beni Urriagel, y el ataque se prolongó durante 34 horas. Defendían Sidi Dris dos compañías de infantería, un destacamento de policía indígena y una batería de la comandancia. Tras recibir noticias de la agresión, Silvestre ordena que el Laya, el Gandía y la escuadrilla de Zeluán que manda Pío Fernández Mulero, colaboren con los hombres de Benítez para abortar la operación rifeña. Mandaba la artillería de Sidi Dris el teniente José Galán Arrabal que resultó herido de un balazo en el muslo, y para compensar su baja, el comandante del Laya, Francisco Javier de Salas, ordenó que desembarcara una sección de 14 hombres al mando de un contramaestre y del alférez de fragata Pedro Pérez de Guzmán. Los marineros del Laya consiguieron llegar a tierra e instalaron dos ametralladoras para reforzar la defensa, mientras Pérez de Guzmán se hacía cargo de las piezas que llegaron a disparar con la espoleta a cero. Por estos hechos fue condecorado con la medalla militar individual el alférez Pérez de Guzmán, que posteriormente recibiría la medalla naval por la misma acción. El marino había nacido en Huelva en 1901, y tras su ingreso en la escuela de la Armada, afrontaba en Sidi Dris, su primer destino tras recibir en 1920 el despacho de oficial. Días después, se volvió a distinguir durante la fallida evacuación de la posición, por lo que volvió a ser condecorado con otra medalla militar que le fue impuesta en Sevilla por Alfonso XIII. Se retiró del ejército en 1931, aunque volvió a ingresar en sus filas al estallar la guerra, sirviendo en el bando de los alzados en armas, y de nuevo obtuvo otra medalla naval por su actuación al frente del Tercio de Requetés del Rocío. Años después, Franco le ascendió consecutivamente llegando a alcanzar el empleo de almirante honorífico. Falleció el 21 de julio de 1979 en Sevilla, habiendo sido con anterioridad, alcalde de su Huelva natal y procurador en Cortes.

Playa de Sidi Dris
El teniente Galán se recuperó de sus heridas sin abandonar la posición, y la comandancia de artillería envió para substituirle al capitán Julián Zabaleta Menéndez-Valdés. Ambos abandonaron Sidi Dris el 23 de junio, quedando al frente de la batería el teniente Joaquín Fontán Lobé quien moriría al frente de sus cañones el 25 de julio. Los cuerpos de los defensores fueron enterrados en una fosa común por los prisioneros enterradores. Años después, la armada de guerra utilizaba aquellas costas como polígono de tiro. En el transcurso de los ejercicios se disparaba contra los restos de la antigua posición, sin que los marineros supieran nada del enterramiento. Los obuses explotaron levantando y removiendo las fosas que habían cavado los soldados españoles. Aún hoy en día, prácticamente a ras de suelo, aparecen por doquier pequeñas esquirlas blancas, restos de fragmentos óseos de los defensores. No deja de sorprender que ni políticos ni militares, fueran capaces de haber enterrado dignamente a los defensores de aquel lugar. No debemos olvidar que en Sidi Dris, la mortalidad fue prácticamente la misma que en Igueriben y que es uno de los episodios del desastre que merecería mayor atención por su épica.
Julio Benítez fue felicitado por el comandante general tras el episodio del 2 de junio, y hasta incluso fue propuesto para recibir la laureada. El 23, junto a los artilleros relevados, vuelve a Melilla siguiendo la costumbre de alternarse en el mando de los destacamentos, y permanece allí, hasta que el 10 de julio se hace cargo de Igueriben donde llega con su asistente, el soldado de Ceriñola, Víctor Martínez. Tras intercambiar impresiones y novedades, finaliza la habitual ceremonia fundiéndose en un abrazo con Mingo, al que el azar permitió estar en la plaza, mientras en Igueriben se preparaban para sufrir y básicamente para morir, aunque como veremos, también hubo vida tras Igueriben, más de la que históricamente se nos ha contado.

Agradecimientos
Quiero agradecer especialmente a Pilar toda la ayuda que me ha prestado desde que  hace meses empezamos a investigar sobre sus tíos abuelos, los capitanes De la Paz Orduña. Sin ti, Pilar, no hubiera sido posible publicar este artículo. También quiero dar las gracias a Fernando, nieto del capitán Correa, por enviarme información y fotografías de su abuelo. A Rocío Sierra, biznieta del teniente Justo Sierra que desde Málaga mantiene viva la memoria de su antepasado. En último lugar quisiera dedicar este modesto homenaje a todos los defensores de Igueriben con la esperanza de que su recuerdo se mantenga entre nosotros.

Bibliografía y relación de los defensores de Igueriben