martes, 21 de julio de 2020

Julio Castilla Perandrés. Un artillero en Igueriben. 21 de julio de 1921

Julio Castilla Perandrés. Un artillero en Igueriben. 21 de julio de 1921

A 6 kilómetros de Annual y delimitando las kábilas de Tensamán y Beni Tuzin se halla un montículo peñascoso con forma de meseta que se extiende hacia el este rematando en una pequeña loma poblada de árboles desde el tercio medio. Resquebrajada, abrupta, desprovista de toda vegetación, se alza cómo un centinela sobre Annual. Desde lo alto de su cumbre se ve el seco cauce del río Uad el Kebir. A sus espaldas la cordillera de Beni Ulisex  cuyo erguido pico de Mehayast se alza entre las formaciones nubosas. Desde su cima se divisan también la rojiza silueta de Sidi Dris, el monte Abarran, el poblado de Amesauro y las posiciones de Annual, Talillit y Buymeyan. Aquel lugar se llama Kudia Igueriben.

Entre las tropas que defendieron Igueriben hasta límites inimaginables figuraban los artilleros de la 1ª batería ligera, uno de ellos fue el granadino Julio Castilla Perandrés. Recordar su sacrificio es también rememorar la gesta de todos los que sufrieron, murieron o pudieron escapar con vida de aquel infierno, preludio de la retirada de Annual. No cejemos en el empeño de recordar al olvidado.

Igueriben. 7 de junio-21 de julio de 1921

Julio Castilla Perandrés

Julio nació en Granada el 29 de enero de 1898. Era el hijo mayor del matrimonio formado por José Castilla Pérez y Filomena Perandrés Castillo. La pareja tuvo además de Julio a otros cuatro hijos. Al cumplir los dieciséis Julio y sus hermanos quedaron huérfanos de padre, desde entonces y como hermano mayor asumió una responsabilidad que queda plenamente demostrada en las cartas que escribió desde Marruecos. A pesar de ser huérfano no pudo librarse de cumplir el servicio militar y fue nombrado recluta perteneciendo al reemplazo de 1920. Fue filiado en la caja de Reclutamiento de Granada y el sorteo le deparó el más temido de los destinos, servir en Marruecos durante tres años. Una vez aprobado el cupo asignado fue destinado a Melilla donde serviría en el regimiento Mixto de Artillería. El 26 de febrero de 1921 una expedición formada por 1151 reclutas de la 2ª Región Militar (a la que pertenecía Julio) embarcó en Almería a bordo del vapor Vicente Puchol y llegaron horas después a Melilla. La mayoría de ellos nunca habían viajado en barco ni habían visto jamás un rifeño. Ambas experiencias eran habitual motivo de comentarios en la mayoría de cartas que los reclutas escribían a sus familias. 

Julio Castilla Perandrés

Al llegar a Melilla fueron asignados a sus respectivas unidades y 81 de aquellos reclutas andaluces engrosaron las filas del Mixto de Artillería. Julio Castilla y otros 15 compañeros de viaje fueron designados al Grupo Ligero del Regimiento. Dos días después de llegar escribió a su madre la primera carta, fechada el lunes 28 de febrero. Por entonces los reclutas ya se hallaban en el periodo de instrucción que se prolongaría durante más de dos meses. Para la formación de los reclutas del Mixto se designaron al comandante Palacios, capitán De La Paz (futuro jefe de Julio en Igueriben) y 1 oficial, 1 sargento, 1 cabo y 2 artilleros por cada una de las 9 baterías.

 “Quieren enseñarnos pronto para llevarnos a los campamentos, pero no tenga V. pena por eso pues dicen que no pasa nada más que mucho trabajo, iremos pasando el tiempo con paciencia”

Julio describe en sus cartas los primeros días con la monotonía cuartelera, se levantan a las 6 de la mañana y se acuestan a las 8. Desayunan café y comen muy temprano sopa y cocido, por la tarde reciben dos chuscos de pan. Para combatir el frio del cuartel duermen con camisón y calzones blancos. Por entonces muchos de ellos se fotografían en los estudios melillenses luciendo sus impolutos uniformes caquis. Tras el primer periodo  de instrucción y después de  haberse incorporado la mayoría de reclutas se inicia la vacunación de las unidades. De ello se encarga la jefatura de Sanidad cuyo jefe, coronel Triviño, emite la normativa. Para evitar que las vacunas causaran mella en las unidades se las inyectaban en sábado, consiguiendo de esta manera que tuvieran algún día de descanso para evitar los efectos secundarios. Finaliza la instrucción con los ejercicios de tiro y para los artilleros enseñanzas más propias de su futuro cometido.

La 1ª Batería Ligera

Tras superar el periodo de formación a Julio Castilla le destinan a la 1ª Batería Ligera del regimiento Mixto de Artillería. Según consta en la documentación de la unidad la componen además de los oficiales 133 artilleros. Durante los primeros meses de 1921 la batería al mando de su capitán se halla en Kandusi hasta que el de 10 de marzo son enviados a Ben Tieb de donde continúan hasta Annual tomando parte el 12 de marzo en la conquista de Sidi Dris. Posteriormente vuelven a Kandussi donde permanecerán hasta el 1 de junio fecha en la que parten de nuevo en dirección Annual. En abril se había producido el relevo en la jefatura de la batería, desde el día 1 la manda el capitán Federico de la Paz Orduña junto a los tenientes Julio Bustamante, Ruiz Feigenspan y Lorenzo Ayala Solano. El día 7 de junio toman parte en la conquista de Igueriben siendo la 1ª batería la designada para quedar de posición. Julio Castilla y sus compañeros tuvieron que realizar un considerable esfuerzo para llevar a lomo las piezas hasta la amarillenta colina donde quedarían sellados sus destinos.

Debido al revés que supuso la pérdida de Abarrán el 1 de junio, se decidió que en la conquista de Igueriben participará una importante masa de tropas el frente de la cuales se situó al general Felipe Navarro. La 1ª batería ligera participó al completo (englobada en la columna que mandaba el teniente coronel Alcántara de Ceriñola), tanto artilleros como ganado. Sin embargo una vez enfiladas las 4 piezas solo quedaron de servicio el capitán De la Paz, teniente Julio Bustamante, sargentos Antonio Villalba Niza, Fernández Murillo, 6 cabos y 23 artilleros de 2ª, entre los que se hallaba Julio Castilla Perándrés . El resto de fuerzas junto al ganado volvieron a Dar Drius el mismo día 7 de junio. Las tropas de artillería ocuparon dos tiendas situadas tras los cañones que servían (4 piezas Schneider de 7,5 mm, modelo 1906). Mandaba el destacamento el comandante de Ceriñola Francisco Mingo Portillo y formaban la guarnición 2 compañías de Ceriñola, la batería ligera del Mixto, una compañía de Ametralladoras de Ceriñola (que sería relevada días después por una sección de la Compañía de Ametralladoras de Posición), 3 ingenieros telegrafistas y una reducida fuerza de Policía Indígena.

1ª Batería Ligera del Regimiento Mixto de Artillería

Las condiciones de defensa de la posición eran adecuadas, según el alto mando, pero la realidad era que no disponían de aguada próxima (se hallaba a 2 kilómetros) y dependían para abastecerse del campamento general de Annual que enviaba el convoy cada cuatro días. A la nueva posición no se le asignó médico y las tropas solo disponían de las curas individuales. El montículo quedaba además amenazado por una loma próxima que no se conquistó y que sería posteriormente objeto de combates  y de discrepancias entre el mando por no haber instalado en aquel lugar un destacamento fijo. Para asegurar aquel flanco se designó un servicio diario de descubierta a cargo de la Policía Indígena, tal decisión como se verá fue insuficiente. Tras una semana de relativa calma se produce el 16 de junio el combate de la Loma de los árboles. Aquel lugar se convertiría con el paso de los días en una tortura para los defensores de Igueriben. Mucho se ha escrito sobre la conveniencia o no de haber ocupado la Loma, hubo defensores y detractores de su conquista. El combate produjo un importante número de bajas, sobre todo entre las fuerzas indígenas que desde Buymeyan y Annual cubrían cada mañana la Loma. Aquella mañana la batería de Igueriben disparó insistentemente para cubrir el avance de la Policía Indígena. No fue el bautismo de fuego de Julio Castilla ya que el día 14 la batería había abierto fuego para cubrir al convoy pero fue sin duda un combate importante. Desde ese día se perdió la posesión de la Loma y fue también sin duda un contratiempo para los planes del general Fernández Silvestre. Al combate del 16 de junio siguió un periodo de relativa calma, el día 19 el propio general Navarro visitó la posición junto a un oficial de estado mayor. Once días después de su bautismo de fuego, el artillero Julio Castilla escribió la que a la postre sería su última carta.

Melilla 25 de junio de 1921

Escribe Julio desde Igueriben aunque el encabezamiento indica Melilla, lleva en la posición 18 días. Lejos de estremecer a su madre con relatos de los combates acaecidos días antes su carta le trasmite tranquilidad y no hay mención alguna al cercano peligro.

 “De lo que le digo del campamento pues no tenga usted cuidado pues estamos destacados desde el día 7 ahí estamos hasta que dispongan. Hemos puesto el campamento y estamos bastante fuerza y no pasa nada”.

La realidad era que además de día 16, la batería (según consta en la hoja de servicios del capitán De la Paz) abrió fuego contra concentraciones rifeñas los días 14, 16, 17 y 19 de junio. Por otra parte en los diarios de campaña de la Comandancia se consignan diversas confidencias del mes de junio que podían afectar a los defensores de Igueriben. El día 11 se divisaron núcleos enemigos en perfecta formación en el sector de Tizi Asa. El 15 se añade que forman la Harka dos contingentes de tropas, el primero al mando de Abd el Krim y formado por 3000 hombres se halla en Amesauro, muy cerca de Igueriben. El diario recoge también confidencias en el sentido de posibles ataques al convoy de Igueriben los días 26 o 27 de junio. Ciertas o no las confidencias señalaban una importante actividad en torno a las posiciones avanzadas, una de las cuales era Igueriben.

Fragmento de la carta escrita el 25 de junio desde
Igueriben.

Ni la actividad bélica ni otros contratiempos se reflejan en la carta de Julio que en todo momento tranquiliza a su madre. Tan solo resaltar un aspecto que si preocupa a Julio y del que deja constancia:

“De lo que dice usted que no se retrasa en escribir, pues la creo pero la mitad de las cartas no las recibo porque se pierden, tan solo he recibido en un mes una porque en algunos sobres no vienen las señas bien puestas”.

El correo era sin duda un consuelo para las tropas en campaña y a pesar de que se intentaba que las cartas llegaran a sus destinos el frenético ritmo de la campaña con constantes cambios de destino complicaba el correcto funcionamiento del servicio. Por suerte para Julio sabía escribir y eso facilitaba la comunicación con la familia, aunque en ocasiones tal y como escribe Julio “No hay sellos, ni papel”.

Como es habitual en sus cartas no se olvida Julio, en su condición de hermano mayor, de preocuparse por sus hermanos y les conmina a seguir estudiando, a Manuel le escribe: “Me hace usted el favor de decirme si sigue yendo a la escuela Manuel, porque cada vez que me escribe lo hace peor, haber si tiene cuidado que algún día se alegrará”.

Dura, muy dura resultaba la vida para todos aquellos soldados destinados en inhóspitos campamentos, faltos de condiciones de higiene, de buena alimentación, lejos de sus pueblos, de sus seres queridos. “Den eso que se pasan los meses como el agua, será en otra parte, pero aquí no”.

Morir en Igueriben

El mes de julio se inicia con cañoneo para cubrir el convoy de Annual, desde ese día se produce actividad bélica los días 4, 6, 7, 9, 11, 12, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20 y 21. Especialmente dura fue la última semana en la que no cesó el fuego ni un solo día, con el consiguiente deterioro físico que suponía para los defensores. Sirva como ejemplo que el 14 de julio, según figura en la hoja de servicios del capitán Correa, se soportaron nueve horas de fuego continuado. Ésta fue en esencia la rutina de la posición; calor, sed, piojos, parapeto y más parapeto, falta de sueño y aislamiento. Lo catastrófico fue que el sufrimiento fue in crescendo a medida que se adentraban en el mes de julio, entonces, todos, desde el comandante hasta el corneta, tuvieron que sufrir lo indecible. El 10 de julio se realiza el cambio en la jefatura de la posición y asume el mando el comandante Julio Benítez Benítez, no consta hasta ese momento que se hayan producido bajas por disparos entre los defensores.

El domingo 17 de julio fue un día que quedó marcado a fuego en la defensa de Igueriben y de los pocos supervivientes. Se producen las primeras bajas mortales, sargento de infantería Amado Antón de Cisneros y soldado de infantería Ramón Pérez Rodríguez, ambos serán enterrados precariamente en el interior de la posición. Llega a la posición un convoy que junto a las tropas de artillería e intendencia quedarán junto a los defensores, el convoy de intendencia lleva consigo las últimas cubas de agua que beberán los defensores, después nada. Pero lo peor es que dan comienzo las 120 horas de sufrimiento que conducirán a la caída de Igueriben.

Desde entonces los soldados y oficiales se verán obligados a beber cualquier líquido disponible, conservas, vinagre, café, tinta, colonia, y en último término sus propios orines mezclados con azúcar. Por lo tanto, la deshidratación que sufrieron fue severa, y todos padecieron las diferentes fases que comporta soportarla; mareos y náuseas, fatiga, aumento de la temperatura, enrojecimiento de la piel y calambres en una primera fase que darían paso a fuertes dolores de cabeza (como los que parece sufría el comandante Benítez), falta de aliento, hormigueo en piernas y brazos, y la horrible sensación de sentir la mucosa de la boca seca y la lengua hinchada. 


Capitán Federico de la Paz Orduña
Jefe de la 1ª Batería Ligera. Muerto en Igueriben

En los peores momentos, y tras días de privación y sufrimientos, aparecerían otros efectos como la sordera, el oscurecimiento de la visión e incluso, la pérdida del conocimiento y, en algunos casos, la razón. Ante tal cantidad de padecimientos no sería extraño que decayera la moral, sintieran miedo, desamparo y hasta tuvieran ganas de llorar, pero hasta ese punto fueron vetados, ya que la deshidratación extrema conlleva la dificultad de producir lágrimas. Según los estudios realizados sobre los efectos de la falta de agua en los seres humanos, la presencia de esta sintomatología, si no se trata rápidamente, puede llevar al individuo a sufrir un colapso cardiovascular –shock- y a la muerte.

Pero no fueron los síntomas fisiológicos los únicos que les tocó vivir, a ellos tuvieron que añadir los efectos psicológicos que, no por menos conocidos, eran menos destructores; lo que hoy llamamos estrés por combate, aunque entonces llamara poco la atención de los médicos, y, en segundo lugar, un torturante miedo a morir que aumentaría, de manera considerable, las probabilidades de sufrir estrés postraumático. En realidad, en las guerras es precisamente eso lo que se pretende: infringir las condiciones más penosas al enemigo para quebrantar su moral, y conseguir que perciba que no puede hacer frente a la amenaza externa inminente, de manera que, como decimos coloquialmente, se dé por vencido.

Finalmente, en el plano emocional, a medida que pasaban los días y aumentaba la tensión, el combatiente podía sentir una mayor irritabilidad y hostilidad ante los acontecimientos adversos. El mal olor, la miseria, los piojos, la suciedad y el sentirse desamparado causaban verdaderos estragos, pero, sin duda,  la carencia más importante era la afectiva; el recordar a los seres queridos con el dolor de saber que no se los volverá a ver, el sentimiento de pérdida para siempre de la novia, los hijos, la madre o el padre...  ¿Quién es capaz de medir la intensidad de este sufrimiento?

Cuesta imaginarlos de otra manera que no sea un anticipo de cadáver.

A pesar de todos los esfuerzos que se llevaron a cabo desde Annual, se intentó en tres ocasiones hacerles llegar el convoy, no hubo forma humana de sortear la tozudez defensiva de los rifeños y al mediodía del 21 tras recibir la autorización el comandante Benítez decide abandonar el reducto.

Julio Castilla y sus compañeros abandonan la posición cuando ya no quedaba ninguna granada que disparar. Inutilizaron los cierres de los cañones y a la carrera intentaron a todo trance llegar hasta Annual. Mueren junto a las alambradas los dos oficiales son los únicos de los que tenemos constancia. Del resto de artilleros mueren los dos sargentos, cuatro cabos y 20 artilleros, entre ellos Julio Castilla. 28 muertos de un total de 33, lo que supone que la mortalidad se elevó hasta un letal 85 %. Solo pudieron escapar con vida los cabos Sánchez Cortés y Domingo Iglesias del Río junto a los artilleros Antonio Andreu Modol, Manuel González de la Cruz Ramón Moreno Blasco (que fue apresado y conducido al cautiverio). Entre el resto de defensores la mortalidad alcanzó similares y mortales cotas. El 17 de julio contando a las tropas de intendencia y artillería incorporadas a la posición los efectivos ascendían a 316 hombres. De ellos murieron 248, lo que supone un escalofriante 78,48 % del total. En cuanto a los supervivientes he contabilizado a 69 de todas las unidades, de los cuales 26 fueron apresados (seis de ellos morirían en cautividad).

Relación de muertos de la 1ª Bateria Ligera

Los restos de los defensores

Al producirse la evacuación, la muerte les fue alcanzando a medida que se alejaban de Igueriben, de manera que resulta prácticamente imposible saber donde murió Julio Castilla o cualquiera de sus compañeros. Los restos de todos ellos quedaron esparcidos en las inmediaciones de la posición, a la intemperie hasta muchos días después. A pesar de que existen discrepancias sobre el lugar de los enterramientos he podido reconstruir en parte quien los enterró, cuando y donde. Tras la retirada de Annual el 22 de julio el campamento queda abandonado y es allí  donde los rifeños concentraron  a los soldados que han sido capturados en diversos lugares. Para organizar en parte la rutina de campo de prisioneros se decidió repartir las diversas actividades entre los sargentos de presentes. Uno de los cometidos más importantes era dar tierra a los centenares de muertos que jalonaban el camino a Melilla, nombrándose para ello a cuadrillas de prisioneros enterradores. A Igueriben pudieron llegar casi tres meses después del aquel triste 21 de julio. Comandaba el pelotón de enterradores el sargento de artillería Alfonso Ortiz Martínez junto a un indeterminado número de soldados. Enterraron en las inmediaciones de la posición los cuerpos de cuantos encontraron y que no pudieron identificar. Junto a la fosa se dio tierra al comandante Julio Benítez, capitán Federico de la Paz y teniente Julio Bustamante, que fueron los únicos que pudieron reconocer. No olvidemos que por entonces el ejército español no disponía de placas de identificación y los cuerpos estaban muy descompuestos. Habían permanecido a la intemperie casi 90 días. El sargento Ortiz y sus compañeros regresaron al campamento de Annual, Ortiz fallecería meses después víctima del tifus que asoló el campamento de prisioneros, dejó un excelente recuerdo entre sus compañeros por su bondad y valor.

Durante cinco años el enterramiento permaneció en silencio y esperando a que las tropas españolas reconquistaran el territorio, circunstancia que se produjo en el verano de 1926. Entonces se decidió exhumarlos, en principio fueron enterrados en Annual pero en septiembre se decidió darles digna sepultura en Melilla. Los restos fueron depositados en dos cajones y fueron enterrados en el panteón de héroes el 14 de septiembre de 1926. Junto a los defensores se enterró al comandante Julio Benítez, cuya viuda pagó la lápida que hoy en día se conserva. Entre sus compañeros de fatigas, sufrimiento y dolor descansa desde entonces el cuerpo del artillero Julio Castilla Perandrés, de cuya muerte hoy 21 de julio, se cumplen noventa y nueve años.

Panteón de Héroes, cementerio de Melilla.
Restos de los defensores de Igueriben y del comandante Benítez.
Prefirieron morir a rendirse

Documento Gráfico

Relación de componentes de la 1ª Batería Ligera. Señalado Julio Castilla

Registro del cementerio de Melilla. 14/09/1926


Entierro de los restos de los defensores


Telegrama remitido a la madre de Julio el 6 de agosto de 1921 y firmado por el coronel
Joaquín Arguelles. Se ignora el paradero de Julio y se cita que estaba destinado en
Igueriben el 21 de julio de 1921.

Certificado firmado por el coronel Joaquín Arguelles.
Se señalan los haberes pasivos del artillero desaparecido
Julio Castilla Perandrés. Melilla 08/10/1922


Bibliografía

Defensores de Igueriben

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 1ª Parte

Sufrir, morir y vivir en Igueriben. 2ª Parte

Sufrir, morir y vivir en Igueriben, 3ª Parte

Luis Casado Escudero. Igueriben. Relato autentico por el único oficial superviviente


Agradecimientos

A Carolina Castilla Vega, sobrina nieta de Julio Castilla. Gracias por enviarme las cartas, la fotografía, los documentos y sobre todo por mantener viva la memoria de tu tío abuelo.






sábado, 18 de julio de 2020

Recordar al olvidado 2ª parte. Sucedió el 18 de julio. Fernando Serrano Flores, el médico cautivo

Sucedió el 18 de julio. Fernando Serrano Flores, el médico de los prisioneros

El 18 de julio se cumplen 98 años del fallecimiento en cautiverio del teniente médico Fernando Serrano Flores. Fue muy querido por todos los oficiales prisioneros a los que prodigó en atenciones hasta su muerte. Muy poco sabemos de su vida más allá del testimonio de los cautivos que lloraron su fallecimiento. Víctima del tifus que asolaba los campamentos de prisioneros, el caudillo Abd el Krim no consintió que fuera trasladado hasta el peñón de Alhucemas ni facilitó que se pudieran suministrar los medicamentos necesarios. Fue enterrado en silencio por sus compañeros junto al campo de prisioneros y nunca se pudieron reconocer sus restos. Jamás sabremos los servicios, que fueron muchos, que prestó al resto de cautivos  pero no cabe duda que su anegación y entrega dejaron honda huella entre los que le trataron. Hoy en día poco queda, más allá de una calle en Valencia, que recuerde a Serrano. No cejemos en el empeño de recordar al olvidado.



FERNANDO SERRANO FLORES

 

En Valencia, una calle recuerda a un joven médico muerto en Marruecos. Fernando Serrano Flores, nacido en Valencia el 14 de febrero de 1896 en el seno de una humilde familia. Tras finalizar el bachillerato en 1913 en el Instituto General Técnico consiguió acceder a una beca para cursar estudios de Medicina que obtuvo con brillantes calificaciones. Se hizo acreedor del premio extraordinario de licenciatura. Ingresó en la Academia militar en septiembre de 1920 siendo nombrado alférez alumno. La promoción de Sanidad a la que pertenecía la formaban 22 jóvenes oficiales que tras los meses de formación en la academia fueron nombrados tenientes médicos el 27 de enero de 1921. La mitad de la promoción fue destinada, como era habitual, a Marruecos, Serrano lo fue al II Batallón del regimiento Melilla 59 al que se incorporó a principios de febrero de 1921. Junto a Serrano llegan a Melilla dos compañeros de promoción los médicos Luis Hermida Pérez y Miguel Cadenas Rubio.



Promoción de Sanidad Militar 1920


La rendición fue un completo fracaso y como consecuencia se produjo la práctica aniquilación de la columna que formaban casi mil hombres. Los pocos que fueron apresados, entre ellos el médico Serrano fueron conducidos en primer término hasta Annual y posteriormente los oficiales al campamento de Axdir. Allí, coincidió con el teniente médico Vázquez Bernabeu que el 21 de septiembre escapó a nado consiguiendo llegar al Peñón de Alhucemas. Desde ese día fue el único galeno con el que pudieron contar los oficiales prisioneros. Teniendo en cuenta que tras ser capturados fueron separados oficiales y soldados, Serrano no pudo instruir a ninguno de los prisioneros en Annual hasta marzo de 1922 cuando los soldados fueron internados en Ait Kamara. Fue entonces, tal y como recogen las memorias de Francisco Basallo, cuando pudo reunirse con el sargento e aleccionarle en nociones de medicina. Queda constancia de dos desplazamientos de Serrano al campamento de soldados, el primero en marzo y el segundo el 18 de mayo, permaneciendo hasta el  7 de junio.


Oficiales en el cautiverio, el teniente Serrano a la dereecha. Fotografía del libro del
capitán Sigifredo Sainz.


El apreciado médico Serrano se infectó del letal tifus que asolaba el campamento y enfermó rápidamente, aunque no por ello descuidó las atenciones a sus compañeros. A pesar de los ruegos que el general Navarro y el resto de oficiales hicieron llegar al caudillo rifeño, este no consintió que Serrano fuera trasladado al Peñón de Alhucemas, ni colaboró demasiado para que sus compañeros solicitasen el medicamento que el mismo se había prescrito (Electrargol). Ambas iniciativas tal vez hubieran evitado el triste desenlace. Murió el martes 18 de julio de 1922. ¡Otra víctima del deber que debe ir sobre la conciencia de alguno! (Eduardo Pérez Ortiz). 

“Hasta última hora ha estado medicinándose el mismo y dando reglas para la curación de los demás enfermos. Ha muerto víctima de su deber, contagiado. Aquella Cruz de Beneficencia que yo pedía en un artículo que publicó El Telegrama del Rif, nunca mejor ganada, ahora debe concederse a este nuevo mártir. Pobre Serrano. (Del libro del capitán Sigifredo Sainz, compañero de cautiverio de Serrano)

Abd el Krim tampoco permitió que su cuerpo fuera trasladado al Peñón, por lo que se le tuvo que dar sepultura en el improvisado cementerio construido por los prisioneros. Se permitió asistir al entierro al coronel López Gómez y ocho oficiales cautivos. El medicamento llegó al campo de prisioneros un día después de la muerte del médico Serrano.

Era tal la incomunicación entre los dos campos de prisioneros que el sargento Basallo no supo de la muerte de Serrano hasta el mes noviembre, cuando fue trasladado al campo de Axdir donde permanecería hasta su liberación. Sus compañeros guardaron sus pocos objetos personales que al producirse la liberación recogería el también valenciano Vázquez Bernabeu que los entregó a la familia. Uno de los soldados cautivos a los que aleccionó, Carmelo Balsera, guardó como recuerdo las recetas que prescribía. Tras su muerte se hizo cargo de la asistencia sanitaria de los oficiales el teniente Julián Troncoso mientras que de la tropa lo hacía desde julio de 1921 el sargento Francisco Basallo.


Electrargol, el medicamento que no recibió Serrano


Tiempo después, en mayo de 1923, el Rey visita el campamento de Paterna (Valencia) en compañía del Capitán General Milans del Bosch. Ambos inauguran un monumento a la memoria del teniente de artillería Cortina Rico, muerto en Monte Arruit. Tras el acto, se informa al Rey de que entre el público están los padres del teniente Serrano, acompañados por el doctor José Sanchís Bergón, presidente de la Federación Nacional de Colegios de Médicos. El doctor Sanchís se dirige y pide a S. M. que le sea concedida paga a favor de los padres, como hubiera correspondido si Serrano hubiese fallecido en campaña. Sanchís tenía un gran conocimiento del Ejército -había sido oficial y su padre llegó a  general de Sanidad Militar- por lo que sabía que no siendo objetivo, como no lo era, le sería denegada la pensión, así que se propuso tocar la fibra sensible del Monarca para que intercediera ante el Gobierno:

Señor: En las amarguras del cautiverio dio su vida un hombre joven, un soldado de corazón, un heroico valenciano, un sacerdote de la ciencia que supo ser mártir de su deber: El teniente médico Fernando Serrano Flores que ganó por oposición todas las asignaturas de la carrera, que ya en el ejercicio de este partía el sueldo con sus padres , pobres y enfermos. Que cautivo supo olvidar los propios sufrimientos para atender a los enfermos. Que con inseguro paso, con turbada mirada, con fiebre altísima siguió asistiendo a sus compañeros y que por fin murió dejando en la miseria a sus progenitores. Aquí está señor la madre desgraciada que al perder a su único hijo con el alma destrozada y mal sustentado su anciano cuerpo, llega a vuestra majestad en demanda del humilde donativo que hace Valencia a sus soldados.Y nosotros, señor, pedimos fervorosa, ardientemente que interpongáis soberana influencia para que las Cortes se dignen otorgarle algo más. Para que se dignen conceder a estos padres desgraciados la pensión que corresponde al muerto en campaña.

Al finalizar el acto el rey se dirigió a Sanchís Bergón y le dijo: Lo primero de que me ocuparé al llegar a Madrid es de esta justísima petición que usted me ha hecho.

José Sanchís Bergón 1860-1926

Finalmente, la pensión le fue concedida el 24 de mayo de 1924, siendo los receptores sus padres, Fernando Serrano Rives y Josefa Flores Valls. La diferencia entre la muerte en combate o la producida por enfermedad era muy alta, en el primer caso los padres cobraba una pensión de anual de 4000 pesetas mientras que un fallecimiento natural generaba una pensión anual de 470 pesetas. En el mismo acto recibieron un importante donativo algunos soldados valencianos que habían sufrido mutilaciones durante  la campaña. Hoy en día aquellos inválidos de guerra aún acompañan al teniente Serrano; en la calle que lleva su nombre, está la Asociación Cultural de Inválidos Militares de España.


Epílogo


José Sanchís Bergón había nacido en Alhucemas en 1860, era hijo del médico militar José Sanchís Barrachina. De niño se trasladó junto a la familia a Valencia donde estudiaría medicina y ocupó relevantes cargos en la política local y nacional además de impulsar la medicina social y la Asociación valenciana de Caridad. Murió en Valencia el 31 de diciembre de 1926, en la actualidad una calle lleva su nombre.

La promoción a la que pertenecía Fernando Serrano pagó un alto tributo en Annual, murieron Wenceslao Perdomo Benítez, Luis Hermida Pérez, Manuel Fernández Andrade y Luis Méndez que falleció en el hospital de Málaga el 20 de septiembre de 1921 a consecuencia de una grave caída que le fracturo el cráneo.

Sin duda, el más popular de todos los improvisados enfermeros fue el sargento Francisco Basallo Becerra (Córdoba 2-11-1892, Zaragoza 19-5-1985) quien según cuenta en sus Memorias, ejerció como tal desde que fue apresado hasta su liberación en 1923. En un primer momento, los prisioneros tuvieron que adiestrarse en el manejo de medicinas e inyectables sin recibir más ayuda profesional que la prestada por dos practicantes civiles: José Cánovas Hernández (Mina La Alicantina) y Antonio Ruiz Gómez (enfermero en Annual). El grueso de los prisioneros permaneció en el campamento de Annual hasta que en febrero de 1922 fueron trasladados a Tabelhach. El médico Serrano, preso junto a los oficiales en Axdir, no se reunió con Basallo hasta mediados de marzo cuando los cautivos ya estaban en Ait Kamara. Fue entonces cuando por primera vez pudo enseñar a Basallo y a los demás  sanitarios nociones de medicina y de formulación de fármacos. Hasta aquel momento Basallo mantenía contacto con los médicos de Alhucemas: capitanes Ramiro Ciancas y Servando Casas Fernández.

Tras ser reagrupados los prisioneros en Annual, se organizó el primer equipo sanitario compuesto por Basallo, Cánovas y Ruiz Gómez, a los que se unieron Miguel Rodríguez Sánchez (Compañía Mixta de Sanidad), Manuel Fiañez (Intendencia), Ramón Mellado Cebrián (Ceriñola 42) y Miguel Sánchez Guirao (Melilla 59). Los cuatro fueron asesinados a sangre fría el 14 de marzo de 1922 mientras transportaban a un herido que fue también ejecutado. Por suerte, otros muchos se prestaron voluntarios para atender a sus compañeros, dando ejemplo de abnegación y sacrificio. Digno de especial recuerdo es el sargento de artillería Alfonso Ortiz Martínez, responsable del botiquín en Ait Kamara, fallecido de tifus en abril de 1922. También recogió Basallo en sus Memorias del Cautiverio un agradecimiento al resto de improvisados sanitarios; sargento Agripino García Gutiérrez (África 68), cabos Saturnino Royo Horcajo (Melilla 59), Santiago Palacios (San Fernando 11) y Emilio San Antonio Pereira (Ceriñola 42), soldados Julián Sosa Villalba (San Fernando 11, fallecido el 12-3-1922), Maximiliano Macias Dolz (Ceriñola 42), Pedro Gilly Paños (Compañía Mixta de Sanidad), Miguel Tena Casilla (Melilla 59) Santiago Mayor Izquierdo (Melilla 59) y Ramón Serret Ogel (San Fernando 11).





En Axdir, fue la mano derecha del teniente Serrano, el soldado de ingenieros natural de Santa Marta -Badajoz- Carmelo Balsera González, que se hallaba adscrito a la Compañía de Telégrafos. El 22 de julio formaba parte de la guarnición de Tuguntz, donde una sección de San Fernando defendía el pequeño reducto. El 24 de julio la posición fue asaltada, salvándose únicamente el teniente Baltasar Gómez Moreno y tres hombres, entre los que se encontraba Carmelo. Por este episodio se le abrió juicio contradictorio aunque el resultado fue negativo. Durante los días en que ayudó a Serrano aprendió a inyectar y medicinar, siendo de gran ayuda hasta el fallecimiento del médico en julio de 1922.

La calle dedicada al teniente Serrano se halla junto a los antiguos cuarteles de La Alameda donde en 1936 se produjeron violentos combates tras la insurrección. En la capital del Turia sería ejecutado el capitán Vázquez Bernabeu que compartió cautiverio con Serrano y que fue laureado por sus actuación en los combates del 16 de junio de 1921. El hospital militar de Valencia sigue llevando su nombre.


Documento gráfico






Annual 1921. Sanidad Militar